En 1980, un caballero llamado Eric Protter me pidió que escribiera cada mes un relato de misterio para una revista que él dirigía. Accedí, porque me resultaba difícil responder negativamente a las personas amables (y todos los directores que he conocido han sido siempre personas amables).
El primer relato que escribí era una narración en la que se combinaban elementos de fantasía y de misterio, protagonizada por un pequeño demonio de unos dos centímetros de estatura. Lo titulé «El desquite», y Eric Protter lo aceptó y lo publicó. Intervenían en él un caballero llamado Griswold, como narrador, y tres hombres —entre los que se contaba un personaje que hablaba en primera persona y que era yo, aunque nunca me identificaba— que formaban su auditorio. Los cuatro se reunían todas las semanas en el «Union Club», y tenía la intención de que la serie continuase presentando los relatos de Griswold en el «Union Club».
No obstante, cuando traté de escribir un segundo relato en el que intervenían el pequeño demonio de «El desquite» —el nuevo relato se titulaba «Una noche de canto»—, Eric lo rechazó. Al parecer, un poco de fantasía estaba bien por una vez, pero no quería que lo tomara por costumbre.
Así pues, dejé a un lado «Una noche de canto» y procedí a escribir la serie de relatos de misterio sin introducir en ellos absolutamente ningún elemento de fantasía. Treinta de estos relatos (que Eric insistió en que tuviesen sólo entre 2000 y 2200 palabras) finalmente fueron recopilados en mi libro The Union Club Mysteries (Doubleday, 1983). Sin embargo, no incluí «El desquite», porque la intervención en él del pequeño demonio hacía que no armonizase con el resto de los relatos.
Mientras tanto, yo cavilaba acerca de «Una noche de canto». Detesto desperdiciar algo, y no puedo soportar dejar inédita cualquier cosa que haya escrito, si hay algo que pueda hacer para corregir la situación. Por consiguiente, me dirigí a Eric y le dije:
—Aquel relato que rechazaste, «Una noche de canto»… ¿Puedo publicarlo en otra parte?
—Naturalmente, siempre que cambies los nombres de los personajes. Quiero que tus relatos de Griswold y su auditorio sean exclusivos de mi revista.
De modo que así lo hice. Cambié el nombre de Griswold por el de George y conservé un auditorio de un solo personaje, el que hablaba en primera persona, y que era yo mismo. Hecho esto, vendí «Una noche de canto» a The Magazine of Fantasy and Science Fiction (F & SF). Posteriormente, escribí otro relato de los que ahora englobaba bajo la denominación de «Relatos de George y Azazel», siendo Azazel el nombre del demonio. Éste, «La sonrisa que pierde», lo vendí también a F & SF.
No obstante, yo también tengo una revista de ciencia-ficción propia, Isaac Asimov’s Science Fiction Magazine (IASFM), y Shawna McCarthy, que entonces era su directora, mostró su objeción a que yo publicara en F & SF.
—Pero, Shawna —argumenté—, esos relatos de George y Azazel son fantasías, e IASFM sólo publica ciencia-ficción.
—Pues, en ese caso, cambie el pequeño demonio y su magia por un pequeño ser extraterrestre provisto de una avanzada tecnología, y véndame a mí los relatos.
Lo hice, y como seguía entusiasmado con los relatos de George y Azazel, continué escribiéndolos, y ahora puedo incluir dieciocho de estos relatos en esta colección, Azazel. (Se incluyen sólo dieciocho, porque, sin la necesaria brevedad que imponía Eric, podía hacer que mis relatos de George y Azazel fuesen el doble de largos que mis Griswolds).
Sin embargo, tampoco incluí «El desquite», porque desentonaba ligeramente de los últimos relatos. Al haber sido la inspiración original de dos series diferentes, «El desquite» tenía el triste destino de quedarse entre dos aguas, sin encajar en ninguno de los dos grupos que habían surgido. (No importa, ha sido seleccionado para una antología y es posible que en el futuro aparezca también bajo otras presentaciones; no lo sienta demasiado).
Hay algunos detalles de los relatos que me gustaría resaltar, detalles que probablemente usted advertirá por sí mismo, pero yo soy partidario de explicarlo todo.