20

Veinte ratas formando un apretado semicírculo en torno al nicho. Ojos minúsculos que reflejaban la tenue luz procedente de las paredes del túnel. Mientras observaban, las ratas se agitaban nerviosamente como si fueran un solo organismo herido, movidas por un impulso más básico que el pensamiento.

Las dos ratas más grandes estaban cara a cara en el nicho; la primera era de color gris, cuerpo hinchado y monstruosas cicatrices; la segunda algo más pequeña, más flaca y totalmente negra. Afilados dientes amarillentos expuestos al aire. Ojos que ardían con un brillo rojizo. El vello se erizaba sobre sus columnas vertebrales mientras daban vueltas la una alrededor de la otra, emitiendo leves sonidos indicadores de la sed de sangre que sentían.

La rata gris se movió antes, lanzándose repentinamente hacia adelante para emplear sus potentes mandíbulas. La segunda rata se pegó al suelo y esquivó la embestida, alzando su hocico. Saboreando la carne que había debajo de la boca

Y un segundo después las dos ratas empezaron a rodar sobre sí mismas convertidas en una bola de carne en movimiento y gritos animales, abriendo agujeros a mordiscos mientras garras y dientes afilados trataban de hallar un asidero, saliendo de las heridas y volviendo a atacar, clavándose más profundamente en músculos que se tensaban con el esfuerzo de su propia ofensiva.

El número de ratas que presenciaban el combate iba aumentando y sus cuerpos se apelotonaban intentando discernir quién llevaba ventaja en aquella confusa bola de instintos asesinos, dar con alguna pista que les indicara cuál de las dos ratas estaba más próxima a la muerte.

Y entonces ocurrió: una repentina inversión, un detenerse en seco y un último estallido de movimientos. La rata negra estaba encima, con sus mandíbulas aprisionando la garganta de la otra, sacudiéndola de un lado para otro como un perro que ha atrapado un harapo ensangrentado. La rata gris se debatía infructuosamente. Los dientes de su enemiga le seccionaron la tráquea y la sangre brotó a chorros mientras sus ojos se nublaban

… y un instante después Rudy Pasko estaba arrodillado sobre la sucia tierra del nicho, con una enorme rata muerta en la boca.

Las ratas que habían presenciado el combate retrocedieron como si fuesen un solo animal. Sus chillidos de confusión y terror desgarraron el silencio. Rudy vio como se retiraban con la mente sumida en el más completo aturdimiento; ni tan siquiera él tenía demasiado claro lo que acababa de ocurrir.

Entonces todo volvió de golpe a su memoria; y Rudy se arrancó la rata muerta de entre las mandíbulas lanzando un gruñido animal y la arrojó hacia el túnel. La rata cayó sobre el tercer raíl con un chapoteo ahogado, saltó locamente en el centro de un surtidor de chispas y luz y acabó quedándose inmóvil sobre la gravilla, echando humo y siseando como una hamburguesa puesta encima de la parrilla.

—¡HIJA DE PUTA! —aulló Rudy limpiándose la cálida sangre de la cara con un despectivo barrido de la mano.

Sentía el aguijonazo de una docena de heridas allí donde los dientes de la rata habían arrancado pedazos de su fría carne, pedazos que habían crecido de manera exponencial en cuanto recobró la forma humana.

Pero no sangraba.

Rudy dejó que su trasero cayese sobre el suelo del nicho y apoyó la espalda en la pared. Aún le costaba respirar, y su corazón seguía palpitando ruidosamente en el vacío de su pecho.

—Dios, esto sí que ha sido realmente increíble —farfulló, dejando que su mente volviera atrás…

a un tiempo fuera del tiempo, un río de momentos que fluían sin perímetros y que se extendía hasta el infinito. El tiempo que había pasado moviéndose sobre unas patas muy flacas con el vientre a sólo unos centímetros del suelo, el tiempo que había pasado prisionero en el cuerpo de un roedor, buscando refugio en un mundo que se había vuelto repentinamente demasiado grande, demasiado inmenso para ser comprendido, mientras la amenaza asesina de la luz del sol se iba acercando cada vez más, cerniéndose sobre él como el grueso nudo de la soga del verdugo suspendido sobre su cabeza.

Entonces —quién podía saber cuánto tiempo después—, el hallazgo: una entrada del metro, y la loca carrera hacia ella. No logró compensar el cambio de tamaño. Cayó dando vueltas por los peldaños de cemento en una serie de giros incontrolables, chillando de miedo y de dolor.

Y se asombró a sí mismo aterrizando al final de la escalera, recobrando el equilibrio y corriendo hasta dejar atrás el andén para entrar en la seguridad que le ofrecían las tinieblas del túnel.

