Viena, Così fan tutte, segundo acto, escenas de la uno a la trece
Gracias a una cadena de unión de especial intensidad, Wolfgang encontró fuerzas para trabajar; incluso sonrió ante las bromas que el abate Lorenzo da Ponte sembraba en un libreto que a él le parecía picante.
—A comienzos del segundo acto —dijo Thamos—, la directora del juego, Despina, recuerda a ambas hermanas que están en la tierra, no en el cielo, y que deben conceder su atención a los enamorados que han tenido el valor de morir por ellas. ¿Cómo disipar su inquietud? Afirmando que los dos hombres cortejan a Despina, como una reina en su trono.
—Las hermanas aceptan recibirlos. Por medio de la gravedad de la música, haré que se perciba el carácter temible del momento en el que las parejas van a cruzarse. Guglielmo, el hombre de la piedra, seduce a Dorabella, la hermosa dorada, e introduce un corazón en el medallón de la joven, en vez del retrato de su prometido. Se forma así el lado pequeño de la Divina Proporción. El grado mayor lo compondrán el hombre de metal, Ferrando, y Fiordiligi, la flor de lis, que acepta su amor a costa del remordimiento y el arrepentimiento, implorando a su verdadero prometido que le perdone esa traición. Mortificados, los dos tentadores lo aceptan: don Alfonso ha ganado su apuesta. La fidelidad no existe, los sentimientos no duran, los seres son intercambiables.
—¡No concluyáis demasiado pronto! —intervino Thamos—. La paz de antaño podrá reconquistarse si Guglielmo y Ferrando respetan su juramento y siguen obedeciéndolo.
—Fiordiligi decide reunirse con su verdadero prometido e intenta convencer a su hermana de que haga lo mismo. Ordena a Despina que le entregue dos sombreros y dos espadas, equipamiento ritual del Maestro masón. Fiordiligi y Dorabella adoptarán el vestido de sus respectivos prometidos y, convertidos en hombres y oficiales, combatirán a su lado.
—Imitarán así a Isis, capaz de transformarse en varón para resucitar a Osiris, pero su proyecto no se realiza, pues no ha llegado aún el momento de abordar ese Gran Misterio. Invocando la ayuda de los dioses, la flor de lis, pureza de la obra alquímica, concede a Ferrando la posibilidad de hacer con ella lo que desee, tras haberla obligado a elegir entre su amor y su muerte.
—¡Ferrando y Guglielmo están furiosos! ¿Fiordiligi? ¡Una flor del diablo! Don Alfonso les ofrece una solución para castigar a los infieles: ¡casarse con ellos! Y los enamorados exclaman que preferirían unirse a la barca de Caronte, el batelero de los muertos, a la gruta de Vulcano y a la puerta del infierno.
—Etapas obligadas de la iniciación, en efecto. De lo contrario, afirma don Alfonso, Guglielmo y Ferrando permanecerán eternamente solteros y no accederán al misterio supremo.
—¿Por qué los dos enamorados no pueden buscar en otra parte? —preguntó Wolfgang—. Porque, como se declaran seres rituales, se sienten indisolublemente vinculados a las dos muchachas que, juntas, forman la pureza del oro.
—En todo es preciso el amor a la Sabiduría, el pilar de los Maestros, indica el Venerable. Ella arreglará la situación. Eso hacen todas las logias verdaderas, ¿no es cierto?
—Pensemos en una boda entre las dos nuevas parejas, que des canse sobre la seducción, la ilusión y la inversión. ¿Desembocará esta unión en el descubrimiento del oro alquímico y de la piedra filosofal?
Viena, 25 de noviembre de 1789
Durante las Tenidas secretas que se celebraban en casa de la condesa Thun, ésta aportó su contribución al ritual de Così fan tutte. Fiordiligi y Dorabella no eran unas profanas, sino hermanas cuyo papel en la elaboración de la Gran Obra alquímica se ponía al fin de manifiesto.
La construcción de un ritual de iniciación que correspondiera al Número principal de la mujer, el Siete, proseguía a partir de los documentos proporcionados por Thamos e Ignaz von Born. Uno y otro sabían que habría un futuro para Così fan tutte y que Mozart tenía la capacidad de llevar a cabo una verdadera revolución masónica por medio de su música y un libreto apropiado.
—El príncipe Karl von Lichnowsky y mi hija Christine van a casarse —le anunció la condesa a Wolfgang—. ¿No deberíamos admitirlo entre nosotros?
—Thamos desconfía de él, y a mí no me gustó su comportamiento durante nuestro viaje por Alemania. Para seros del todo sincero, hermana, no creo en su compromiso iniciático. Espero, sin embargo, que vuestra hija sea feliz a su lado.
Wolfgang no se hizo eco de los rumores referentes a la agitada existencia de Karl von Lichnowsky, cuya fidelidad no parecía su principal virtud.
La condesa, decepcionada y turbada, no insistió.
Aviñón, 3 de diciembre de 1789
A pesar de los peligros de semejante desplazamiento y de las advertencias de sus hermanos vieneses, Thamos había respondido a la llamada de dom Pernety acudiendo al Thabor, el dominio donde trabajaba, con algunos discípulos, en la realización de la Gran Obra. Obedeciendo la Santa Palabra que le había ordenado abandonar Berlín para ir a Aviñón, el erudito reinaba sobre una pequeña cofradía de iluminados, procedentes de Alemania, Inglaterra y Polonia. Con setenta y tres años de edad, el autor de las Fábulas egipcias y del Diccionario mito-hermético parecía desalentado.
—Gracias por haber venido —le dijo al egipcio, a quien consideraba un Superior desconocido—, pero es demasiado tarde. Deseaba proseguir mis investigaciones al abrigo del mundo profano y me he equivocado gravemente. ¿Por qué la Santa Palabra no me advirtió que la Revolución nacida en París lo barrería todo? Hace dos años, éramos un centenar y celebrábamos los ritos del recto camino y del verdadero masón, consagrándonos a la alquimia. Luego llegaron el miedo, el cisma, los enfrentamientos… Esperaba preservar, por lo menos, un pequeño núcleo. ¡Pero las autoridades prohíben cualquier reunión!
—Puesto que no militáis en favor de la Revolución —estimó Thamos—, la combatís.
—¡Me importan un bledo la política y el poder!
—Pero ellos se interesan por vos y quieren ciudadanos uniformes, esclavos de una doctrina intangible.
—¿Qué será de este mundo si esta locura triunfa?
—En Viena, un Gran Mago llamado Mozart construye un templo que sobrevivirá al horror y a las matanzas. El ideal iniciático no morirá.
—Os confío el resultado de mis investigaciones alquímicas. Yo soy demasiado viejo para luchar y partir de nuevo a la aventura. Tal vez la Santa Palabra me guíe de nuevo.
Mientras el anciano, abandonado por sus fieles, se retiraba a su capilla[38], el egipcio se puso en camino hacia Viena, llevando consigo un grueso manuscrito que haría leer a Mozart.