Leipzig, 8 de mayo de 1789
En cuanto llegó, Mozart se encontró con el príncipe Von Lichnowsky, que no ocultó su satisfacción.
—¡Por fin estáis aquí!
—Quería respetar mi palabra, pero debo marcharme de nuevo a Berlín.
—Ni hablar, os espera un gran concierto el día 12.
—Lo siento, pero no participaré en él.
—¿Por qué queréis marcharos de Leipzig? Aquí vuestra reputación parece bastante buena. Si reaccionarais de un modo no adecuado, la destruiríais. Sed razonable.
—No sabía que estuvierais tan apegado a esta ciudad…
—Sólo pienso en vuestro renombre, hermano mío.
Leipzig, 12 de mayo de 1789
¿Por qué Lichnowsky deseaba retener a Mozart en Leipzig?, se preguntaba Thamos. Evidentemente, trataba de retrasar su marcha hacia Berlín, como si intentase evitar los contactos entre el compositor y las logias de dicha ciudad. Aquel príncipe, más bien abúlico, colérico y envidioso de la posición masónica de su hermano, le disgustaba cada vez más.
Wolfgang, irritado por aquel contratiempo, daría un gran concierto en Leipzig. Descontento con la interpretación de los músicos durante los ensayos, rompió una hebilla de su zapato en un pataleo, pero consiguió sacar a aquellos perezosos de su inercia.
Y el 12 de mayo, en el Gewendhaus de Leipzig, tocaron dos sinfonías[13] y dos conciertos[14], a los que se añadieron dos arias cantadas por Josepha Duschek y unas improvisaciones de Mozart.
Desgraciadamente, la sala estaba medio vacía y la recaudación fue mediocre.
Leipzig, 14 de mayo de 1789
—Creo que hablasteis de un gran éxito —le dijo Wolfgang al príncipe Karl von Lichnowsky.
—¿Acaso no estáis contento?
—Me habéis hecho perder el tiempo para nada. Salvo por el placer de interpretar, la velada fue decepcionante.
—Olvidemos todo eso y regresemos a Viena.
—Vos regresáis a Viena. Yo me voy a Berlín.
—Allí sólo encontraréis sinsabores, creedme.
—Ya veremos.
—Yo tengo el coche —recordó el príncipe Karl von Lichnowsky—. Naturalmente, me lo quedo, y entonces ya no podréis viajar gratuitamente.
—Me las arreglaré.
—No seáis tozudo y venid conmigo.
—Lo siento, nuestros caminos se separan aquí.
—En ese caso, dadme cien florines.
—¿Acaso os falta dinero?
Se trata de una especie de indemnización, muy legítima, por los servicios que os he prestado. Además, no os negaréis a conceder esa pequeña suma a un hermano en dificultades… Mis negocios han funcionado mal, el viaje ha sido desastroso y necesito urgentemente esos florines.
Desamparado, Mozart accedió. Al menos, así se libraría de Lichnowsky.
Leipzig 16 de mayo de 1789
Gracias a las gestiones de Thamos, algunos hermanos Maestros celebraban una Tenida en casa del organista Karl Emmanuel Engel, para recibirá Mozart. En su logia, Engel hizo que se cantara el Himno a la alegría de Schiller, y estuvo encantado de conocer al autor de tantas obras en las que reinaba un espíritu masónico.
Al finalizar los trabajos, el organista rogó a Mozart que escribiera algunas palabras en su libro de oro. En treinta y ocho compases, Wolfgang plasmó una extraña y pequeña fuga[15], homenaje a Juan Sebastián Bach y, a la vez, búsqueda de sorprendentes armonías, con tantas novedades que Engel enmudeció.
—Nos hemos librado ya de Lichnowsky —le anunció Wolfgang a Thamos, que había alquilado un nuevo coche, tras haberse asegurado de que ningún policía los seguía.
—¿Deseaba conocer los motivos de tu estancia en Berlín?
—No, quería regresar a Viena y obligarme a seguirlo.
—Afortunadamente, Lichnowsky no sabe nada de las Tenidas secretas. No le hagas confidencia alguna.
Antes de abandonar Leipzig, Wolfgang escribió a Constance para tranquilizarla y pedirle que le enviara una última respuesta a Praga, a casa de los Duschek. Así, tal vez evitara la censura. Obligado a pasar, por lo menos, ocho días en Berlín, regresaría a Viena a comienzos de junio, y le rogaba que lo amara como él la amaba a ella.
Viena, 18 de mayo de 1789
—He encontrado el rastro de Mozart —le dijo Geytrand a Joseph Anton.
—¡Ya era hora! ¿Dónde está?
—En Potsdam, Federico Guillermo II le ha encargado varias obras. Luego, el 12, dio un concierto en Leipzig, sin demasiado éxito, antes de partir hacia un destino desconocido… que creo conocer.
—¡Habla, entonces!
—Según uno de nuestros confidentes en la corte de Potsdam, Mozart va a iniciar una nueva carrera en Berlín con el apoyo del rey, que aprecia mucho su producción y no le reprocha su compromiso masónico.
—¡Ese monarca trata con alquimistas, ocultistas y miembros de diversas sociedades secretas! Yo esperaba que le hincara el diente a la francmasonería, culpable de haber abierto las puertas a los iluminados.
—El comportamiento del rey de Prusia es variable e imprevisible —recordó Geytrand—. El jefe de los iluminados ha sido reducido al silencio y su movimiento aniquilado. Por lo que se refiere a los masones, proclaman su hostilidad a las ideas que él vehiculaba. De modo que Federico Guillermo II debe sentirse tranquilizado.
—Mozart en Berlín… Claro, ya no se siente seguro en Viena; aquí ya no dispone de una total libertad de acción y quiere crear nuevas logias con toda impunidad.
—En ese caso, se equivoca gravemente, pues el rey de Prusia nada tiene de liberal.
—Avisa a nuestra organización en Berlín; que intente descubrir a Mozart.
—Ya lo he hecho, señor conde.