Después cayó en el sopor de los muertos; un sopor que estaba lleno de sueños

En el sueño el tiempo había retrocedido hasta aquella noche fatídica de la que sólo le separaban cinco días. Estaba retocando los carteles. El rugir del tren oscuro acercándose. El salto que le hizo entrar en él ignorando el último grito de su alma, aquél en el que pedía sobrevivir. La pequeña silueta oscura que le había contemplado burlonamente, y sus colmillos relucientes. Aquella voz suave que se reía de él, y la silueta oscura que se fue acercando…

Y un instante después estaba muriendo; la cosa le tenía sujeto, la sangre subía hacia su garganta y escapaba de ella a través de aquellas dos heriditas que parecían pinchazos. Ah, la criatura era muy meticulosa, no como Rudy; no dejó escapar ni una sola gota.

Pero mientras le dejaba seco le habló. No con su boca —su boca estaba muy ocupada—, sino con su mente, usando aquella misma inflexión fría de su voz para despertar ecos no en sus oídos sino en el núcleo de su alma agonizante que iba encogiéndose.

—Rudy —le dijo, conociéndole de una forma mucho más íntima que cualquier amante mientras chupaba la vida de sus venas—, no vas a morir. Al menos, no por ahora. Lo que estás experimentando es algo mucho más grande que la muerte. Y mucho más interesante. Te fascina la oscuridad, ¿no? —Rudy intentó responder, pero no lo consiguió. No podía. Ya no había aire en sus pulmones—. Sí, eso es lo que pensé cuando te vi por primera vez. Es sorprendente lo mucho que puedes llegar a mejorar tus capacidades de percepción, si te esfuerzas en ello.

Una risita seca y áspera.

—Y tendrás tiempo, Rudy. Mucho tiempo. Todo el tiempo del mundo. —Y volvió a reírse—. Llegarás a conocer la oscuridad en toda la sutileza de sus texturas y grados. Será tu esencia y tu ambiente; ya no será una simple obsesión, sino el estado en el que morarás. La conocerás tan bien como a ti mismo…

»Si eres capaz de prestar atención. Y si tienes cuidado, Rudy. Hay que tener cuidado. —Una pausa como para dar énfasis a lo que acababa de revelarle—. Puedes tener la seguridad de que los humanos te perseguirán. Sí, puedes estar tan seguro de ello como de que tú cazarás a los humanos…, igual que he hecho yo contigo esta noche. Los humanos se aferran a sus diminutas chispas de vida hasta que éstas dejan de brillar. Sabrán que eres su enemigo, y te matarán si pueden».

El tren estaba reduciendo la velocidad. Rudy lo captó de una forma totalmente distinta a cualquier experiencia anterior. No podía ver y todo su cuerpo estaba fláccido; para todos los efectos prácticos se había convertido en un cadáver, y aun así seguía siendo intensamente consciente del movimiento del tren, del rechinar de los frenos, del estremecimiento que hizo que oscilaran todos los vagones cuando el convoy acabó deteniéndose.

Entonces sintió que era transportado como si flotara a través de un lugar oscuro que apestaba a metal y polvo. No tenía ni idea de cómo era posible que sintiera todas esas cosas; pero estaban allí, y eran impresiones más vividas que la mera existencia normal. De los túneles, de los brazos que le transportaban, de aquella vasta y sucia extensión de cemento donde acabaron depositándole…

Y antes de que todo se desvaneciera en una negrura perfecta y capaz de consumir el cosmos, oyó la voz que llegaba hasta él procedente de algún lugar distante.

—Ahora tienes mucho poder, Rudy —le dijo la voz—, un potencial enorme y nuevo que espera el momento de que lo descubras y lo desarrolles. Cosas que jamás habrías creído posibles se encuentran ahora a tu alcance, si eres capaz de aprender a dominar tus nuevas capacidades.

»Pero eso requiere disciplina, y tú nunca has tenido mucha disciplina. Desperdiciaste tu potencial en tu vida anterior, burlándote incluso de la idea de que existiera, despreciando y ridiculizando las técnicas que podrían haberte permitido explotarlo. Diste por sentado que bastaba con ser lo que eras, como si la tosca fuerza de tu ira pudiera hacer que los imperios se pusieran de rodillas.

»No hay lugar para esa clase de arrogancia, Rudy, ni en el cielo ni en el infierno. Y tampoco hay lugar para ella en este mundo tan firmemente situado entre ambos. El caos también tiene su orden, una oscura jerarquía de poderes que todavía eres incapaz de concebir. No voy a acoger tus pretensiones con una sonrisa complaciente. No me dejaré impresionar por tu osadía barata y tus aires de insolencia.

»¿Ves? Te he tomado como podría haber tomado a una niñita, sin el más mínimo esfuerzo. Podría volver a hacerlo siempre que lo deseara. Soy tu amo. Siempre seré tu amo. Te inclinarás ante mí, ahora y durante toda la eternidad. Recuerda eso. Siempre.

»Pero para ellos puedes ser un dios, Rudy. Como yo lo soy para ti. Si utilizas los dones que te he concedido —poder ilimitado, y tiempo ilimitado para aprender a controlarlo—, no tendrán más remedio que inclinarse ante ti. Igual que tú debes inclinarte ante mí.

