Viena, 22 de diciembre de 1789
Seguro de recibir, cuando se estrenara Così fan tutte, la cantidad prometida por el emperador y de ser pagado por el rey de Prusia cuando entregara cuartetos y sonatas, Wolfgang pidió a su hermano Puchberg que le prestara cuatrocientos florines que le serian devueltos casi de inmediato. El músico tenía que pagar a farmacéuticos y médicos, incluso al ginecólogo y francmasón Hunczowsky, ¡aquel lamentable especialista!
Invitado, en compañía de Joseph Haydn y Thamos, al primer ensayo de la nueva ópera en casa de Mozart, Puchberg le llevó trescientos florines. Aunque prefiriese una música más ligera, el comerciante apreció la belleza de las arias.
—Hermano —le dijo Haydn a su joven colega—, alcanzáis una perfección que no puede describir palabra alguna.
—Desgraciadamente —deploró Wolfgang—. Salieri no deja de intrigar para impedir la representación de Così.
—Fracasará —aseguró el egipcio—, pues no puede enfrentarse a la voluntad del emperador. De modo que se limita a perfidias y chismes.
—No lo subestiméis —le aconsejé Haydn—. Dispone de poderes reales, y su maldad parece no tener límites.
—No desdeño la capacidad que Salieri tiene de hacer daño, pero gracias a Da Ponte y a algunos hermanos influyentes, Così fan tutte se estrenará, efectivamente, en Viena.
Viena, 15 de enero de 1790
El conde Rosenberg, intendente de los espectáculos, tenía su aspecto de los días malos, muy parecido al de los buenos.
—¿Y ahora qué queréis, Da Ponte?
—Fijar la fecha definitiva para la representación de Così fan tutte. Se ha repuesto Las bodas de Fígaro, y la nueva ópera de Mozart divertirá mucho a los vieneses.
—¿Esta vez no hay crítica a la nobleza?
—¡Claro que no! Es una historia divertida, con parejas que se intercambian y…
—¿Se respeta la moral?
—Del todo, y la amable farsa concluye a mayor gloria del matrimonio y las buenas costumbres.
—Mejor así, mejor así… Lamentablemente, el emperador desea suprimir la Ópera italiana en Viena.
—Mis amigos compositores convencerán a su majestad de que eso sena un lamentable error.
—¿Os encargaréis vos de esta gestión, sin implicarme a mí en modo alguno?
—Yo me encargo, señor conde.
Viena, 21 de enero de 1790
Tras haber esbozado el sombrío inicio de un cuarteto en sol menor[44]. Wolfgang recibió cien florines de su hermano Puchberg, al que había invitado al teatro en compañía de Joseph Haydn para asistir al primer ensayo instrumental de Così.
Los colores de la orquesta mozartiana encantaron a ambos oyentes, y Haydn quedó pasmado ante aquella ciencia y aquella maestría expresadas con tanta facilidad que hacían olvidar la complejidad de la arquitectura.
—Sólo fui Aprendiz francmasón en una sola Tenida —recordó—, pero puedo ver perfectamente que esa absurda historia, repleta de cosas inverosímiles que casi no se advierten gracias a la pureza de la música, oculta una andadura iniciática. Habéis escrito la ópera de los Números sagrados, ¿no es cierto?
Wolfgang se limitó a sonreír.
Viena, 26 de enero de 1790
Al día siguiente, Mozart cumpliría treinta y cuatro años. Y esa noche, en el Burgtheater de Viena, se estrenaba el Così fan tutte, ossia: la scuola degli amanti. «Así hacen todas, o: la escuela de los amantes[45]», una ópera bufa que le valió novecientos florines, suma especialmente bienvenida en esos tiempos difíciles. El compositor tenía la seguridad de que la ópera volvería a representarse, por lo menos, el 28 y el 30 de enero.
Descontento con la mayoría de los intérpretes, a quienes consideraba mediocres y muy alejados de la verdad profunda de los papeles, Wolfgang pasó una velada difícil. Exigente y perfeccionista, le costó soportar los errores de unos músicos que cojeaban.
El público no se divirtió tanto como Da Ponte esperaba. Thamos, en cambio, se vio transportado a un universo tan bello que lo dejó sin aliento. Tras la violencia de Don Giovanni, Così fan tutte era traslúcida y etérea, y mezclaba lo sublime con el humor, con lo trágico incluso, con una incomparable elegancia del alma. Si los francmasones comprendían la necesidad de aquel ritual para descubrir la Gran Obra, entonces sus logias se mostrarían menos indignas que las del Antiguo Egipto.
—Mozart ha sido dotado por la naturaleza de un ingenio musical superior, tal vez, a todos los compositores del mundo pasado, presente y futuro —murmuró Lorenzo da Ponte al oído de Thamos—. Gracias a mí, ha florecido realmente en Viena.
El egipcio no respondió, dejando que cobrara vida en él la luz de aquella música de otro mundo, el del crisol alquímico donde las fuerzas de creación se intercambiaban para convertirse, plenamente, en ellas mismas.
Viena, 30 de enero de 1790
—Curiosa gestión por parte del barón Gottfried Van Swieten —le dijo Joseph Anton a Geytrand—. Solicita al emperador que conceda a Mozart un cargo mejor en la corte, o vicemaestro de capilla o profesor de música de la familia imperial. Es un comportamiento sospechoso, por parte del jefe de la censura, que no debería ignorar la pertenencia masónica de Mozart.
—Van Swieten no pertenece a ninguna logia vienesa —repuso Geytrand.
—Al apoyar de este modo a Mozart, demuestra su simpatía por la francmasonería.
—¡Y sin embargo no deja de criticarla!
—Un traidor taimado, ¡tal vez eso es lo que es el barón Van Swieten! Pero hay que probarlo. Mientras, he recomendado prudencia al emperador, que no tiene intención de conceder a Mozart un ascenso. Su Così fan tutte ha recibido una acogida mediocre y pronto desaparecerá del cartel. En opinión general, tendría que limitarse a hacer música de danza y renunciar a la ópera.
—¿Acaso no es la vuestra, señor conde?
—Così fan tutte es una obra sublime, la más abstracta de Mozart y la más cercana a lo invisible. Sus personajes no son humanos, sino símbolos al servicio del misterio que revelan don Alfonso y Despina, el de la conciliación de los contrarios. Ningún maestro masón había ido tan lejos en el proceso de creación. Y no se detendrá aquí.
Viena, 4 de febrero de 1790
—Debo regresar a Esterháza —dijo Joseph Haydn a Mozart—, pues la temporada de ópera comenzará muy pronto, en presencia del príncipe Nicolaus Esterházy.
—¿Sabéis quién es el Maestro de ceremonias de mi logia?
Haydn suspiró.
—He vuelto definitivamente la página de la francmasonería. Siempre seréis mi hermano, Mozart, pero no tengo la posibilidad de hacer constantemente el trayecto entre Esterháza y Viena, y no siento deseos de recorrer el camino de la iniciación.
—Me hubiera gustado volver a veros en las columnas —reconoció Wolfgang—, pero respeto vuestra decisión. Mi admiración y mi amistad por vos siguen siendo las mismas.
—Esas palabras me conmueven profundamente. A veces me pregunto si la francmasonería no será un marco demasiado estrecho para vos.
—¡Me da tantas cosas!
—¡Muchas más le dais vos! Tengo la impresión de que hay personas muy mediocres entre los francmasones.
—Los iniciados son a menudo decepcionantes —admitió Wolfgang—. La iniciación nunca lo es.
Ambos músicos se dieron el abrazo fraterno.