6

Dresde, 15 de abril de 1789

Tras su concierto de la víspera, dado en la corte, donde había tocado su Concierto en re en una atmósfera más bien gélida, Mozart recibió una petaca que contenía cuatrocientos cincuenta florines. Puesto que la entrevista con Körner se había fijado para el día 17, el músico acudió a casa del embajador ruso, Beloselsky, donde interpretó varias obras, para mayor goce de la concurrencia.

—¿Conocéis a nuestra gloria local, Hässler, alumno de un alumno de Juan Sebastián Bach, demasiado olvidado en nuestros días? —preguntó el embajador.

—He oído hablar vagamente de él.

—Yo lo conozco bastante bien —intervino Lichnowsky.

—Le gustaría desafiar a Mozart con el órgano —reveló el diplomático—. Según él, un vienés es incapaz de dominar ese instrumento.

—En su lugar —opinó el príncipe—, yo desconfiaría. Se arriesga a cometer un grave error. Pero si insiste…

A las cuatro de la tarde, Mozart se sentó ante el órgano y lo hizo cantar.

Cuando hubo terminado, Hässler estaba pálido.

—Os toca a vos —dijo Lichnowsky, palmeándole la espalda.

—No creo…

—¡Ah, no, amigo, no os escapéis! Vos exigíais este duelo.

Hässler, que simplemente había aprendido de memoria las armonías y las modulaciones de Juan Sebastián Bach, fue incapaz de desarrollar correctamente una fuga, como Mozart había hecho de modo deslumbrante.

—Segunda oportunidad —decidió el príncipe Von Lichnowsky, riéndose—. Volvamos a casa del embajador y, esta vez, nuestros dos campeones se medirán al pianoforte.

Al ser evidente la superioridad de Mozart, Hässler arrió definitivamente la bandera y se esfumó.

—Estoy pensando en organizar una gran gira por Polonia y Rusia, de la que vos seríais el héroe —le anunció el embajador al músico—. Os aclamarán y ganaréis mucho dinero.

—En la actualidad, me es imposible, pero ¿por qué no?

—En cuanto deseéis realizar el proyecto, poneos en contacto conmigo.

Lichnowsky y Mozart pasaron la velada en la Ópera, realmente miserable, donde el compositor saludó a algunas cantantes mediocres, especialmente la intérprete, en 1775, del papel de Sandrina de su Finta giardiniera.

Fatigado e inquieto, Wolfgang se disponía a pasar una turbulenta noche cuando le ofrecieron un maravilloso regalo: ¡una carta de Constance! Se encerró en su habitación y la besó un incalculable número de veces antes de abrirla; luego la devoró.

A las once y media, le escribió:

Querida y pequeña esposa, tengo un montón de ruegos que hacerte.

1. Te ruego que no estés triste.

2. Ten cuidado con tu salud y no te fíes del aire primaveral.

3. No salgas sola a pie o, mejor aún, no salgas a pie en absoluto.

4. Ten la entera seguridad de mi amor. Nunca te he escrito sin tener ante mí tu querido retrato.

5. Presta atención a tu honor y al mío, no sólo en tu conducta, sino también en las apariencias. Que esta petición no te enoje. Precisamente debes amarme más aún por mi apego al honor.

6. Y finalmente, te ruego que me des más detalles en tus cartas. Debes saber que todas las noches, antes de acostarme, hablo más de media hora con tu retrato y lo mismo hago al despertar. En adelante, escribe siempre a Berlín, al apartado de correos.

Te beso y te abrazo 1.095.060.437.082 veces. ¡Puedes intentar pronunciarlo!

Dresde, 17 de abril de 1789

En 1786, Schiller había escrito para el francmasón Christian-Gottlieb Körner una Oda a la alegría[10], que algunas logias alemanas utilizaban.

—Oficialmente —le dijo a Mozart el consejero en el tribunal de apelación—, habéis venido para servir de modelo a mi cuñada Doris Stock, que trabaja con mina de plomo[11]. Cuando ella haya terminado vuestro retrato, vos improvisaréis al piano y hablaremos.

Dejar correr el pensamiento y las manos por las teclas, hacer nacer una melodía que variaba hasta el infinito, ¡qué felicidad! Pero fue necesario interrumpirlo.

—Mis hermanos me han comunicado vuestra proposición —reconoció Körner—. La implantación de una logia secreta en Dresde me parece imposible. En primer lugar, porque no lo sería durante mucho tiempo a causa de los espías y los delatores. Y luego, porque aquí no hay suficientes masones capaces de llevar a cabo una verdadera investigación iniciática. Olvidad Dresde, hermano Mozart.

Viena, 18 de abril de 1789

Furioso, Joseph Anton dio un puñetazo en su mesa.

—¿Cómo que desaparecido? ¡Explícate, Geytrand!

—El término me parece excesivo, señor conde. Momentáneamente hemos perdido el rastro de Mozart, lo reconozco, pero lo encontraremos muy pronto.

—¡Sería preferible para la continuidad de tu carrera! ¿Y los hechos?

—Disfrazado de empleado de la posta, uno de nuestros agentes creyó que Mozart ocultaba una caja en un granero. En cuanto entró, lo dejaron sin sentido.

—¿Y el agresor?

—Nuestro agente no lo vio. Cuando despertó, hacía ya mucho que el coche de Mozart se había marchado.

—¿Se lo ha visto en Praga?

—Desgraciadamente, no.

—Si se oculta allí, nos costará mucho echarle mano.

—Forzosamente reaparecerá en alguna parte, señor conde. Además de su misión masónica, Mozart también debe pensar en ganar dinero, por tanto, en dar conciertos y firmar contratos. Mis informadores me indicarán su presencia en una corte principesca u otra, no me cabe duda.

—¿Ya es posible peinar Praga?

—Todavía no, pero nuestro dispositivo nos permite vigilar a las personalidades masónicas especialmente activas, como el conde Canal y el padre Unger.

—¿Has sobornado a algún hermano de la logia La Verdad y la Unión?

—Sólo a un hermano sirviente que no tiene acceso a las Tenidas de la Maestría y no participa en las decisiones. Hasta ahora, sus informaciones carecen de interés. El carácter hermético de esa logia me parece muy significativo. Por una parte, los hermanos se muestran desconfiados, y por otra, forzosamente llevan a cabo trabajos secretos, dado su carácter subversivo.

—Al menos, somos conscientes del peligro —estimó Joseph Anton—. Tal vez el emperador me ofrezca algún día los medios para erradicarlo.

—Este lamentable incidente demuestra que Mozart está protegido —añadió Geytrand—. Dada la importancia de este viaje, un ángel custodio vela por él. Descubrió a mi agente y se libró de él.

—Si no me engaño, Ignaz von Born ya gozó de ese tipo de privilegio.

—En efecto, señor conde.

—Tendremos que identificar a ese protector, Geytrand, e impedir que nos perjudique.

—El individuo es tan discreto como hábil. No hay ni la menor pista de él.

—Todo el mundo comete errores. Sobre todo, encuéntrame a Mozart.