La voz estaba desvaneciéndose en la negrura que lo abarcaba todo, pero las últimas palabras se deslizaron a través de su mente creando un sinfín de ecos terribles y definitivos.

—Ahora debo marcharme. Tendrás que arreglártelas por ti mismo. Deseo que tengas mejor suerte con esta vida que con la anterior. Si lo consigues, si haces justicia a lo que te he dado… volveré para mostrarte lo que se encuentra más allá. Si no…

La negrura se volvió absoluta e impenetrable y Rudy no logró oír nada más. Una última oleada de frío que se abrió paso a través de su cuerpo empalándole como un espetón metálico, y después…

… Rudy volvió al nicho y sus ojos se clavaron en la humedad que perlaba los fríos muros de cemento. Su frente también estaba humedecida por un sudor viscoso. Descubrió que estaba royéndose las uñas, y las apartó bruscamente de su boca con una expresión de pánico.

Lo había olvidado. Lo había olvidado por completo. Durante días todo lo que había ocurrido desde el momento en que fue mordido hasta el momento de su despertar en el andén abandonado de la estación de la calle Dieciocho había sido un vacío total. Había dado por sentado que alguien le dejó allí, y se había conformado con eso. Había creído que era libre.

Las palabras seguían resonando en sus oídos y todo había cambiado. De repente, con toda la sutileza de las manos de un violador metiéndose bajo la falda de su víctima, Rudy había sido despojado de todas sus ilusiones. «Soy tu amo», había dicho la voz, y un doloroso escalofrío recorrió todo su cuerpo.

Contempló la rata muerta que seguía humeando junto al tercer rail. Sintió como un odio abrumador iba naciendo dentro de él, un odio dirigido a todos los seres vivos; las criaturas minúsculas y miserables que correteaban sin objeto hacia la nada, con lucecitas tenues parpadeando detrás de sus ojos. No se le ocurrió pensar que en realidad aquel odio estaba dirigido hacia él mismo, hacia los sentimientos de insignificancia provocados por su sueño.

Sólo sabía una cosa: le habría gustado que la rata estuviera viva para poder volver a matarla. Una vez, y otra, y otra más…

Rudy Pasko se levantó y el esfuerzo hizo que se tambaleara ligeramente. El hambre… Le debilitaba, hacía que la cabeza le diera vueltas. El hambre le llenó de rabia mientras salía del nicho y entraba en el túnel, deteniéndose ante las vías para mirar a su alrededor y orientarse.

Los últimos días le habían permitido llegar a conocer muy bien los túneles. Los túneles se habían convertido en su reino, su hogar y su campo de juegos. Ahora Rudy conocía al dedillo cada tramo solitario y cada confluencia, cada uno de los sutiles detalles por los que un trozo de vía se diferenciaba de los demás. Sabía dónde podía dormir cuando llegaba la hora de hacerlo. Sabía dónde esconderse cuando los empleados del metro se le acercaban demasiado. Sabía dónde cazar, y dónde estaban las presas más fáciles.

Pero había llegado el momento de cambiar todo eso.

Rudy avanzó hacia la estación de la calle Prince en la línea de Broadway, manteniéndose pegado a la pared. Hubo un tiempo más alegre y despreocupado en el que habría caminado junto a las vías como si fuera un mocoso del campo con un tallo de hierba en la boca. Pero ahora en su interior ardía algo que le había despojado de toda su alegría.

«Como a una niñita, ¿eh?». Aquellas palabras estaban royéndole por dentro. Se clavaban en su carne como remaches al rojo vivo, creando una vergüenza que se traducía en justa indignación. «Así que desperdicié toda mi vida, ¿eh? No fui más que un pequeño don nadie arrogante que nunca supo hacer nada bien…, y, naturalmente, acabar conmigo no fue ningún desafío para ti, ¿eh? Bastardo».

Un plan empezó a cobrar forma en su mente como si ésta tuviera voluntad propia. Un trocito de aquí, un fragmento de allá, un destello de inspiración tan repentino y poderoso como un poema arrojando nueva luz sobre el sendero que le aguardaba…

Sí, durante los próximos días habría mucho que hacer. Tenía que ocuparse de muchos detalles antes de poder empezar con la auténtica acción. Y aunque el Abuelito Muerte había insistido mucho en eso de tener todo el tiempo del mundo Rudy no estaba muy seguro de que le apeteciera esperar tanto.

Sobre todo si quería estar preparado cuando el Abuelito regresara.

«Y eso es lo que quiero, cariño, eso es lo que quiero», pensó sonriendo mientras entraba en el pasillo gris que llevaba a la escalera de los empleados.

Ya había anochecido. Podía sentirlo.

Y antes de hacer nada más, había una persona a la que quería ver. Y la vería.

Esta noche.