Praga, 10 de abril de 1789
Mozart llegó a la una y media del mediodía y se instaló en el hotel del Unicornio, en el centro de la ciudad. Tras pedir que lo afeitaran, peinaran y vistieran, tomó un coche para dirigirse a casa de su hermano, el conde Canal.
Frente a la casa estaba Thamos.
—La mansión está vigilada —le dijo a Wolfgang—. Ve a casa de tus amigos los Duschek y vuelve cuando caiga la noche. Entonces sabré algo más.
Los Duschek no estaban. Josepha trabajaba en Dresde, y su marido estaba almorzando en el establecimiento de Leliborn.
Ambos amigos se sintieron felices al volver a verse y compartir una buena comida; tras ello, el compositor regresó a casa del conde Canal.
Apenas el coche se hubo detenido cuando Thamos subió y le dio al cochero la orden de alejarse.
—Los principales dignatarios de la logia La Verdad y la Unión están vigilados —señaló el egipcio—. Puesto que nos quedaremos en Praga muy poco tiempo, no tengo la posibilidad de organizar una Tenida totalmente segura. Cuando pasemos de nuevo, será distinto.
En el hotel, Lichnowsky parecía impaciente.
—¿Dónde os habíais metido, Mozart?
—He visto a unos amigos.
—¿Hermanos?
—No, a los Duschek, unos músicos que me recibieron magníficamente en mi anterior estancia en Praga.
—Os reclaman. Y os aviso que no pienso demorarme aquí, pues tengo asuntos urgentes aguardándome. Partiremos mañana, pues.
Mozart se entrevistó con Domenico Guardasori, el activo director del Teatro Nacional de Praga, que, próximo ya a los sesenta, seguía pensando en grandes proyectos.
—Me gustaría que leyerais un libreto del poeta Metastasio, La clemencia de Tito. Trata sobre la grandeza de un emperador que concede el perdón a sus enemigos, ¿no es un hermoso tema?
No se adecuaba en absoluto a la tercera ópera iniciática con la que Mozart soñaba.
—Os ofrezco doscientos cincuenta ducados por la obra y cincuenta para gastos de viaje. Puesto que debo ir a Viena, no tengo tiempo de establecer debidamente un contrato. Considerad, sin embargo, que se trata de un encargo en firme.
—De acuerdo, trabajaré en ello —accedió Wolfgang.
La suma prometida merecía atención. Pese a la imposibilidad de ver a sus hermanos praguenses, el viaje no comenzaba del todo mal.
Dresde, 12 de abril de 1789
Por culpa de los malos caminos, Lichnowsky y Mozart llegaron a Dresde el domingo, a las seis de la tarde. El músico dejó al príncipe en el hotel de Polonia y se dirigió a casa de su amigo Neumann, maestro de capilla y hermano de la logia La Manzana de Oro, con el pretexto de entregar una carta a su inquilina, Josephs Duschek.
A la cantante le alegró mucho ver de nuevo a Mozart. Él le entregó la misiva que su marido le había confiado y, luego, se reunió con el hermano y con Thamos.
—¿La policía vigila vuestra logia? —quiso saber el egipcio.
—Sí —respondió Neumann—. Debemos declarar nuestros nombres y concretar el contenido de nuestros trabajos para que nos dejen relativamente en paz. El poder teme la influencia subterránea de los iluminados, aunque hayan desaparecido oficialmente de escena. Algunos hermanos creen todavía en el porvenir de la Estricta Observancia, aunque su número disminuye día tras día.
—¿Podremos organizar una Tenida secreta y comunicaros los resultados de nuestras investigaciones? —preguntó Thamos.
—Lamentablemente, eso es imposible. Dresde es una ciudad pequeña y cerrada. Ese tipo de iniciativa sería denunciada y todos tendríamos serios problemas. Intentaré obtener una audiencia en la corte, aunque no os garantizo nada. Aquí, la música no cuenta demasiado y no se quiere a los extranjeros. En cambio, varios salones, entre ellos el del embajador de Rusia, estarán encantados de escuchar a Mozart.
Dresde, 13 de abril de 1789
Tras haber escrito, a las siete, una carta a Constance donde proclamaba su ardiente amor y los deseos que sentía por ella, Wolfgang se dirigió a la capilla de la corte. Allí habló con el «director de los placeres» que, con gran sorpresa por su parte, le anunció que lo escucharían en concierto al día siguiente, a las cinco y media.
El músico festejó la buena noticia almorzando en el hotel de Polonia con su hermano Lichnowsky, Josepha Duschek y Neumann. De regreso en la capilla, Mozart tocó el órgano y participó en la ejecución de un trío compuesto por Puchberg. Por lo que a Josepha se refiere, cantó algunas arias de Las bodas de Fígaro y de Don Giovanni.
Terminado ese momento de relajación, Thamos llevó a Mozart flanqueada por edificios burgueses. Cruzaron un porche discretamente presidido por una escuadra grabada en la piedra y llamaron ritualmente a la puerta del apartamento del primer piso.
Allí sólo había cinco francmasones. El más joven tenía veintiocho años; el de más edad, cincuenta.
—Bienvenidos, hermanos. ¿Qué ocurre en Viena?
Mozart explicó las peripecias que habían acarreado la dimisión de Ignaz von Born y describió el triste estado de la francmasonería.
—No es razón para desesperarse —añadió—. Los hermanos que han resistido esa tempestad están mucho más decididos que antaño. Aun mostrando nuestra total sumisión al emperador, celebramos nuestros rituales y proseguimos nuestras investigaciones, descubriendo la tradición iniciática del Antiguo Egipto.
—¿No teméis la intervención de la Iglesia?
—El arzobispo de Viena detesta la francmasonería y ha introducido espías en las logias. No atacamos de frente al cristianismo, como los iluminados, que lo pagaron muy caro. Sólo nos interesan los Grandes Misterios, no la crítica de la religión y de las instituciones actuales.
—¿Qué esperáis de nosotros, hermano?
—La formación de una logia de investigación a partir de los materiales y los rituales que estamos dispuestos a transmitir.
El decano bajó la cabeza.
—Sería una responsabilidad excesiva. Como podéis comprobar, sólo somos un puñado de hermanos deseosos de recuperar las raíces de la iniciación, y Dresde no es el entorno ideal. Tal vez quede una última posibilidad…
—¿Cuál?
—Visitad a nuestro hermano Christian-Gottlieb Körner, consejero en el tribunal de apelación. Si él decide intentar la aventura, lo seguiremos.