27 de octubre de 1909

44 Fontenoy Street, Dublín

Querida, la vieja fiebre de amor ha empezado a despertar de nuevo en mí esta noche. Soy el caparazón de un hombre: mi alma está en Trieste. Sólo tú me conoces y me amas. Estuve en el teatro con mi padre y mi hermana, una representación desgraciada, un público repugnante. Me sentí (como siempre) un extraño en mi propio país. Si al menos hubiera estado a tu lado [sic] podría haberte dicho al oído el odio y el desprecio que sentí arder en mi corazón. Quizás tú me habrías reprendido, pero también me hubieras comprendido. Me sentí orgulloso de pensar que mi hijo, mío y tuyo, este hermoso muchachito que tú me diste, Nora, será siempre un extranjero en Irlanda, un hombre que hablará otra lengua y estará educado en una tradición distinta.

Detesto Irlanda y a los irlandeses. A pesar de haber nacido entre ellos, en la calle me miran fijamente. Quizás leen en mis ojos el odio que les tengo. Por todos lados sólo veo la imagen del cura adúltero y sus sirvientes, y de mentirosas y taimadas mujeres. No es bueno para mí venir o permanecer aquí. Quizás no sufriría tanto si estuvieras conmigo. A veces, cuando recuerdo aquella horrible historia de tu juventud, todavía me asalta la duda de si estás secretamente contra mí. Pocos días antes de abandonar Trieste, paseaba contigo por la Avenida Stadion (fue el día que compramos el tarro de cristal para las conservas). Pasó un sacerdote y te dije: «¿No sientes una especie de repulsión o repugnancia al ver a uno de estos hombres?». Me contestaste un poco secamente: «No, no la siento». Ves, recuerdo todos esos detalles. Tu respuesta me hirió y me hizo callar. Esta y otras cosas similares que me has dicho quedan rondando mucho tiempo en mi cabeza. ¿Nora, estás conmigo o secretamente contra mí?

Soy un hombre celoso, solitario, insatisfecho, orgulloso. ¿Por qué no eres un poco más dulce y paciente conmigo? La noche que fuimos juntos a ver Madame Butterfly me trataste muy duramente. Deseaba simplemente oír aquella hermosa y delicada música en tu compañía. Deseaba sentir tu alma lánguida y suspirante como la mía mientras ella cantaba (el romance) de su esperanza en el segundo acto, «Un bel dí»: «Un día, un día veremos un anillo de humo en el borde más lejano del mar: y entonces aparece el barco». Estoy un poco disgustado contigo. Luego, la otra noche cuando llegué a casa y a tu cama, cuando venía del café, y empecé a contarte todo lo que quería hacer y escribir en el futuro, y toda la ambición sin límites que es la fuerza que dirige mi vida. No me escuchaste. Ya sé que era muy tarde y que naturalmente estabas cansada después de todo el día. Pero un hombre cuyo cerebro arde con esperanza y confianza en sí mismo necesita decir a alguien lo que siente. ¿A quién decirlo, sino a ti?

Nora, te amo profunda y verdaderamente. Ahora me siento digno de ti. No hay ni una partícula de mi amor que no te pertenezca. Aparte de esas cosas que enturbian mi mente contra ti, pienso siempre en ti del mejor modo. Si me dejaras, te hablaría de todo lo que hay en mi cabeza, pero, a veces, en tu mirada, percibo que únicamente te aburriría. De cualquier manera, te amo, Nora. No puedo vivir sin ti. Desearía darte todo lo que es mío, todos mis conocimientos (pocos como son), cualquier emoción que siento o haya sentido, cualquier simpatía o antipatía que tenga, toda esperanza o remordimiento. Me gustaría atravesar la vida al lado tuyo, contándote más y más hasta llegar a formar un único ser, juntos hasta que nos llegara la hora de la muerte.

Incluso ahora, mientras escribo esto, las lágrimas corren por mis ojos y los sollozos me estremecen. Nora, sólo tenemos una corta vida en la que amar. Oh, querida, sé sólo un poco más amable, e indulgente conmigo, incluso si soy desconsiderado e intratable, y créeme, seremos felices juntos. Déjame amarte a mi manera. Haz que tu corazón esté siempre junto al mío para escuchar cada latido de mi vida, cada pena, cada alegría.

Recuerdas aquel domingo por la tarde al regresar de Werther, cuando el eco de la triste música como de muerte aún resonaba en nuestras cabezas, que tumbado en la cama de nuestra habitación, intenté decirte aquellos versos de la Connacht Love Song que tanto me gustan y que empiezan:

«It is far and it is far

To Connemara where you are?».

¿Recuerdas que no pude acabar los versos? La profunda emoción de tierna veneración por tu imagen que expresaba mi voz mientras recitaba los versos fue demasiado para mí. El amor que siento por ti es verdaderamente una especie de adoración.

Querida, deseo que seamos felices. Intenta mejorar tu salud mientras estoy lejos y, por favor, hazme caso en las pequeñas cosas que te pido que hagas. Lo primero, come tanto como puedas para llegar a parecer una mujer más que a la adorable, esbelta, desgarbada y sencilla muchachita que eres. Si se ha terminado el cacao, dile a Stannie que compre más: cuesta cinco chelines y seis peniques. Mientras tanto toma el otro cacao y chocolate en gran cantidad. Liquida parte de la cuenta de tu modista. Hoy te he enviado dos libros de modelos para que elijas. El sábado te mandaré siete u ocho yardas de tweed de Donegal para que te hagas un vestido nuevo. He estado buscando un juego de pieles para ti, y si mis asuntos por aquí resultan bien, sencillamente te ahogaré en pieles, vestidos, y capas de todas clases. Tengo pensadas algunas pieles muy bonitas para ti.

Querido amor, escribe ahora y dime que haces lo que te pido. Dime que eres feliz porque te quiero, te soy fiel y pienso en ti. Te soy fiel. Nora, y pienso constantemente en ti.

Buenas noches, querida. Sé feliz durante este breve intervalo de separación y siempre que pienses en mí besa a mi imagen en Georgie.

¡Addio, mia cara Nora!

JIM