30

—He perdido práctica —dijo Danny. No era una excusa muy buena, pero no se le ocurría otra mejor—. Lo siento.

Claire asintió y apartó la mirada, hundiendo la mejilla en la almohada. Tratar de ocultar la frustración que sentía no serviría de nada. Cuando rodó sobre sí mismo para salir de entre sus piernas y se dejó caer desmadejadamente a su lado Danny era perfectamente consciente de lo que sentía.

«La noche pasada todo fue muy distinto —pensó Claire con abatimiento—. La noche pasada estuvo estupendo. La noche pasada fue fantástico».

Pero el recuerdo se había ido deshilachando hasta adquirir la transparencia de un fantasma durante su penosa exhibición de esta noche: un minuto de vigoroso embestir a dúo —lo suficiente para poner en marcha su propia y apremiante escalada hacia el clímax—, sólo un minuto antes de que él empezara a bufar y a estremecerse y descargara su semen para, a continuación, ir quedándose fláccido y débil.

Danny, por su parte, se encontraba absolutamente fatal. Dejando aparte las excusas estúpidas, el hecho era que apenas si había estado allí; había eyaculado, pero no se había corrido. La mayoría de las mujeres no son conscientes de que hay una diferencia entre las dos cosas; dan por sentado que si un tipo dispara su chorro es que se lo ha pasado bien. La mayoría de los hombres tampoco parecen captar esta diferencia. Pero Danny sabía que existía. Podía haber vaciado su escroto, pero ni su escroto ni él estaban satisfechos. Era casi como si su polla hubiera corrido hacia una eyaculación precoz sólo para acabar a toda prisa y no tener que pensar más en el asunto.

«Porque algo anda mal». Lo sentía, pero no lograba comprender qué era. Lo único que sabía era que durante todo el trayecto de regreso al apartamento Claire no había sido una compañía demasiado agradable; pero en cuanto llegaron se lanzó sobre él y le arrastró a la cama antes de que la puerta de entrada hubiera tenido ocasión de cerrarse.

Y el sexo en sí también había sido extraño: demasiado salvaje y demasiado rápido. Había apestado desagradablemente a desesperación, como si Claire estuviera intentando demostrar algo y tuviera que ser justo en ese instante. Danny se había sentido indefenso e incapaz de evitarlo, y había acabado cabalgando sobre su cuerpo como un surfista sobre una ola inmensa, dando saltos y siendo abofeteado por el agua que le lleva hacia la orilla. Comprendió que el acto sexual había sido desagradable y mecánico desde el principio. Porque algo andaba mal, porque había que demostrar algo y él se preguntaba qué sería ese algo…

«¿Que me quiere? —pensó—. Es una forma muy extraña de demostrarlo. ¿Que puede poseerme cuando le dé la gana? Aun así, SIGUE siendo una forma extraña de demostrarlo. ¿Que puede conseguir que eyacule en treinta segundos? ¿O que puedo aguantar durante dos horas sometido a presión? No, eso es una estupidez…».

Meneó la cabeza y clavó los ojos en el techo, horriblemente consciente de que Claire podía sentir su movimiento a través de la almohada. Aquello le molestaba tanto que se quedó muy quieto, cerró los ojos y ladeó la cabeza sin ver nada.

Y sin decir nada.

Mientras, Claire meditaba sobre la naturaleza de las atracciones fatales y jugueteaba con la idea de una cita a altas horas de la noche, sabiendo muy bien que todo aquello era una locura, un acto declaradamente estúpido y suicida. Sabía cómo sonaría si intentaba verbalizarlo. Sabía cómo se sentiría Danny si empezaba a explicárselo en voz alta.

Pero cuando cerró los ojos vio aquel rostro. Aquellos ojos, aquella sonrisa… Sintió el poder. La asustaba y la atraía. Lo sentía. Lo deseaba. Y el poder también parecía desearla.

«Bueno, ¿qué se supone que he de hacer? —se preguntó—. ¿Quedarme con Danny? ¿Buscar refugio en alguna vieja relación? ¿Encontrar alguna otra persona que sea agradable, inofensiva y…? —Dejó que el pensamiento fuera muriendo en su mente a medio formar—. Si no fuese cierto, ¿cómo podría sentir lo que siento?».

Fue dando vueltas a esa pregunta dentro de su mente mientras yacía inmóvil con el rostro vuelto hacia la ventana del dormitorio, en dirección opuesta a Danny. Ahí fuera la noche era como lápiz de labios negro aplicado sobre un inmenso beso maduro reservado a ella y a nadie más que ella. Un beso maravilloso e inigualable que se prolongaría eternamente, esperándola con sus…

Dientes.

Algo revoloteó junto a la ventana. Claire se estremeció y cerró los ojos.

Sin decir nada. Como Danny.

Porque no se atrevía a hablar.