12

La historia apareció en los periódicos vespertinos de forma considerablemente abreviada. Los artículos decían que una joven había sido encontrada muerta en la estación de Union Square, y explicaban que había sufrido graves heridas en la cabeza y tenía una considerable cantidad de huesos fracturados.

No se hacía ninguna mención al hecho de que había salido de los túneles, ni a que se encontraba en tal estado de putrefacción que habían tenido que rascarla de los escalones con palas.

—¿Estás seguro? —preguntó Allan con la boca pegada al auricular.

La llama de una cerilla bailoteaba nerviosamente junto a la yema de sus dedos. Se colocó el auricular sobre el hombro y llevó la pipa de madera de escaramujo a sus labios. Bien sabía Dios que necesitaba algo para relajarse…

—¡Yo estaba allí y lo vi! —La voz de Ian parecía a punto de romperse, como si aún se encontrara al borde de la histeria—. ¡Hunter y yo lo vimos! Vimos como esa pobre mujer se arrastraba por la escalera, vimos como llegaba a donde caía la luz del sol y entonces…, ¡puf! ¡Desapareció envuelta en una nube de gas verdoso!

—Tú… —empezó a decir Allan, pero Ian no estaba dispuesto a permitir que le interrumpiera.

—Cuando noté aquel olor estuve a punto de huir corriendo y buscar algún sitio donde vomitar, así de asqueroso era.

—Vaya…

—¡Y están intentando ocultar lo ocurrido, maldita sea! ¡No sé por qué, pero están intentando echar tierra encima de la historia, Allan! Lo que quiero decirte es… ¿A quién están intentando proteger? ¡La gente tendría que enterarse de lo que ha ocurrido! ¿Sabes lo que…?

—Sí, hombre. Lo sé. Es sólo que…

—No me crees, ¿verdad?

—Bueno… —«¿Cómo se lo digo?»—. Si me hubiera enterado de esto por cualquier otra persona me estaría costando mucho más de creer, ¿comprendes lo que quiero decir?

Ian pareció pensar en lo que había dicho. Al menos se quedó callado durante unos segundos, y cuando volvió a hablar su voz sonaba mucho más tranquila que antes.

—Allan, te juro por Dios que es cierto. Si lo hubieras visto con tus propios ojos…, bueno, incluso así te habría costado creerlo. Hasta a mí me cuesta creerlo, pero… la verdad es que ocurrió. Había un montón de policías con las mandíbulas aflojadas y los ojos a punto de salírseles de las órbitas. Ellos tampoco sabían qué hacer. Fue… —Se le quebró la voz, y Allan sospechó que estaba llorando—. Fue tan irreal… Nunca había visto nada tan horrible. Fue peor que El día de los muertos.

—Jesús.

Viniendo de Ian, que debía de haber visto esa película un centenar de veces, aquello indicaba que la cosa había sido realmente terrible.

—Fue peor porque era real. Fue…, bueno, sabes qué era eso, ¿no?

Allan se reclinó en su asiento y pensó durante unos instantes en la respuesta a aquella pregunta, llenando la habitación con nubes de humo aromático. Sí, sabía muy bien adonde quería ir a parar Ian… ¿Qué es lo que parece estar muerto, anda por ahí y se descompone cuando se ve expuesto a la luz del sol? Y cuando le dijo que la historia le habría resultado mucho más difícil de creer si se la hubiera contado otra persona no estaba mintiendo. Pero, maldita sea, ¿cómo podía creer algo semejante? Aun siendo un experto en Dragones y Mazmorras, aun teniendo un pie firmemente plantado en la sombría tierra de las fantasías, ¿cómo podía desgarrar repentinamente el velo y decir: sí, los monstruos existen, los monstruos son reales? ¿Cómo podía decir eso?

—Un…, ¿un vampiro? —preguntó por fin.

—Puedes apostar tu trasero a que lo era —dijo Ian—, y si lo haces volverás a casa con dos traseros en vez de uno. —Dejaron escapar una carcajada nerviosa—. Si aprietas el botón donde pone VAMPIRO podrás cruzar la puerta de tu casa con un juego completo de nalgas a cada lado, porque eso era justamente lo que vimos, amigo mío. No cabe duda.

—¿Y Joseph está de acuerdo con tu diagnóstico?

—Oh, claro que sí. Nos hemos pasado todo el día hablando de lo ocurrido. Por eso no vinimos a trabajar; nos quedamos sentados en un bar y bebimos hasta que el alcohol se nos salió por las orejas. Después…, supongo que debían de ser las ocho, no lo sé…, Joseph se levantó de la mesa y se largó.

—¿Te dijo adónde iba?

—No. —Un breve silencio—. Bueno, me dijo que se iba a casa, pero no le creí. Y cuando le llamé nadie respondió al teléfono.

—Probablemente ahora ése es el último lugar del mundo en el que quiere estar.

—Sí, claro. —Allan oyó como Ian encendía algo. Esperó en silencio—. ¿Sabes dónde creo que ha ido? —le preguntó Ian.

—¿Dónde?

—Bueno, creo que tendremos que empezar a llamarle Joseph Hunter, el Cazador de Vampiros.[3]

—Vaya, tío… Espera un momento. ¿Qué quieres decir?

—Creo que ha ido en busca de la cosa que mató a esa mujer. —Allan volvió a sentir como un escalofrío trepaba por su columna vertebral—. Creo que está decidido a encontrar su escondite y destruirla.