2 de septiembre de 1909
44 Fontenoy Street, Dublín
Nora querida, hoy no he recibido carta tuya y espero que no me hayas mandado ninguna a Galway. Olvidé decírtelo.
Me encuentro en un lamentable estado de confusión y debilidad por hacer lo que te conté. Al despertar esta mañana recordé la carta que te escribí anoche, y me disgusté conmigo mismo. Sin embargo, si lees todas mis cartas, desde la primera de ellas, podrás hacerte alguna idea de lo que siento hacia ti.
No pude disfrutar ni un sólo día de mis vacaciones. Tu madre notó mi costumbre de suspirar y dijo que se me partiría el corazón por ello. Supongo que eso debe ser malo para mí.
Espero que tomes cacao todos los días y que engordes un poco. Supongo que sabes por qué espero eso.
Estoy preocupado hasta la muerte respecto a ti, a mí mismo, el viaje de regreso y Eva. Espero que Stannie me gire suficiente para ambos.
Dublín es una ciudad detestable, y la mayor parte de la gente me repele. Estoy tan nervioso que casi no pruebo bocado.
¿Cuándo va a acabar esa maldita cosa? ¿Cuándo voy a empezar? Mi cerebro está vacío. Esta noche no puedo escribirte nada.
Nora, «verdadero amor mío», realmente debes tomarme de la mano. ¿Cómo me has permitido llegar a este estado? Querida, ¿me tomarás como soy, con mis pecados y locuras, y me protegerás de la miseria? Si no lo haces siento que mi vida se hará pedazos. Esta noche tengo una idea más loca que lo habitual. Me gustaría que me azotases. Me gustaría ver tus ojos encendidos de ira.
Creo que estoy un poco loco. ¿O acaso el amor es locura? ¡Un instante te veo como una virgen y al instante siguiente te veo desvergonzada, audaz, semidesnuda y obscena! ¿Qué piensas realmente de mí? ¿Estás disgustada conmigo?
Recuerdo la primera noche en Pola, cuando en el tumulto de nuestros abrazos pronunciaste cierta palabra. Fue una palabra provocativa, invitante, y puedo ver tu rostro sobre mí (aquella noche tú estabas encima mío) mientras la murmurabas. En tus ojos también había locura, como me hubiera ocurrido a mí si el infierno me hubiera estado esperando el instante después de no haber podido volver a ti.
¿También tú eres como yo, entonces, un instante alta como las estrellas y al siguiente más baja que la más baja de las despreciables?
Creo enormemente en el poder de una sencilla alma honrada. Tú eres esa, ¿no es así, Nora?
Deseo que te digas a ti misma: Jim, el pobre tipo a quien amo, regresa. Es un pobre hombre débil e impulsivo, y me pide que lo proteja y lo haga fuerte.
A otros entregué mi orgullo y mi alegría. A ti te doy mi pecado, mi locura, mi debilidad y mi tristeza.
JIM