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Viena, 17 de septiembre de 1789

Tras haber compuesto «Schon lacht der holde Frühling», una aria[22] intercalada en una ópera de Paisiello que iba a cantar su cuñada Josepha Hofer[23], Wolfgang acudió a la logia donde, durante la entrada de los oficiales[24], se tocó su Adagio para como inglés, acompañado por dos trompas y un fagot[25]. Aquel anochecer, los hermanos de La Esperanza Coronada olvidaron la prohibición de tocar música, porque hacía demasiado atractiva la Tenida, y se consagraron al estudio de uno de los símbolos principales de la francmasonería, el Gran Arquitecto del Universo.

Según Thamos, este dios constructor, procedente del Antiguo Egipto, modelaba los tiempos y los espacios asociando el espíritu y la materia. Altura, profundidad, longitud y anchura al mismo tiempo, el Gran Arquitecto trazaba al compás el ciclo del universo y permitía a los iniciados discernir el plano en pleno corazón de las tinieblas.

Viena, 20 de septiembre de 1789

El paseo favorito de Wolfgang y de Gaukerl pasaba por la Raubensteingasse, la Stubentor y la Explanada, una tierra de nadie en el exterior de las fortificaciones donde crecían numerosos árboles.

Mientras charlaba con su perro, el músico encontró por fin la idea para su tercera ópera iniciática, consagrada a uno de los aspectos más secretos del grado de Maestro. Così fan tutte[26], «Así hacen todas», canturreó recordando una de las frases de sus Bodas de Fígaro y pensando en las logias dignas de ese nombre.

—Es conveniente evitar dos formas de existencia —recordó Thamos que, de pronto, apareció al lado de Mozart—: Una, la de los placeres, pues es baja y vana; la otra, la de las mortificaciones, pues es inútil y vana. Mostrarás así cómo el Compañero don Juan sale del Fuego secreto y se metamorfosea para cruzar la puerta de la Maestría.

—Describiré[27] lo que sucede en el interior del atanor, el horno alquímico cuyo fuego abrasa al profano y resucita al fénix. ¡Y he pensado en las enseñanzas del cabalista que vos me permitisteis conocer! Durante la Creación, la luz brilló por el lado masculino, a la izquierda; pero derecha e izquierda deben sustituirse una a otra.

—La ofrenda del fuego consiste en vincular lo masculino y lo femenino, en efecto[28] —confirmó Thamos.

—¿Acaso la Maestría no nos enseña a conciliar los contrarios observando la regla de la Divina Proporción[29]? Pero la Cébala nos muestra que todos los matrimonios son difíciles de conseguir. Sólo los justos saben efectuar la unión para acrecentar la paz de este mundo Por ello pondré en escena dos parejas que se disociarán antes de volverse a formar, de modo que tiendan hacia una unidad consciente.

—Necesitarás una tercera pareja, la de los alquimistas capaces de dirigir esa operación. ¿No será demasiado abstracta para el público?

—Tranquilizaos, sabré encarnar esta inversión de las luces en personajes que vivan un verdadero drama, no desprovisto de humor —prometió Wolfgang—. Y Lorenzo da Ponte añadirá los disfraces necesarios.

Viena, 22 de septiembre de 1789

Antonio Salieri, maestro de capilla de la corte y presidente de la Sociedad de Músicos, contempló a Mozart con aire condescendiente.

—¿Habéis sido convocado por el emperador?

—Así es.

—Su majestad está enfermo. No podrá recibiros.

El secretario particular de José II se acercó a Mozart.

—Lo siento, el emperador no puede hablar con vos, pero me ha encargado que os transmita su decisión: os concede doscientos ducados por componer una nueva ópera. En estas penosas horas, los vieneses necesitan distracciones. Intentad ofrecemos una obra menos trágica que Don Giovanni. Manos a la obra, señor Mozart. Wolfgang quedó pasmado. ¡Un encargo oficial cuando acababa de encontrar el tema! La magia de la iniciación no era una palabra vana.

Viena, 29 de septiembre de 1789

Antes de empezar la escritura de Così fan tutte, Wolfgang terminó un quinteto para clarinete y cuarteto de cuerda[30] cuya belleza casi sobrenatural conmovió a Thamos y a Anton Stadler hasta arrancarles lágrimas. Finalmente, el Gran Mago sacaba a plena luz aquel instrumento de inimitables colores. En el alegro solemne y apacible, y sobre todo en el largueto desnudo y profundo, Mozart rozaba lo sublime, en pleno centro del círculo trazado por el Gran Arquitecto del Universo.

Fueran cuales fuesen las pruebas, su poder creador las superaba. Algunos hermanos maestros tocaron la obra durante una Tenida secreta, y Stadler intentó interpretar del mejor modo aquella música celestial en la que se expresaba el misterio del pensamiento iniciático.

Las palabras del ritual transmitían, también, una música inmortal, preñada del alma de los dioses. Y esa noche, «todo fue justo y perfecto».

Anton Stadler no se limitó a ese milagro.

—Debemos mejorar este clarinete —afirmó—. Imagina lo que conseguiría con un instrumento más hechizador aún.

Viena, 30 septiembre de 1789

José II, muy debilitado, se sentía feliz de regresar a Viena, aunque no hubiera conseguido acabar con los turcos. Sin embargo, contenía su amenaza, y la moral de sus tropas no disminuía, al contrario. Sólidos generales mantenían la cohesión del ejército y preparaban algunas ofensivas.

Pero se abría otro frente en los Países Bajos, cuya población quería liberarse del yugo austríaco. Únicamente había una respuesta posible: la represión. Los soldados del emperador chocaban con una resistencia demasiado fuerte, y no cabía duda de cómo finalizaría el conflicto. Los Países Bajos no tardarían en recuperar su independencia.

Las hermosas esperanzas liberales de José II se derrumbaban. Y la Revolución francesa lo dejaba consternado. Sin duda alguna, intentaría extenderse por toda Europa, y Austria debía formar una barrera infranqueable.

El emperador pensó en Mozart, aquel extraño genio que se había atrevido a componer Las bodas de Fígaro desafiando a la aristocracia y un Don Giovanni muy poco apreciado por los vieneses. Le daba una última oportunidad, esperando que el libretista Lorenzo da Ponte proporcionara al músico un tema entretenido.