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Berlín, 19 de mayo de 1789

Mozart recibió la hospitalidad de un amigo de confianza, el trompetista Moser, que vivía cerca del Teatro Nacional. Thamos, por su parte, comenzó a buscar hermanos deseosos de participar, protegidos por el secreto, en una o varias Tenidas de investigación. Quería también descubrir a los policías encargados de vigilar al compositor. Berlín no era más segura que Viena.

—¿Sabéis qué ópera se representa esta noche? —preguntó Moser a Mozart—. Ni hecho a propósito: ¡El rapto del serrallo!

Wolfgang fue de incógnito al teatro. No se trataba de su obra favorita, pero era preferible a las de Paisiello o Salieri. Lamentablemente, la cantante que interpretaba el papel de Rubia, la inglesa apasionada por la libertad, desafinó de un modo terrible. Enojado, el compositor se levantó y exclamó: «¡Tened la bondad de dar un re!»

En el entreacto, la diva Baranius tuvo un ataque de nervios y se negó a cantar. Fue necesaria la intervención de Mozart y la dulzura de sus palabras para que aceptara terminar su actuación.

Antes de acostarse, Wolfgang redactó una misiva para Constance en la que evocaba el delicado problema de las cartas destruidas por la censura: «No puedo escribir mucho esta vez, pues debo hacer algunas visitas.» Así, su esposa comprendería que se entrevistaba en secreto con los hermanos berlineses. Muy pronto, Wolfgang la tomaría en sus brazos. «En primer lugar —prometió—, voy a tirarte del moño: ¿cómo puedes creer, o siquiera suponer, que te he olvidado? ¿Cómo podría hacer yo algo así? Sólo por este pensamiento recibirás, la primera noche, una buena zurra en tu encantador culito, destinado a recibir miles de besos.»

Berlín, 21 de mayo de 1789

Las logias berlinesas, tan poderosas antaño, vacilaban ahora. Una vez expulsados de la ciudad iluminados y rosacruces, y con la Estricta Observancia agonizante, ¿qué camino debían seguir?

Tras haber descubierto un importante dispositivo policial, Thamos organizó Tenidas secretas que sólo reunían un pequeño número de hermanos, en el domicilio de uno u otro, con toda seguridad.

Sin ocultar las dificultades vividas por los francmasones vieneses, Mozart expuso los resultados de las investigaciones llevadas a cabo desde hacía varios años, gracias a Thamos y a Von Born. Los tres grados de Aprendiz, Compañero y Maestro formaban una verdadera senda hacia el conocimiento y la Luz, siempre que sus rituales estuvieran correctamente compuestos y celebrados. Era conveniente quitarles el polvo, purificarlos y restituir las etapas principales de la tradición egipcia, madre de la iniciación. Por lo que a Thamos se refiere, deploró las lamentables desviaciones de los altos grados, una serie de huidas hacia adelante que buscaban la vanagloria, los títulos rimbombantes y las ceremonias vacías de sentido.

Varios hermanos quedaron tocados, convencidos incluso, ¿pero cómo abrir una nueva logia, con auténticos rituales, sin sufrir los ataques de la administración masónica y de las autoridades? Actuar clandestinamente exigía demasiado valor y decisión.

Berlín, 26 de mayo de 1789

Mozart debería haber abandonado ya un Berlín muy decepcionante tan poco libre como Viena, de no haber recibido una invitación de la corte para el día 26. Su nostalgia se disipó tras la recepción de dos cartas de Constance, fechadas el 9 y el 13. Estableció una lista precisa de la correspondencia que había enviado y la que ella le había dirigido. Durante diecisiete interminables días, ¡no había recibido ni la menor noticia!

Mientras almorzaba solo en una posada cercana al jardín zoológico, se sentía desolado por llevarle tan poco dinero tras tan largo desplazamiento. Le escribió que la deseaba con ardor y le pidió que preparara bien su pequeño y querido nido para su bribonzuelo, que, durante aquella ausencia en exceso prolongada, se había portado muy bien.

Tras un obligado paso por Praga, cuya necesidad Constance comprendería, Wolfgang esperaba estar de regreso en Viena el 4 de junio. ¡Pero era preciso cruzar la aduana! Dados sus problemas financieros, en ella podían denegar la entrada al compositor, encarcelarlo incluso. Pidió, pues, a su esposa que llevara a una persona de confianza capaz de avalarlo, en caso necesario.

Viena, 25 de mayo de 1789

La situación de Francia preocupaba a Joseph Anton. En Versalles se habían reunido unos Estados Generales encargados de resolver la crisis financiera que abrumaba a un país rico, poblado por veinticinco millones de habitantes. La aristocracia se negaba a escuchar las reivindicaciones igualitarias, el alto clero se envolvía en la rigidez despectiva de su doctrina, los burgueses agobiados por los impuestos protestaban vigorosamente, y el importante campesinado, a pesar de las buenas cosechas del año anterior, seguía sus pasos.

De ese modo, una gran fiebre se apoderaba de toda la sociedad. Y el rey, que cargaba con una detestada esposa austríaca, no encontraba el remedio apropiado. De esos Estados Generales no saldría nada bueno.

Según los agentes del conde de Pergen instalados en Francia, los iluminados desempeñaban un papel nada desdeñable al dirigir, poco a poco, la opinión pública contra la Iglesia y la monarquía. Infiltrados en las logias, y guardándose mucho de hacer referencia alguna a su fundador, Weishaupt, seguían con su trabajo de zapa utilizando a sus adeptos más escuchados, como Mirabeau. Ese poder oculto, casi inaprensible, quería hacer que las instituciones se tambalearan, derribar la monarquía y moldear una sociedad nueva.

Los francmasones vieneses participaban en aquel movimiento subversivo del que Mozart estaba convirtiéndose en uno de los principales animadores. Y le correspondía a Joseph Anton, conde de Pergen, reducirlo a la impotencia.

—Mozart reside, efectivamente, en Berlín —le comunicó Geytrand—. Federico Guillermo II lo recibirá de nuevo. Se rumorea que piensa ofrecerle un cargo bien remunerado.

—No sería una mala solución. Por fin Viena se vería libre de ese maldito francmasón y el rey de Prusia se encargaría de eliminarlo si hiciera demasiado ruido.

Berlín, 26 de mayo de 1789

Ante la princesa Federica, atenta oyente, Mozart tocó uno de sus conciertos para piano [16]. Aquella invitación y la calidad de la concurrencia demostraban que la corte apreciaba su talento y le rendía un evidente homenaje.

Al terminar el concierto, Duport acompañó al héroe de la jornada al despacho del rey.

—Soberbia actuación, Mozart. Confirmo mi encargo y deseo contrataros como compositor permanente con un salario anual de 3.500 florines.

En Viena, Wolfgang ganaba ochocientos. Semejante suma le permitiría acabar con sus deudas y poner fin al proceso que le corroía la sangre. Pero no tenía derecho a abandonar su logia de Viena y traicionar la confianza de Ignaz von Born.

—Me siento muy halagado, majestad, y no sé cómo agradeceros semejante honor.

—¿Aceptáis, pues?

—¿Perdonaréis a un enamorado de Viena que se tome algún tiempo para reflexionar?

—Aprecio la respuesta de un hombre maduro y responsable. Hasta pronto, espero.