Capítulo 9

Uno de los encuentros más dolorosos que presenciamos fue el que tuvo lugar entre el Fantasma de una mujer y un Espíritu Luminoso que, al parecer, había sido su hermano. Debían de haberse encontrado sólo un momento antes de que nos topáramos con ellos, pues el Fantasma decía en aquel instante, con un tono de franca decepción:

—¡Oh… Reginald! ¿Eres ?, ¿eres tú?

—Sí, querida —decía el Espíritu—. Sé que esperabas a otra persona. ¿Puedes…? Espero que te alegres un poco de verme aunque venga yo solo, al menos por ahora.

—Yo pensaba que vendría Michael —dijo el Fantasma. Después, algo más furiosamente, preguntó—: ¿Estará aquí, naturalmente?

—Está aquí. Allí lejos, en lo alto de las montañas.

—¿Por qué no ha venido a reunirse conmigo? ¿No sabía que yo venía?

—Querida hermana, no te preocupes, dentro de poco se arreglará todo. Además, no habría venido en ningún caso; todavía no. No podría verte ni oírte tal como estás ahora; serías completamente invisible para Michael. Pero pronto haremos que tomes cuerpo.

—Había pensado que, si puedes verme, mi propio hijo también podría.

—No siempre ocurre así. ¿Sabes? Yo estoy especializado en estos asuntos.

—¡Oh, un asunto! ¿Soy un asunto? —dijo bruscamente el Fantasma. Luego, después de una pausa, añadió—: Bien, ¿cuándo se me va a permitir verlo?

—No se trata de permitirte nada, Pam. Tan pronto como pueda verte, querrá hacerlo, por supuesto. Tienes que hacerte algo más densa.

—¿Cómo? —dijo el Fantasma. La palabra tenía un tono duro y ligeramente amenazador.

—Me temo que el primer paso es difícil —dijo el Espíritu. Pero después de los primeros pasos progresarás rápidamente. Te volverás lo bastante sólida para que Michael te pueda percibir cuando aprendas a querer a alguien además de a Michael. No digo «más que a Michael», por lo menos al principio. Eso vendrá después. Para comenzar el proceso necesitamos sólo el germen, aunque sea pequeño, de un deseo de Dios.

—¡Oh! Te refieres a la religión y ese tipo de cosas. Éste es un mal momento… y viniendo de ti peor todavía. Bien, no importa. Haré todo lo que sea necesario. ¿Qué quieres que haga? Vamos. Cuanto antes comience, antes me dejarán ver a mi hijo. Estoy completamente preparada.

—Pero Pam, piensa un poco. ¿No entiendes que no podrás comenzar mientras persistas en esa situación intelectual? Estás considerando a Dios como medio para llegar a Michael. Y el tratamiento para que te vuelvas sólida consiste en aprender a amar a Dios por Sí mismo.

—No hablarías así si fueras una madre.

—Quieres decir si fuera sólo una madre. Pero no existe nadie que consista en ser sólo una madre. Tú existes como madre de Michael porque existes, primero, como criatura de Dios. La relación es más originaria y más estrecha. No, escucha, Pam. Él también ama. Él también ha sufrido. Él también ha esperado mucho.

—Si Él me amara, me dejaría ver a mi hijo. Si Él me amaba, ¿por qué se llevó a Michael de mi lado? No pensaba decir nada sobre el asunto, pero es bastante difícil perdonar, ¿comprendes?

—Pero Él tuvo que llevarse a Michael. En parte, por su propio bien…

—Estoy segura de que hice todo lo que pude para que Michael fuera feliz. Le ofrecí mi vida entera…

—En primer lugar, los seres humanos no pueden hacerse totalmente felices unos a otros durante mucho tiempo. Y en segundo lugar, se lo llevó por tu bien. Él quería que el amor meramente instintivo por tu hijo —las tigresas también conocen ese amor, ¡ya sabes!— se convirtiera en algo mejor. Quería que amaras a Michael como Él entiende el amor. No se puede amar plenamente a un semejante hasta que no amamos a Dios. Esta transformación se puede hacer a veces sin dejar de complacer el amor instintivo. Pero, al parecer, en tu caso no existía esta posibilidad: tu instinto no tenía gobierno, y era fiero y monomaniaco. (Pregúntale a tu hija o a tu marido. Pregúntale a tu madre. Ni una sola vez pensaste en ella).

El único remedio consistía en llevarse el objeto de tu amor. Era un caso de cirugía. Cuando este primer tipo de amor se frustra, surge la posibilidad de que, en la soledad y el silencio, pueda empezar a crecer algo nuevo.

—Todo eso es un sinsentido, un cruel y horroroso sinsentido. ¿Qué derecho tienes a decir esas cosas acerca del amor de una madre? El amor de madre es el sentimiento más alto y más sagrado de la naturaleza humana.

