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Viena, 10 de enero de 1789

A causa de un decreto imperial, en Viena sólo subsistían dos logias masónicas, La Verdad y La Esperanza Coronada[2], a la que pertenecía Mozart.

En 1785, un millar de francmasones se distribuían por varios talleres, pero la expansión de la orden inquietaba a las autoridades. Olvidando su liberalismo y tomando en serio las advertencias del conde de Pergen, José II había intervenido de modo autoritario, lo que provocó el exilio de numerosos hermanos, sobre todo el del maestro espiritual de la orden, el mineralogista y alquimista Ignaz von Born, incapaz de actuar ahora. Éste había pedido a su discípulo, Mozart, que no abandonara su logia e implantara en ella un auténtico espíritu iniciático.

Gracias a la hospitalidad de su hermana en masonería, la condesa Thun, cuyo marido pertenecía a su logia, Ignaz von Born, Mozart, Anton Stadler, clarinetista y amigo de la infancia de Wolfgang, Thamos y algunos maestros más celebraban Tenidas secretas durante las que proseguían sus investigaciones sobre los ritos y los símbolos procedentes de la tradición egipcia.

Además, puesto que la condesa no se satisfacía con la iniciación rebajada que la francmasonería concedía a las mujeres, Mozart, Thamos y Von Born trabajaban en la elaboración de un ritual que correspondiera al genio femenino. Desde su adolescencia, el compositor se sentía habitado por el tema de Thamos, rey de Egipto, un drama del hermano Tobías von Gebler, consagrado a los sacerdotes y las sacerdotisas del sol. Thamos, el nombre de su iniciador, del enviado de Oriente que velaba por él desde su infancia.

Hastiado y fatigado, Von Gebler había dimitido de su puesto de Venerable y había abandonado la francmasonería antes de morir.

—Tu nuevo domicilio está vigilado —le dijo Thamos a Wolfgang—. El servicio secreto antimasónico va detrás de ti. Tendrás que tomar todas las precauciones posibles.

—¿Y Von Born?

—Desde que abandonó sus funciones masónicas, lo dejan en paz.

Viena, 27 de enero de 1789

Ningún proyecto de ópera, ningún concierto, sólo la edición en casa de su hermano Artaria de seis contradanzas[3] y su salario anual de ochocientos florines[4] pagado en cuatro plazos. Ni como pianista ni como autor, Wolfgang interesaba en Viena. Nostálgico a veces, pensaba en las veladas triunfales donde le aplaudía un numeroso público. ¡Irrisoria vanidad! Su destino adoptaba otros caminos. Aquel desabrido invierno, marcado por la guerra de incierto final contra los turcos, apenas componía[5], trabajaba para su logia oficial y para su logia secreta, y leía mucho: Fedón o la inmortalidad del alma, de Moses Mendelssohn, los antiguos libros de Heliodoro y de Apuleyo que trataban de la iniciación, obras de alquimia y numerología, los textos rosacruces y las enseñanzas esotéricas egipcias.

Así se forjaba armas, así alimentaba su futura música.

El pequeño Karl Thomas entró en su despacho.

—¿Sabes qué día es hoy, papá?

—Lo he olvidado.

Veintisiete de enero, ¡tu aniversario!

Sonriente, el muchacho trepó a las rodillas de su padre.

—¿Qué edad tienes?

—Treinta y tres años.

—¡Qué viejo!

—No tanto.

—De todos modos, ¡vivirás siempre!

Constance no había olvidado la fecha y la comida estuvo a la altura del acontecimiento. En el menú, trucha ahumada de los Alpes, un capón, pasteles y un excelente champán.

Wolfgang adoraba a su esposa. Nunca se quejaba, llevaba admirablemente la casa y afrontaba las dificultades con un inquebrantable valor. Se sabía de memoria las óperas de su marido, apoyaba su esfuerzo creador y le permitía trabajar a su antojo. Con respecto a su compromiso masónico, ninguna crítica, ningún reproche. Gracias a ella, el músico gozaba de un indispensable equilibrio cotidiano, lejos de las pasiones y de la exaltación que impedían cualquier creación verdadera sometiendo el individuo a sus pulsiones.

Viena, 10 de febrero de 1789

Cuando una ley fiscal sobre la igualdad que reformaba el antiguo sistema feudal acababa de ser promulgada, prueba de la benevolente inteligencia del poder, Wolfgang compuso una sonata para piano en tres movimientos[6], evocación de una Tenida armoniosa.

El alegro inicial, majestuoso y sereno, describía la apertura del templo al que regresaban los hermanos, felices por vivir de nuevo un ritual. El adagio celebraba su mutuo reconocimiento gracias a los signos y los números que les eran conocidos. Finalmente, el breve alegreto cantaba la alegría del banquete, celebración de los alimentos espirituales y materiales.

Severamente regulada, sin embargo, la logia La Esperanza Coronada seguía celebrando sus ritos. En ella se guardaban mucho de formular cualquier crítica contra el poder y se alababa la necesidad de la Virtud, esa cualidad masónica que iba mucho más allá de la moral y exigía al iniciado una especie de rectitud aplicada a todos los aspectos de su vida; ideal casi inaccesible, es cierto, pero sin el que la francmasonería hubiera sido sólo una mascarada.

Viena,28 de febrero de 1789

Por iniciativa del abate Lorenzo Da Ponte, libretista oficial de Las bodas de Fígaro y de Don Giovanni, cuya dimensión iniciática se le escapaba por completo, se tocaban en Viena algunos popurríes en los que figuraban ciertas melodías de Mozart.

En la sala pequeña del Reducto, en el palacio imperial, centenares de juerguistas comían, bebían, se disfrazaban y revoloteaban escuchando con displicente oído las seis últimas Danzas alemanas[7] de Mozart.

Cuidando mucho la orquestación y el color instrumental, Wolfgang no trataba a la ligera aquellas obritas que, al fin y al cabo, le daban de comer. Privado de conciertos, en busca de una gran idea para una ópera, demostraba cuánto era capaz de hacer.

Algunos de sus amigos íntimos, como Anton Stadler, abrumado por una familia numerosa y siempre endeudado, lamentaban que Mozart se viera reducido a tan poco. ¿Pero cómo luchar contra la mediocridad ambiental, que beneficiaba al insípido Salieri y a sus émulos?

Constance apoyó tiernamente la cabeza en el hombro de su marido.

—Tengo una excelente noticia, querido.

—¿Estás… estás segura?

—Sin duda, Karl Thomas tendrá un hermanito o una hermanita.

Tras haberles arrebatado a tres hijos de corta edad, ¿les sería favorable el cielo?