Viena, 6 de marzo de 1789
Mozart, calurosamente recibido por su hermano en masonería, el conde Johann Nepomuk Esterházy, dirigió con alegría El Mesías de Haendel, que él había instrumentado de nuevo[8] a petición del barón Gottfried Van Swieten. Sin limitarse a un trabajo superficial, Wolfgang se había apoderado de aquella obra monumental y tónica introduciendo algunos vientos, añadiendo recitativos y abreviando melodías. Aunque le pagaban de forma mediocre, olvidaba dicho inconveniente para hacer vibrar aquella música admirable, parecida a la de Juan Sebastián Bach.
El barón Van Swieten, que había nacido en los Países Bajos y era hijo del médico personal de la difunta emperatriz María Teresa, había hecho una brillante carrera diplomática antes de ser nombrado prefecto de la Biblioteca Imperial y Real, presidente de la Comisión de Estudios para la Educación y la Cultura y jefe de la censura, encargado de vigilar las publicaciones.
Nadie podía probar que hubiera sido iniciado en la francmasonería durante su estancia en Berlín, de 1770 a 1777, y el propio emperador ignoraba que protegiera a los francmasones y evitara que cometiesen algunos errores. En presencia de algunos dignatarios dispuestos a espigar la menor confidencia, el barón procuraba declarar su hostilidad a las ideas masónicas y su gran desconfianza con respecto a esa sociedad, demasiado secreta aún.
Mozart le agradecería eternamente que le hubiera hecho descubrir al más genial de todos los músicos, Juan Sebastián Bach, completamente olvidado. No sin esfuerzo, Wolfgang había logrado asimilar el mensaje del Maestro y alimentar con él sus propias obras.
—Las noticias de Francia son muy inquietantes —le reveló a Mozart el barón—. La animosidad contra Luis XVI y su esposa María Antonieta no deja de aumentar, y el gobierno tiene muchísimas dificultades para contener el incendio. Por eso José II piensa reformar su policía y endurecer su actitud ante las ideas subversivas y los movimientos contestatarios.
—¿Se incluirá la francmasonería en esa categoría?
—Mucho me temo que sí, a pesar de su comportamiento respetuoso con el poder. Sed extremadamente prudente, Mozart.
Viena, 10 de marzo de 1789
Presidente del gobierno de la Baja Austria y notable administrador, Joseph Anton, conde de Pergen, se consagraba desde hacía varios años a otra tarea que consideraba esencial: dirigir el servicio secreto encargado de vigilar la francmasonería.
Varias veces, Anton había temido que el emperador pusiera fin a su misión y desmantelara su organización, tan pacientemente construida. Pero José II, reconociendo los esfuerzos llevados a cabo y temiendo la expansión de una francmasonería incontrolable y contestataria, dejaba las manos casi libres al conde de Pergen, siempre que no provocara escándalo alguno. Así pues, desde la decadencia del mineralogista Ignaz von Born, antaño jefe espiritual de la orden, era imposible espiarle. El ex francmasón se limitaba ahora a sus investigaciones universitarias y el soberano se negaba a perseguirle.
Según Anton, Von Born seguía haciendo daño al organizar Tenidas secretas en las que participaba su discípulo preferido, Wolfgang Mozart. Von Born en el exterior, Mozart en el interior: los dos hermanos actuaban en perfecta armonía. Al tener las manos libres, el mineralogista desarrollaba una temible organización, útil al compositor.
Joseph Anton, un excelente conocedor de los ritos masónicos revelados por traidores bien pagados, veía claramente cuál era el juego del músico. Ahora, él era el cabecilla oculto de la francmasonería vienesa.
Un cabecilla al que, tal vez, habría que meter en cintura, y cuya influencia se hacía en exceso peligrosa. Así, gracias a su poder administrativo, el conde de Pergen había puesto en marcha un proceso financiero contra Mozart que le causaba graves preocupaciones y, probablemente, lo llevaría a la ruina. El músico no podía sospechar que el demandante, cuya identidad ignoraba todavía, era uno de sus hermanos en masonería.
Geytrand, que blandía un grueso informe, parecía bastante satisfecho de sí mismo.
—Por fin avanzamos en el delicado terreno praguense —declaró con voz ronca—. Dos hermanos conseguían bloquear nuestras investigaciones: el conde Canal, con innumerables relaciones, y el padre Unger, seguro del apoyo de las autoridades eclesiásticas. Ahora están bajo vigilancia, y he preparado expedientes acusatorios para demostrar al emperador su capacidad de hacer daño. Pero Praga es una ciudad compleja, donde nuestros agentes se mueven con dificultad y encuentran muchos obstáculos. La precipitación nos llevaría al fracaso, por eso os pido tiempo.
—De acuerdo, amigo mío.
—El hermano Leopold Aloys Hoffmann nos informa de las palabras que se dicen en la logia de Mozart. En apariencia, nada alarmante: indefectible apoyo al emperador, respeto por los valores morales y practica de la beneficencia. Todo muy inofensivo.
—¡Ese tal Hoffmann es un imbécil! —rugió Joseph Anton—. Basta con echarle un puñado de polvo a los ojos para que se vuelva ciego. Y pensar que pertenecía a la sociedad secreta de los iluminados antes de denunciarlos… ¡Es como para preguntarse si ha percibido nunca la menor luz! Intenta despabilarlo y enséñale a mantener los ojos y los oídos bien abiertos.
Viena, 25 de marzo de 1789
Mientras su hermano Artaria se disponía a publicar algunas danzas alemanas y algunos minuetos, Mozart sufrió un nuevo ataque administrativo y financiero. Gracias a la serenidad de Constance, que empleaba del mejor modo su salario, a la familia no le faltaba de nada. Sin embargo, Wolfgang tenía que solicitar un nuevo préstamo.
Para ello pensó en primer lugar en Franz Hofdemel, de treinta y cuatro años, candidato a la logia La Esperanza Coronada. Jurista, funcionario de la cancillería en el tribunal de Viena, apasionado por la música, Hofdemel tenía un hermoso piano y tres excelentes violines. Presumiendo de elegancia, daba incluso conciertos en su soberbio apartamento de la Grünangergasse, y su joven esposa de veintitrés años, María Magdalena, con dotes para el piano, acababa de convertirse en alumna de Mozart.
Asegurándole por carta que muy pronto podría llamar a Franz Hofdemel «con un nombre más hermoso» —es decir, el de hermano—, Wolfgang le solicitó un préstamo de cien florines.
El futuro francmasón aceptó y, el 2 de abril, Mozart redactó una letra de cambio a su nombre: «Me comprometo a pagar, dentro de cuatro meses, esta suma al señor Von Hofdemel, en mano o a su orden; he recibido el contravalor en dinero; me comprometo a devolverlo antes de que expire el plazo y me someto al Tribunal Imperial y Real de Comercio y Cambio de la Baja Austria.»
Al día siguiente, el documento se entregó a Joseph Anton, que quedó encantado al descubrir la nueva deuda. En vez de dicha cantidad, considerable ya, el rumor hablaría de mil florines, y se haría hincapié en el comportamiento irresponsable del francmasón Mozart, incapaz de administrar su presupuesto.