22 de noviembre de 1909
44 Fontenoy Street, Dublín
Querida, tu telegrama descansa esta noche en mi corazón. Cuando te escribí las últimas cartas estaba totalmente desesperado. Creía haber perdido tu amor y tu estima, tal como merezco. Tu carta de esta mañana es muy dulce, pero estoy esperando la que seguramente escribiste después de mandar el telegrama.
De todas maneras, difícilmente me atrevo a mostrarme ya familiar contigo, querida, hasta que me des de nuevo permiso. Presiento que no debo hacerlo, pues tu carta está escrita en tu viejo y familiar estilo malicioso. Quiero decir, cuando me dices lo que me harás si te desobedezco en cierta cuestión.
Sólo me atreveré a decirte una cosa. Dices que deseas que mi hermana te lleve alguna ropa interior. Querida, no lo hagas. No me gusta que nadie, ni siquiera una mujer o una muchacha, vea las cosas que te pertenecen. Quiero que seas más meticulosa y no dejes ciertas ropas tuyas, quiero decir cuando llegan de la lavandería. Oh, deseo que guardes todas estas cosas secretas, secretas, secretas. Quiero que tengas un gran surtido de toda clase de ropa interior, de todos los tonos delicados, guardado en un gran armario perfumado.
¡Qué desdichado soy cuando estoy lejos de ti! ¿Está de nuevo tu pobre amante en tu corazón? Suspiraré por tu carta y de nuevo te agradezco tu amable telegrama.
Querida, no me pidas ahora que te escriba una carta larga. Lo que he escrito arriba me ha entristecido un poco. Estoy cansado de mandarte palabras. Me gustaría más tener nuestros labios unidos, nuestros brazos entrelazados, nuestros ojos desvaneciéndose en la triste alegría de la posesión.
Querida, perdóname. Intentaba ser más reservado. Sin embargo debo anhelarte, anhelarte, anhelarte.
JIM