—Pam, Pam, los sentimientos naturales no son en sí mismos altos o bajos ni sagrados o impíos. Pero todos se convierten en sagrados cuando la mano de Dios lleva las riendas, y todos se echan a perder cuando se erigen en sentimientos autónomos y se convierten en falsos dioses.

—Mi amor por Michael no se hubiera echado a perder nunca, ni aunque hubiéramos vivido juntos millones de años.

—Estás equivocada. Y tú debes saberlo. ¿No te has encontrado, allí abajo, a madres que tienen con ellas a sus hijos, en el infierno? ¿Hace felices a los hijos el amor de sus madres?

—Si te refieres a gente como la señora Guthrie y a su desagradable Bobby, por supuesto que no. Espero que no estés insinuando… Si hubiera tenido a Michael conmigo, habría sido completamente feliz incluso en ese pueblo. Yo no habría estado hablando de mi hijo sin parar hasta que todo el mundo odiara oír su nombre, que es lo que Winifred Guthrie hacía con su mocoso. Yo no me habría peleado con la gente que no le hubiera hecho caso, ni me habría puesto celosa si se lo hubieran hecho. Yo no habría andado de un sitio para otro gimoteando ni quejándome de que no era amable conmigo, porque, por supuesto, era amable. No te atrevas a insinuar que Michael podría ser alguna vez como el hijo de Guthrie. Es algo que no puedo soportar.

—Lo que has visto en los Guthries es aquello en lo que, al final, se convierte la inclinación natural si no cambia.

—Eso es mentira. Mentira perversa y cruel. ¿Cómo podría alguien amar a su hijo más de lo que yo amé al mío? ¿No he vivido todos estos años sólo por su recuerdo?

—Eso fue un error, Pam. En el fondo de tu corazón sabes que fue un error.

—¿Qué es lo que fue un error?

—El ceremonial de dolor de estos diez años: conservar su habitación igual que él la dejó, celebrar sus cumpleaños, negarte a dejar la casa aunque Dick y Muriel fueran desgraciados en ella.

—A ellos no les importaba. Lo sé. Me di cuenta muy pronto de que no podía esperar compasión de ninguno de ellos.

—Te equivocas. Nadie ha sentido nunca más que Dick la muerte de un hijo. Ni ha habido chicas que quisieran a sus hermanos más que Muriel. No era contra Michael contra quien se sublevaban, sino contra ti. Se rebelaban contra el hecho de que toda su vida estuviera dominada por la tiranía del pasado, y no precisamente por el de Michael, sino por el tuyo.

—Eres despiadado, todo el mundo lo es. El pasado era lo único que yo tenía.

—Fue lo único que quisiste tener. Y eso fue un mal camino para afrontar el dolor. Elegiste el modo egipcio: embalsamar a un cuerpo ya muerto.

—¡Oh, por supuesto! Estoy equivocada, ¿no? Todo lo que digo o hago está, según tú, equivocado.

—Por supuesto —dijo el Espíritu, resplandeciendo tanto de amor y alegría que mis ojos se deslumbraban. Eso es lo que descubrimos todos cuando llegamos a este país. ¡Descubrimos que estábamos equivocados! Ése es el gran chasco. ¡Ya no es preciso seguir fingiendo que teníamos razón! Cuando dejamos de hacerlo empezamos a vivir.

—¿Cómo te atreves a reírte? Dame a mi hijo. ¿Me oyes? No me importan tus normas ni tus reglas. No creo en un Dios que separa a una madre de su hijo, yo creo en un Dios de amor. Nadie tiene derecho a interponerse entre mi hijo y yo. Ni siquiera Dios. Dile todo esto a Él en Su cara. Quiero a mi hijo y pienso tenerlo. Es mío, ¿comprendes?, mío, mío, mío para siempre.

—Será tuyo, Pam. Todo será tuyo. El mismo Dios será tuyo. Pero no así. Nada puede ser tuyo por naturaleza.

—¿Qué? ¿Ni mi propio hijo, que nació de mi cuerpo?

—¿Y dónde está ahora tu cuerpo? ¿No sabes que la naturaleza llega a su fin? El sol sale, allí, sobre las montañas. Estará en lo alto en cualquier momento.

—Michael es mío.

—¿Cómo que es tuyo? Tú no lo hiciste. La naturaleza hizo que creciera en tu cuerpo sin necesidad de que tú intervinieras. E incluso contra tu voluntad… A veces olvidas que entonces no querías de ningún modo tener un hijo. Michael fue, al principio, un accidente.

—¿Quién te ha dicho eso? —dijo el Fantasma. Después, recuperándose, añadió—: Es mentira. No es verdad. Y además, no es asunto tuyo. Odio tu religión y odio y desprecio a tu Dios. Yo creo en un Dios de Amor.

