Viena, 6 de octubre de 1789
Così fan tutte, «Así hacen todas», evocará aparentemente el comportamiento de las mujeres —explicó Wolfgang a Thamos—, y a Da Ponte le divertirá.
—Y nosotros pensaremos en las logias. Todas actúan de modo ritual si desean vivir la tradición iniciática.
—La mayoría de los francmasones ignoran la enseñanza de los Antiguos, se niegan a comprender que la iniciación es masculina y femenina. Ahora bien, desde su primer paso en el camino del conocimiento, el Aprendiz se dirige a su matrimonio con la Sabiduría. Y si el hermano no se une a la hermana, el templo no podría construirse. De esta unión ritual depende el fulgor de una verdadera espiritualidad.
—Tendremos, pues, un Venerable y una Venerable encargados de organizar el ritual —sugirió el egipcio—. El primero será un viejo filósofo, don Alfonso[31], que conoce los secretos; la segunda adoptará la apariencia de una sirvienta, Despina[32]. En realidad, orienta a las dos hermanas, Fiordiligi, «la flor de lis», encarnación de la pureza, y Dorabella «la hermosa dorada», evocación de la diosa Hator. Juntas forman el oro puro que será puesto a prueba con el fuego del matrimonio alquímico.
—Al otro lado —prosiguió Wolfgang—, dos hermanos, el metálico Ferrando y el pedregoso Guglielmo[33], que simbolizarán los materiales necesarios para la realización de la Gran Obra. En apariencia seis personajes; en realidad, siete, uno de los Números de la Maestría, pues la orquesta desempeñará un papel muy importante. Y el clarinete, voz suprema de la logia, intervendrá a menudo.
Viena, 13 de octubre de 1789
Entregado a la alegría de edificar una nueva ópera iniciática, Wolfgang compuso dos arias para Louise Villeneuve[34].
De pronto, a Viena llegó una excelente noticia: en Belgrado, por fin liberada, el imperio acababa de obtener una resonante victoria sobre los turcos.
Durante toda la noche, los vieneses cantaron y bailaron por las calles, e incluso Constance, embarazada de ocho meses, participó en los festejos. Aclamaron al vencedor, el barón Gideon von Laudon. Con la ayuda del vino y la cerveza, una dama de alta cuna se envolvió los brazos y la cabeza con las enaguas, mientras la multitud desnudaba a una joven burguesa.
La victoria, la paz, el fin de la inflación, el regreso de una vida agradable y risueña… Viena esperaba de nuevo, y se cantó un tedeum en la catedral de San Esteban, con la seguridad de aplastar a los turcos.
Los francmasones no fueron los últimos en celebrar el triunfo del emperador, y esta vez sin segundas intenciones.
Viena, Così fan tutte, primer acto, escena de la uno a la diez
—El Venerable don Alfonso convoca a Ferrando, el hombre metálico, y a Guglielmo, el hombre mineral —dijo Thamos—. Ferrando está enamorado de Dorabella, la hermosa dorada, y Guglielmo de Fiordiligi, la flor de lis. A sus inflamadas declaraciones, el Venerable responde que se expresa ex cáthedra, es decir, desde la suprema sede donde está ritualmente instalado.
—Guglielmo y Ferrando desenvainan la espada contra el viejo Alfonso porque éste duda de la fidelidad de sus prometidas. Es la misma situación que en Don Giovanni, pero esta vez no hay combate ni asesinato, pues nos encontramos en otro grado. «Soy un hombre de paz», declara don Alfonso, «y nunca me bato en duelo salvo en la mesa». El banquete ritual coronará la ópera, como en toda Tenida.
—El Venerable dirige el juego. Puesto que ambos hombres presentan a sus prometidas como el fénix, el pájaro que renace de sus cenizas y simboliza al Maestro masón regenerado, es preciso verificar la afirmación. Al ser imprescindible la duda constructora para la práctica de la iniciación, don Alfonso hace una apuesta solemne y exige secreto. Ambos hermanos prestan juramento y respetarán sus directrices. Y se anuncia el término del ritual: «¡Qué numerosos brindis queremos hacer por el dios del amor[35]!»
—En un jardín a orillas del mar, Dorabella y Fiordiligi, sintiendo cierto ardor, se preparan para el matrimonio. Y he aquí a don Alfonso, que trae angustiosas noticias.
—¿Habrán muerto sus prometidos?
—No, pero apenas es algo mejor. De hecho, una «orden real» (la de la francmasonería) los llama al combate. Temiendo un fatal desenlace, las dos mujeres quieren morir. «Al final, la alegría», recuerda Alfonso, y no el aniquilamiento.
—El Deber llama a los hermanos —precisó Wolfgang—. Antes de una posible unión de los componentes alquímicos, se impone la separación. Ferrando y Guglielmo suben a la barca de la comunidad y se alejan. Juntos, el Venerable y ambas hermanas celebran la plenitud de la obra futura: «Que suave sea el viento, que tranquilas sean las olas y que cada elemento responda favorablemente a nuestros deseos[36].»
—La materia prima es purificada —observó Thamos—. «Todo va bien», concluye don Alfonso, burlándose de las ilusiones humanas: ¡labrar en el mar y sembrar en la arena!
—Entonces aparece la «sirvienta» Despina —intervino Wolfgang—. No sin razón, se queja de la pesadez de su tarea y tranquiliza a las dos hermanas, especialmente a Dorabella, presa de la desesperación. ¿Qué sus prometidos se han marchado al campo de batalla? ¡No es tan trágico! ¿Acaso, si son hombres de valor, no regresarán cubiertos de laureles? El uno vale tanto como el otro, porque ninguno vale nada. ¡Y si realmente están vivos, regresarán vivos!
—No es posible describir mejor los elementos de la Gran Obra —advirtió Thamos—. Don Alfonso se encuentra con Despina, su homólogo femenino, y comparte el secreto mostrándole una moneda de oro, «el jarabe que la suaviza». Ellos, los dos alquimistas, preparan la inversión de las luces y el cambio de polaridades que nuestro buen Da Ponte tratará como un simple cruce de parejas.