Viena, 1 de noviembre de 1789
El regreso del emperador y la victoria de Belgrado devolvían a los vieneses cierta alegría de vivir. Aprovechando el clima menos tenso, Joseph Anton, el conde de Pergen, aprendía a dominar todos los engranajes de la policía de la que se había convertido en el gran patrón. Utilizaba al máximo a su sicario, Geytrand, para establecer algunos expedientes confidenciales sobre los jefes de servicio y recopilar los chismes utilizados.
Los informes procedentes de Francia eran muy alarmantes. Esta vez, la Revolución atacaba a la propia persona del rey. Obligado a residir en París con su familia, Luis XVI estaba prisionero de implacables doctrinarios que, antes o después, suprimirían al hombre y su función. Sólo los ingenuos creían aún en el establecimiento de una monarquía constitucional deseada por algunos miembros de la Asamblea Constituyente.
Algunos aristócratas abandonaban Francia para huir de la inevitable oleada de violencia. Cuando estallara el furor revolucionario, no respetaría a nadie, ni siquiera a sus más ardientes partidarios. Por mucho que fueran igualitaristas y anticlericales, los francmasones no escaparían. ¿Y cómo sería tratada la reina de Francia, María Antonieta, la detestada austríaca? Varios consejeros de José II tachaban a Joseph Anton de ser excesivamente pesimista. A su entender, la tormenta remitiría. Prudente y ponderado, Luis XVI favorecería una solución de compromiso y los revolucionarios comprenderían que no debían superarse ciertos límites.
—Mozart compone una nueva ópera encargada por el emperador —reveló Geytrand—. Da Ponte escribe el libreto. Se trata de una comedia banal que divertirá a los vieneses.
—¡Viniendo de un Maestro masón de su envergadura, me extrañaría! —masculló Anton—. Por tercera vez, utiliza a Da Ponte para ocultar mejor sus verdaderas intenciones. Nos revelará el destino iniciático del Compañero don Juan y abordará el mundo de la Maestría como nadie lo ha hecho antes. Además, Mozart resiste nuestros ataques jurídicos y financieros. ¿Habrá comprendido que se originan en uno de sus hermanos?
—No lo creo, señor conde. Según nuestro mejor confidente, Hoffmann, la francmasonería vienesa levanta de nuevo la cabeza. Incluso estaría pensando en despertar algunas logias.
—Probablemente es idea de Mozart y de su facción. Si supera los límites, acabaré con él.
Viena, Così fan tutte, primer acto, escenas de la once a la dieciséis
—Don Alfonso y Despina presentan a ambas muchachas a sus prometidos, tan bien disfrazados de albaneses que no los reconocen[37] —explicó Wolfgang—. Como los mejores amigos del viejo filósofo, declaran de inmediato su amor a las dos hermanas, profundamente sorprendidas.
—Fiordiligi permanece inquebrantable como una roca —indicó Thamos—. Puesto que posee la pureza de la llama alquímica, resiste vientos y tempestades. Sólo la muerte podría modificar su corazón.
—La situación parece encallada, pero el Venerable don Alfonso y su paredro Despina no lo entienden así. El ritual debe celebrarse, más allá del mundo de los sentimientos. Ambas hermanas perciben, por lo demás, la importancia de las pruebas que van a sufrir.
—Guglielmo y Ferrando están dispuestos a sacrificarse si las muchachas los rechazan —dijo Thamos—. Beben, pues, veneno y se derrumban. Don Alfonso llama a un médico capaz de hablar en todas las lenguas, que es Despina disfrazada. Utilizando la famosa piedra del hermano Mesmer, que contribuyó a su despertar iniciático, los libera de la muerte.
—Muy pronto —anunció Wolfgang—, el fuego de la cólera que alimentaba el corazón de ambas hermanas se transformará en amor. ¿Acaso no descubrirán a dos seres semejantes y distintos a la vez, en el interior del crisol alquímico que es la logia de los Maestros?
Viena, 16 de noviembre de 1789
Wolfgang confió en uno de sus ilustres hermanos, el doctor Johann Hunczowsky, cirujano y profesor de ginecología en el hospital de Viena, para el parto de Constance. Una preciosa niña, Anna-Maria, vio la luz.
Pero el músico no fue autorizado a besarla.
—¿Qué ocurre? —preguntó, angustiado, a la comadrona.
—No os preocupéis, el doctor Hunczowsky es el mejor especialista de Viena.
—Decidme al menos…
—Sed paciente.
Una hora después del nacimiento, el facultativo salió de la habitación con gesto contrariado.
—Lo siento, hermano Mozart. Vuestra hija ha muerto.
—¿Qué ha muerto?…
—La fatalidad.
—¿La fatalidad? ¿Cómo os atrevéis, vos, un especialista, a pronunciar esa palabra? ¿No habréis cometido un grave error?
—¡No os permito que…!
—Esfumaos.
—Hermano, yo…
—Ya no sois mi hermano. Mi hija ha muerto por vuestra incompetencia.
Furioso, Hunczowsky salió del apartamento dando un portazo. Wolfgang corrió a consolar a su esposa, anegada en llanto. Destrozado por aquel abominable error médico, el compositor tuvo sin embargo que confortar al pequeño Karl Thomas e incluso al perro Gaukerl, que estaba tan triste como sus dueños.
Una deliciosa niña que sólo había vivido una hora, un solo hijo había sobrevivido de cinco… El destino no respetaba a la pareja, más unida aún tras cada prueba.
Anna-Maria fue enterrada al día siguiente.
Ni Wolfgang ni Constance albergaron un sentimiento de rebeldía. ¿Para qué? La voluntad del más allá se cumplía, era preciso aceptarla y comprenderla.