Viena, 3 de abril de 1789
En casa de los Mozart, tras una velada generosamente regada, Wolfgang compuso un cuarteto vocal[9] para Constance, Gottfried von Jacquin, Anton Stadler y él mismo, que acompañó al piano. El texto, no apto para todos los oídos, no despertaba en absoluto la melancolía: «¡Querido, empuja y traga, embiste y devora, abraza y zampa!» Los alegres comensales, que estaban tomando rapé, soltaron la carcajada al cantar esa despierta melodía.
Constance, encantada con su nuevo embarazo, se divertía sin contenerse.
Tras la marcha de los invitados, Wolfgang la besó con ternura.
—Debo ir a Praga —le reveló—, y pasaré por varias ciudades alemanas por si puedo obtener algunos encargos. Necesitaremos más de los ochocientos florines de mi salario anual.
—Los francmasones praguenses te reclaman, ¿no es cierto?
—Eso es, y debo respetar mi juramento. En Berlín pienso obtener un importante contrato que asegure nuestro porvenir.
—Pareces inquieto…
—A causa de la guerra, la alta sociedad ya no se interesa por la música, y menos aún por la mía. Puesto que Viena me hace ascos, debo buscar la fortuna en otra parte. Esta vez, desgraciadamente, me resulta imposible llevarte conmigo. Por eso te he escrito un poema.
Con timidez, Wolfgang ofreció el texto a Constance:
Antes del viaje proyectado, puesto que parto hacia Berlín, espero de él, es cierto, honor y gloria, pero aunque yo no presto atención a las alabanzas, tú permaneces, oh, esposa mía, muda ante los halagos. Cuando volvamos a vemos, nos cubriremos de besos y nos abrazaremos degustando un sublime goce. Antes, correrán lágrimas de tristeza que nos romperán el corazón.
Viena, 8 de abril de 1789
En opinión de Ignaz von Born y de Thamos, Mozart tenía que ver a sus hermanos praguenses y contribuir al desarrollo de la investigación iniciática reforzando los vínculos con las logias vienesas. Durante ese turbio período, semejante misión adquiría una importancia capital, y la fama del compositor, venerado por numerosos francmasones de la ciudad donde habían sido aclamados Las bodas de Fígaro y Don Giovanni, le facilitaría la tarea.
En tiempos del Noviciado, del Aprendizaje y del Compañerismo, escuchaba a los Maestros y seguía sus directrices. Ahora, sólo él debía asumir unas responsabilidades repletas de consecuencias.
Viajar sin Constance y sin Gaukerl, apenado por no participar en la expedición, era una dura prueba. Wolfgang se sentía perdido, obligado a enfrentarse a mil y una obligaciones.
—¿Os gusta mi coche? —le preguntó el príncipe Karl von Lichnowsky, con su rostro de vividor y seguro de sí mismo.
—No puedo imaginar nada más cómodo.
—¡En marcha, pues!
La condesa Thun, hermana que acogía en su casa las Tenidas secretas, había recomendado a Wolfgang viajar con ese hermano, alumno del compositor, que pese a sus mediocres aptitudes musicales, disponía de numerosos contactos.
Constance y el pequeño Karl Thomas, de cuatro años y medio de edad, se alojarían en casa del hermano Michael Puchberg, protector financiero de la familia.
—El clima de Viena es un asco —afirmó Lichnowsky—. Esa guerra interminable, la vida cultural que se esfuma, la omnipresencia de esa rata de Salieri y la desconfianza con respecto a nuestra querida francmasonería. Hacéis bien en marcharos, Wolfgang. Berlín os reservará gozosas sorpresas.
—Aunque no desdeñable, la perspectiva de los buenos negocios es sólo un pretexto.
—¿Acaso la logia os ha confiado una misión?
—Reanudar los vínculos, la querida cadena que nos unía.
Lichnowsky pareció extrañado.
—Se rumorea que vos, el discípulo preferido de Ignaz von Born, sois el Venerable oculto de los francmasones vieneses… ¿Es eso cierto, pues?
—Los títulos y los honores no cuentan, hermano. Sólo importa la acción efectiva. Dadas las amenazas que gravitan sobre nuestra orden, ¿no es conveniente, acaso, devolver una mayor coherencia al edificio?
—¡Así pues, sois embajador de la iniciación! Corréis muchos riesgos.
—¿Acaso alguna vez son suficientes para llevar a cabo el propio ideal?
A cierta distancia, el coche de Thamos seguía al del príncipe Von Lichnowsky. El egipcio escoltaría al músico durante todo el viaje.
Budwitz, 8 de abril de 1789
Ya en la primera parada, Wolfgang sintió una profunda melancolía y advirtió hasta qué punto echaba en falta a Constance. «Mujercita querida —le escribió, mientras que Lichnowsky discutía sobre los caballos—, ¿piensas en mí tanto como yo en ti? Contemplo tu retrato a cada instante y lloro, de alegría y de tristeza al mismo tiempo. No te preocupes por mí, pues no he sufrido contrariedad alguna, salvo tu ausencia. Te escribiré algo más legible desde Praga, donde tendré menos prisa.»
El sicario de Geytrand no tenía prisa. Fingiendo pertenecer a la posta, había interrogado al cochero del príncipe y conocía el destino de Mozart. Redactaría un informe para su jefe y pasaría el testigo a un agente local. El músico francmasón no quedaría sin vigilancia en ningún momento.
El falso empleado de la posta había seguido ya anteriormente a algunas personalidades, cuyos hechos y gestos durante sus desplazamientos deseaban conocer las autoridades.
Hambriento, fue a almorzar.
—¿Puedo sentarme a vuestra mesa? —le preguntó un cochero bastante corpulento.
—Si lo deseáis.
—Acabo de cobrar una prima, así que os invito a vino.
—Eso no se rechaza. ¿Adónde vais?
—A Praga. Llevo a un músico.
—¿No será Mozart?
El cochero reflexionó.
—Sí, algo así se llama. Es un tipo bastante extraño.
—¿Por qué lo decís?
—Porque ha escondido un baúl en el granero, justo al lado del albergue. Curioso, ¿no? Claro que eso no es cosa mía.
Antes de terminar la comida, el falso empleado de la posta alegó un apremiante deseo de abandonar la mesa.
Apenas hubo entrado en el granero cuando el potente puño de Thamos, perfecto cochero, cayó sobre su cabeza.
De este modo quedaba cortado el hilo con los empleadores del policía, y Mozart podía proseguir apaciblemente su viaje.