Viena, 5 de febrero de 1790
El conde Johann Esterházy, chambelán imperial y real, presidía los trabajos de la logia La Esperanza Coronada, que celebraba la iniciación de un intelectual de veintinueve años, Karl Ludwig Giesecke. Nacido en Augsburgo, había estudiado derecho en Gotinga antes de que su camino se cruzara con el de Emmanuel Schikaneder, para quien escribía adaptaciones teatrales. Apasionado de la mineralogía, soñaba con escribir un libreto de ópera e, incluso, con subir al escenario.
Había doscientos hermanos inscritos, pero sólo treinta presentes.
El Venerable se hallaba en el Oriente.
Tras él, un cuadro en el que figuraban un sol, el sello de Salomón y un arco iris que iluminaba el mar.
El local, de techo muy alto, estaba iluminado por una gran araña, candelabros y velas.
Entre las figuras decorativas, el dios Hermes, heredero de Thot, maestro de las ciencias secretas.
Mozart miraba fijamente las dos grandes piedras dispuestas a uno y otro lado de los tres peldaños que llevaban al Oriente. La primera, en bruto, encarnaba las potencias del iniciado y la materia prima de la Gran Obra alquímica; la segunda, de forma cúbica, simbolizaba el universo en armonía y contenía las justas proporciones que presidían el nacimiento de toda vida.
Participar en una iniciación era siempre un momento de extraordinaria intensidad. Un individuo mortal y limitado se convertía en un hermano y se integraba en la cadena de oro de los iniciados, modelada desde el nacimiento de la Luz.
Al salir del ritual, Mozart y Giesecke simpatizaron.
—Schikaneder me recomendó que entrara en la francmasonería —reconoció el nuevo Aprendiz.
—¿Por qué no está entre nosotros?
—Al parecer, en mayo del año pasado fue excluido de su logia de Ratisbona[46]1) a causa de su mala conducta. No sé nada más, ¿pero cómo reprochárselo a ese hombre maravilloso, a veces demasiado truculento y expansivo? ¡Por mi parte, estoy encantado de conoceros!
El conde Canal, recién llegado de Praga, llevó aparte a Mozart.
—El Venerable Ignaz von Born organiza, el día 14, una Tenida de urgencia. En ella debatiremos nuestro porvenir y los futuros rituales. Vuestra presencia es indispensable.
Viena, 11 de febrero de 1790
Mientras dos nuevas representaciones de Così fan tutte, el día 7 y esa misma noche, no habían suscitado el entusiasmo de los vieneses, Wolfgang se disponía a partir hacia Praga. Thamos le hizo una visita.
—Será mejor anular el viaje —recomendó el egipcio—. Van Swieten ha oído hablar de una vasta operación policial, aunque desconoce los detalles.
—Tal vez no afecte a los francmasones praguenses.
—No debes correr ningún riesgo. El ministro de la Policía, el conde de Pergen, no tiene fama de bromista. Y el emperador le ha dado plenos poderes. Hoy, todo pensamiento debe ser controlado. De modo que los secretos de los francmasones les parecen intolerables a las autoridades políticas y religiosas. Yo iré a Praga y evaluaré la magnitud del peligro.
Praga, 14 de febrero de 1790
Unos policías vestidos de civil montaban guardia ante el local de la logia La Verdad y la Unión. Thamos observaba sus idas y venidas a considerable distancia.
Cuando vio aparecer a un hombre alto, más bien feo, de rostro fofo y ojos glaucos, pensó en la descripción que de su patrón había hecho uno de los sayones encargados de seguir a Ignaz von Born.
El egipcio fue a casa del conde Canal: ¡el domicilio estaba vigilado! Sólo podía dirigirse al punto de contacto previsto para casos de urgencia, un pequeño edificio de la ciudad vieja ocupado antaño por unos alquimistas.
El conde Canal lo aguardaba allí.
—Es un desastre —advirtió—. A las órdenes de un tal Geytrand, sicario del jefe de la Policía, una brigada especial la ha emprendido con nosotros.
El egipcio describió al hombre al que acababa de divisar en la entrada de la logia.
—Sí, ése es Geytrand, nuestro verdugo.
—Pergen y él son las dos criaturas de las sombras que atacan a la francmasonería desde hace años —dijo Thamos.
—Ha puesto bajo vigilancia a varios hermanos y, en nombre de la seguridad del Estado, ha registrado la logia y sus anexos.
—¿Podía encontrar algo comprometedor?
—En principio, nada. Lamentablemente, uno de nuestros hermanos ha cometido una grave falta olvidando documentos que no deberían haber estado en nuestros locales. Me refiero a listas de masones, entre ellas, la de los adeptos de nuestra logia secreta.
El egipcio no creía lo que estaba oyendo.
—Un estúpido reflejo administrativo —lamentó el conde—, pero el mal ya está hecho.
—¿Todos los nombres figuran en la lista?
—Los de los hermanos visitantes, como Ignaz von Born, Mozart y vos mismo, no; están en otra lista que el imprudente, aterrorizado, acaba de entregarme.
Thamos la leyó y la hizo mil pedazos, que arrojó al suelo.
—Intentaré interceptar a Geytrand. Si entrega esos documentos al jefe de la Policía y el emperador tiene conocimiento de ellos, las consecuencias serán desastrosas.
A la primera ojeada, Thamos había percibido lo nocivo que era Geytrand. Aquel depredador era insaciable y temible.
Ante el local de la logia La Verdad y la Unión no había ni un solo policía de civil. El egipcio preguntó al hermano sirviente, encargado de la limpieza.
—¿Cuánto hace que se han marchado?
—Más de una hora.
—¿Cuántos eran?
—Una decena.
Geytrand no corría riesgo alguno. Aunque lo alcanzara en el camino de Viena, Thamos no podría con semejante escolta.