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Nigel había vuelto a la normalidad.

Josalyn no lograba comprenderlo. Se había pasado toda la noche en el sofá de la sala oyendo como Nigel se estrellaba contra la puerta del dormitorio, gimiendo durante horas enteras como un alma en pena. El gato acabó callándose y Josalyn logró dormir durante algunas horas, aunque su sueño fue inquieto y poco profundo.

Despertó por la tarde oyendo unos suaves maullidos. Ya no parecía estar loco…, y si lo estaba era la vieja locura de siempre. Parecía el arquetipo del Nigel Hambriento proclamando fríamente sus deseos.

Le dejó maullar durante un buen rato: se ocupó de sus heridas, atendiendo los surcos rojizos de infección que habían empezado a brotar a lo largo de su abdomen; preparó una cena ligera que apenas tocó; intentó escribir con el estéreo a toda potencia en un intento de ahogar sus cada vez más lastimeros maullidos. Pero las manecillas del reloj ya habían llegado a las seis, y descubrió que la compasión hacia Nigel había empezado a pesar más que su miedo a verle de nuevo.

Acabó abriendo la puerta del dormitorio. Nigel salió de él con su paso tranquilo y señorial de costumbre. Josalyn descubrió que dejando aparte los arañazos de la puerta había sido bastante buen chico.

Ahora estaba comiendo en su sitio de siempre, el suelo de la cocina. Esta noche le había tocado Super Cena Siete Vidas. Josalyn examinó la lata vacía y dejó escapar una carcajada nerviosa, sabiendo que podría soltarle un magnífico sermón sobre la importancia de comerse la Super Cena para crecer alto y fuerte.

Si no estuviera tan asustada, claro.

«Nigel se encuentra estupendamente —se dijo—. Mírale. Podría darle una patada en su gordo trasero y ni tan siquiera gruñiría. Es como si no se acordara de lo ocurrido…».

Pero ella sí se acordaba. Tenía las cicatrices para que se lo recordaran.

Y cuando la oscuridad cayó sobre la ciudad y el deseo de acostarse en la cama y dormir empezó a pesar con una insistencia cada vez mayor sobre ella, descubrió que temía lo que la noche podía tenerle reservado.

Y sabía que por muy cariñoso y encantador que estuviera ahora, no podía permitir que Nigel durmiera con ella esta noche. No se sentía capaz de confiar en él.

Al menos, por ahora. Todavía no.

No hasta que algo cambiara drásticamente.

En un sentido o en otro.