10 de septiembre de 1904
The Tower, Sandycove
Querida, querida Nora mía, supongo que desde anoche habrás estado intranquila. No te hablaré de mí, pues me siento como si hubiera actuado muy cruelmente. En cierto sentido no tengo ningún derecho a esperar que me mires como algo más que el resto de los hombres; de hecho no tengo absolutamente ningún derecho a ello teniendo en cuenta mi vida. Pero, a pesar de todo, creí haberlo esperarlo, aunque sólo fuera porque yo nunca miré a otra como te miro a ti. También hay en mí algo un poco diabólico que hace que me divierta desarticulando las ideas que la gente tiene de mí, y demostrándoles que, en realidad, soy egoísta, orgulloso, astuto e indiferente. Lamento que mi intento de anoche, de actuar según lo que creía correcto, te haya entristecido tanto, pero no veo cómo podría haberlo hecho de otro modo. Te escribí una larga carta explicándote, del mejor modo posible, cómo me sentí esa noche, y me pareció que despreciabas lo que te decía y me tratabas como si fuera simplemente un compañero accidental en celo. Quizás te quejarás de la brutalidad de mis palabras, pero créeme, tratarme de esta manera, por lo que respecta a mi actitud hacia ti, es deshonrarme. ¡Por Dios, eres una mujer y puedes comprender lo que digo! Sé que te has portado de la manera más noble y generosa conmigo, pero piénsalo y contesta mi franqueza con la misma franqueza. Sobre todo no vayas a darle demasiadas vueltas, pues podrías enfermarte y tu salud es delicada. Quizás incluso puedas enviarme esta noche cuatro líneas para decirme si me perdonas por todo el dolor que te he causado.
JIM