26 de septiembre de 1904

7 S. Peter’s Terrace, Cabra, Dublín

Queridísima Nora, no puedo ocultarte lo desolado que me siento desde anoche. Con mi manera usual de ver las cosas pensaba que me había resfriado, pero estoy seguro de que es algo más que una enfermedad física. ¡Qué necesarias son las pequeñas palabras entre nosotros! Parece como si ya nos conociéramos, a pesar de que no nos decimos nada durante horas. A veces me pregunto si te das cuenta realmente de lo que tienes que hacer. Cuando estoy contigo pienso tan poco en mí mismo que a menudo dudo si te das cuenta. Tu simple recuerdo me embarga con una especie de pálido sueño. Parece que últimamente me ha abandonado la energía que se necesita para conversar, y a menudo me encuentro deslizándome hacia el silencio. En cierta forma me apena que no nos hablemos más el uno al otro, y, sin embargo, también sé lo vano que es para mí poner reparos tanto a ti como a mí mismo, pues sé que cuando nos encontremos de nuevo nuestros labios permanecerán mudos. Como ves, empiezo a ser indiscreto en estas cartas. Y sin embargo, ¿por qué debo avergonzarme de las palabras? ¿por qué no debo llamarte tal como en mi corazón continuamente te llamo? ¿qué es lo que me lo impide, a no ser que ninguna palabra es lo bastante tierna como para ser tu nombre?

Si tienes tiempo, escríbeme.

JIM