Leipzig, 20 de abril de 1789
Mozart habría tenido que proseguir su camino para alcanzar cuanto antes el objetivo visible de su viaje, la corte de Potsdam, donde esperaba llamar la atención de Federico Guillermo II. Pero era imposible no detenerse en Leipzig, la patria musical del genio supremo, Juan Sebastián Bach.
El príncipe Karl von Lichnowsky habría prescindido de buena gana de aquel alto en el camino, pero la determinación de Mozart prevaleció. La misma noche de su llegada, tocó en casa de Platner, el consejero del consistorio, y, a la mañana siguiente, devoró las partituras de Bach. Thamos advirtió muy pronto en ellas sutiles aplicaciones numerológicas, inspiradas en la Cábala, heredera de Egipto. Aun siendo luterano y creyente, Bach había sido iniciado en algunas ciencias paralelas, que explotaba en su arte de la composición. Y Wolfgang, deslumbrado, se zambulló gozoso en ellas.
El día 22, Mozart improvisó en el órgano de Santo Tomás, cuyas notas hicieron sonar el maestro de capilla Doles, alumno de Bach, y Görner, titular del instrumento. Conmovido al poner los dedos en aquellas teclas que había hecho resonar su dios musical, Wolfgang dejó que su alma hablase y tuvo la sensación de comunicarse con su padre espiritual.
Se produjo entonces una especie de milagro.
Al final de la improvisación, el maestro de capilla Doles murmuró, emocionado: «¡Es Juan Sebastián Bach resucitado!» Y cantaron un motete para dos coros del Maestro de Leipzig, del que Mozart apreció hasta la menor nota.
—Todavía puede aprenderse alguna cosa —les aseguró a sus anfitriones.
Potsdam, 26 de abril de 1789
Mozart hizo que le anunciaran al rey Federico Guillermo II, que había subido al trono el 17 de agosto de 1786, sucediendo a su ilustre tío, el francmasón Federico II. Federico Guillermo se interesaba por las sociedades secretas y había estado muy vinculado a los dirigentes de la Rosacruz de Oro del antiguo sistema, antes de la desaparición de la orden.
De modo que Mozart no se dirigiría a un profano, y esperaba que Thamos, tanto en Potsdam como en Berlín, estableciera serios contactos con algunas logias que buscaran la iniciación.
Salió a su encuentro el francés Jean-Pierre Duport, violoncelista, profesor de su majestad y superintendente de música de la Cámara Real. Duport, desmedrado y con el rostro lleno de arrugas, daba miedo a los niños.
—Me han dicho que deseáis ver al rey.
—En efecto, señor superintendente —respondió Wolfgang en francés.
—Ah… ¡Habláis mi lengua materna!
—Un poco. En mi juventud residí en París.
El tono de Duport se suavizó.
—¿Qué deseáis exactamente?
—Ofrecer mis servicios a su majestad.
—El rey está muy ocupado y…
—Tal vez podría ofrecerle una breve improvisación a partir de uno de vuestros minuetos…
El francés vaciló.
—Excelente idea. Pongamos… ¿el 29, al anochecer?
Potsdam, 29 de abril de 1789
Como estaba previsto, el soberano escuchó a Mozart improvisando seis variaciones sobre un minueto de Duport[12].
Visiblemente satisfecho, Federico Guillermo II felicitó a aquel excelente pianista, de estilo tan elegante y música tan refinada.
—Sería un gran honor componer para vuestra corte, majestad.
—Pensaré en ello, Mozart, y volveremos a vemos muy pronto. Puesto que Duport no manifestó hostilidad alguna, aquel primer contacto estaba colmado de esperanza.
—Ya no te siguen —le comunicó Thamos a Wolfgang—. De momento te han perdido la pista. Pero esta aparición pública permitirá a la policía vienesa encontrar de nuevo tu rastro. Hablaremos, antes, con todos los hermanos que podamos.
Potsdam, 2 de mayo de 1789
El príncipe Karl von Lichnowsky estaba de mal humor. ¿Por qué Mozart no participaba más en sus actividades?
—¿Fue agradable la última velada? —preguntó, gruñón.
—Imponerse aquí no será fácil —respondió el músico.
—¿Acaso no somos hermanos?
—¡Es cierto!
—¿Por qué, entonces, me ocultáis tantas cosas?
—La fraternidad no es cháchara ni simple relación amistosa. Implica, sobre todo, deberes iniciáticos que procuro cumplir del mejor modo.
¡Por tanto, Mozart no hablaría! Convencido de que frecuentaba logias locales, Lichnowsky no sabría nada más.
—Vuestra falta de confianza me hiere —declaró, colérico.
—Desengañaos, hermano, no desconfío en absoluto de vos. Simplemente cumplo mi misión. Si actuara de otro modo, ¿qué crédito me concederíais?
—Potsdam no me interesa —lo interrumpió el príncipe—. Debo ir a Berlín y, luego, a Leipzig para algunos negocios. Os reuniréis allí conmigo.
—No tenía intención de volver.
—Organizaré un gran concierto del que vos seréis el florón. Os reportará dinero y prestigio. De modo que os esperaré en Leipzig.
Potsdam, 3 de mayo de 1789
—El terreno no es seguro —le indicó Thamos a Mozart—; me parece que Potsdam está poblado por criaturas del emperador. Hablar con hermanos disponiendo de cierta libertad implica un desplazamiento a Berlín.
—Aguardo esta tarde una decisión del rey. Y Lichnowsky quiere organizar un concierto en Leipzig.
—La actitud del príncipe no me gusta en absoluto.
—Tiene su carácter, pero es un amigo de nuestra hermana Thun, y se casará muy pronto con una de sus hijas.
—Desconfía de Lichnowsky. Ni su título de príncipe ni su calidad francmasón garantizan su honestidad.
Trastornado aún por esa inesperada advertencia, Mozart acudió al palacio real donde fue recibido por Federico Guillermo I.
—Aprecio vuestro doble talento de compositor y de intérprete. Vuestra reputación de hombre de honor habla en vuestro favor. Por eso os encargo seis sonatas y seis cuartetos, con un adelanto de setecientos florines. Y, si residís en Berlín, trabajaréis para la corte.
—Me siento muy honrado, majestad, y os prometo pensarlo.
Duport aguardaba a Mozart a la salida de la audiencia.
—Vuestro salario podría llegar a los 3.700 florines —murmuró.
¡Una pequeña fortuna en perspectiva! Pero todo el dinero del mundo no lo alejaría de su logia de Viena.