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Lyon, 22 de julio de 1789

Confirmando su fe en Jesucristo, el supremo iniciado, algunos Grandes Profesos rogaban a su Superior, Jean-Baptiste Willermoz, que tomara posición con respecto a la nueva situación engendrada por la toma de la Bastilla. ¿No se trataba de una revolución que arruinaría el orden social y afectaría a las logias masónicas, profundamente divididas?

A sus cincuenta y nueve años, Willermoz no abandonaría su estatuto de jefe espiritual. Él, y sólo él, dictaría la conducta que se debería seguir. Considerándose un burgués revolucionario, aprobó las iniciativas de los patriotas y presidió uno de sus comités.

De ese modo, su corriente mística no sería sospechosa de aprobar a los opresores del pueblo. Al contrario, participaría en su gran impulso de emancipación.

Viena, 22 de julio de 1789

¡Queridísimo amigo y hermano! —escribió Wolfgang a Puchberg—. Desde que me disteis tan gran testimonio de vuestra amistad, he vivido en plena desesperación hasta el punto de no salir y no poder escribir: Mi esposa está ahora más calmada, y si sus abscesos no hubieran vuelto a abrirse, podría dormir. Se teme que el hueso esté afectado. Ella acepta su suerte con sorprendente paciencia, y aguarda la curación o la muerte con una tranquilidad auténticamente filosófica. Escribo esto con lágrimas en los ojos. Si os es posible, excelente amigo, visitadnos. Ayudadme con vuestros consejos en el asunto que ya sabéis.

¿Quién estaba en el origen de ese «asunto», el proceso financiero que abrumaba a Mozart?

Por fortuna, estaban las Tenidas masónicas. Ciertamente, durante la parte oficial era preciso limitarse a elogiar al emperador y predicar la beneficencia. Luego, algunos hermanos, tras haber fingido que se dispersaban, se reunían en casa de uno u otro, lejos de los ojos y los oídos de la policía. Si un traidor se introducía en aquel pequeño círculo que animaba el Venerable Ignaz von Born, sufriría los ataques de las autoridades. De modo que los clandestinos demostraban una extremada prudencia antes de aceptar a un nuevo miembro.

—A causa de los acontecimientos que están trastornando Francia —precisó Von Born durante el banquete—, el nuevo ministro de la Policía, Joseph Anton, ha recibido plenos poderes. Aplastará a todos los contestatarios. Al practicar la iniciación, liberadora del pensamiento y fermento de la lucidez, nos revelamos como sospechosos. Aumentemos la prudencia y mantengamos silencio sobre nuestros trabajos.

Una vez terminado el ritual, Thamos comunicó dos noticias a Wolfgang. Reduciendo al máximo los gastos considerados inútiles para sostener el esfuerzo de guerra, el emperador ordenaba el cierre de la Ópera italiana, deficitaria. Pero aceptaba que se repusieran Las bodas de Fígaro, a pesar de la hostilidad del intendente de espectáculos y de Salieri. Sólo ponía una condición: que el propio Mozart se encargara de los ensayos.

—Mi esposa está enferma y debe viajar a Badén para la cura —reveló—. Sin embargo, acepto.

—Últimamente pareces muy preocupado.

—Ver sufrir a Constance me destroza. Y esa revolución en Francia…

—Muy pronto quedará desnaturalizada por unas atrocidades alimentadas por el peor programa político: el igualitarismo. Y quienes defienden la doctrina consistente en nivelarlo todo serán los primeros en arrogarse los privilegios arrancados a sus adversarios. Tal vez la luz llegue de un nuevo mundo, los Estados Unidos de América, donde nuestro hermano George Washington fue elegido presidente el 30 de abril.

—Detesto la violencia ciega —declaró Wolfgang—. De ella nunca sale nada bueno.

—Nuestro ex hermano Angelo Solimán alimenta la cólera del pueblo —indicó Thamos—. Manipula a los francmasones y los lanza unos contra otros. Como todo renegado, sólo piensa en destruir lo que antaño veneró.

Viena, 2 de agosto de 1789

Goldhann, el comerciante de hierros, tenía muy mal humor, pero era rico y prestaba de buena gana dinero a tasas exorbitantes. Puesto que Puchberg sólo le facilitaba pequeñas sumas, Mozart recurrió a los servicios de aquel poco claro personaje. Así cubriría los gastos de la estancia de Constance en Badén, mantendría el nivel de vida familiar y frenaría el proceso que contra él había entablado una jurisdicción del gobierno de la Baja Sajonia.

Si el emperador ganaba la guerra contra los turcos, si la vida cultural vienesa recuperaba su vivacidad, si se reiniciaban los conciertos, si regresaba el éxito, el compositor pagaría sus deudas y volvería a empezar con buen pie.

Compuso una arieta para la cantante Ferrarese[20] y una aria[21] para su hermana, Louise Villeneuve, inserta en una ópera de Cimarosa. Mantenía así el contacto con el canto, esperando entrever el tema de su tercera ópera iniciática. Le pesaba la ausencia de Constance. Badén estaba sólo a veinticinco kilómetros de Viena, pero Wolfgang debía dirigir todos los ensayos de Las bodas y comprobar cada detalle, para ofrecer unas representaciones tan perfectas como fuera posible. Mandó a su esposa una decocción y unos polvos medicinales, y le recomendó que se cuidara mucho adoptando una actitud reservada y distante con los seductores que no dejarían de cortejarla. Celoso, Wolfgang afirmó: «Una mujer debe velar por ser respetada, de lo contrario se convierte en tema de conversación de personas malintencionadas.» Y anunció su próxima llegada a Badén, donde por fin besaría a su amada esposa.

Viena, 15 de septiembre de 1789

Joseph Anton echaba sapos y culebras por la reposición de Las bodas de Fígaro, representada el 31 de agosto, el 2 y el 11 de septiembre, y programada para el 19. Se trataba de un éxito marginal, ciertamente, pues la ópera difícilmente alcanzaría las veinte representaciones, cifra irrisoria comparada con los triunfos de Sarti, de Martín y Soler y, más aún, de Salieri y Paisiello, cuyas producciones superaban las ciento cincuenta representaciones. Ese modesto regreso a la escena le proporcionaría muy poca cosa a Mozart, sumergido en sus problemas jurídicos y financieros.

Las noticias procedentes del cuartel general del emperador eran inquietantes. Los meses pasados luchando contra el enemigo habían agotado las fuerzas de José II, y su salud se deterioraba rápidamente. Los médicos intentaban curarle, sin demasiadas esperanzas. Obligado a regresar a Viena, las tropas echarían en falta al monarca. ¿Bastarían para vencer la determinación y la competencia de sus generales?

¡Y Francia se hundía! Desde la toma de la Bastilla, la inseguridad se apoderaba de las campiñas, donde, a pesar de la abolición de los privilegios con fecha de 4 de agosto, los revolucionarios no vacilaban en asesinar a los nobles del modo más bárbaro en nombre de los «derechos del hombre y del ciudadano» proclamados por la Asamblea Nacional el 26 de agosto.

Semejantes conclusiones desembocarían fatalmente en un cambio de régimen, ¿pero a costa de qué matanzas? Y Luis XVI no parecía tener la estatura necesaria para hacer pasar por el aro a los amotinados.

En Viena, la francmasonería se guardaba mucho de saludar a la Revolución francesa y de aprobar a sus cabecillas, entre quienes se encontraban, sin embargo, algunos hermanos e iluminados.

Simple actitud estratégica que no engañaba al ministro de la Policía.