—Sin embargo, Pam, en este momento no tienes amor ni por tu madre ni por mí.

—¡Oh! ¡Comprendo! Ése es el problema, ¿no es cierto? ¡Se trata, realmente, de Reginald! La idea de sentirte ofendido porque…

—¡Dios te bendiga! —dijo el Espíritu con una gran sonrisa—. No tienes que preocuparte por eso. ¿No comprendes que en este país no puedes hacer daño a nadie?

El Fantasma se quedó boquiabierto y en silencio un instante, más sereno por la noticia tranquilizadora que por ninguna otra cosa que le había dicho.

—Ven. Seguiremos un poco más adelante —dijo mi maestro, apoyando su mano en mi brazo.

—¿Por qué me lleva, señor? —dije cuando nos alejamos lo suficiente para que el infeliz Fantasma no pudiera oírnos.

—Esa conversación nos llevaría mucho tiempo —dijo mi maestro—. Y ya habéis oído lo suficiente para saber cuál es la elección acertada.

—¿Tiene ella alguna esperanza, señor?

—Sí, hay esperanzas. Lo que llama amor por su hijo se ha convertido en una cosa pobre, espinosa y adusta. Pero todavía hay en ella una pequeña chispa de algo que no es ella misma. Sobre eso se podría soplar hasta que salieran llamas.

—Entonces, ¿hay sentimientos naturales que son realmente mejor que otros? Quiero decir que si hay sentimientos naturales que sean mejor punto de partida para alcanzar las cosas reales.

—Los hay mejores y peores. Hay algo en el afecto natural que inclina al amor eterno más fácilmente de lo que podría inclinar el apetito natural. Pero también encierra algo que le hace pararse más fácilmente en el nivel natural y confundirlo con el celestial. El latón se confunde con el oro más fácilmente que la arcilla. Y si la inclinación natural rechaza, finalmente, convertirse, su corrupción será peor que la corrupción de lo que llamáis bajas pasiones. La inclinación natural es un ángel más fuerte, pero, cuando cae, es un demonio más cruel.

—No creo que me atreviera a repetir eso en la tierra, señor. Me dirían que era un ser inhumano. Me dirían que creía en la depravación total. Me dirían que estoy atacando las cosas mejores y más sagradas. Me llamarían…

—Si lo hicieran, nada de eso te causaría ningún mal —dijo con un guiño (al menos yo creí verlo realmente) de ojos.

—Pero ¿se atrevería —tendría cara— alguien, alguien que no haya sentido la desolación que produce la muerte de un ser querido, a acercarse a la madre afligida y traspasada por el dolor…?

—No, no, hijo, eso no es asunto tuyo. Tú no eres un hombre lo bastante bueno para eso. Cuando tu propio corazón se haya roto, será el momento de que pienses en hablar. Pero alguien debe decir lo que entre vosotros ha quedado sin decir todos estos años: que el amor, tal como los mortales entienden la palabra, no es suficiente. Todo amor natural brotará de nuevo y vivirá para siempre en este país. Pero ningún amor podrá volver a nacer hasta que no sea sepultado.

—Esa afirmación es muy difícil para nosotros.

—¡Ah, pero es cruel no decirla! Los que la entienden tienen miedo de decirla. He ahí por qué el sufrimiento que solía purificar ahora sólo emponzoña.

—Según eso, Keats[9] se equivocó cuando dijo que estaba seguro de la santidad de sus inclinaciones.

—Dudo que supiera exactamente lo que quería decir. Pero tú y yo debemos saberlo con claridad. No hay sino un bien, y ese bien es Dios. Todo lo demás es bueno cuando mira hacia Él, y malo cuando se aparta de Él. Y cuanto más alto y poderoso sea algo en el orden natural, tanto más demoníaco se volverá si se rebela contra Él. No es de los malos ratones o de las malas pulgas de donde salen los demonios, sino de los malos arcángeles. La falsa religión del placer es más ruin que la falsa religión del amor de madre o del patriotismo o del arte. Sin embargo, es menos probable que el placer se convierta en religión. Pero ¡mirad!

Veía venir hacia nosotros un Fantasma que llevaba algo sobre el hombro. Era, como los demás Fantasmas, poco sólido, si bien estos se diferencian unos de otros como se diferencian las distintas clases de humo. Algunos eran blanquecinos, pero el que veíamos ahora era oscuro y aceitoso. Sobre su hombro se posaba un pequeño lagarto rojo, que movía la cola como un látigo y le susurraba cosas al oído. Cuando alcanzamos a verlo, el Fantasma volvió la cabeza hacia el reptil con un gruñido de impaciencia.

—Te digo que cierres la boca —le dijo.

El reptil meneaba la cola y no dejaba de susurrarle. El Fantasma dejó de gruñir y comenzó a reír. Luego se volvió y comenzó a andar, renqueando, hacia el oeste, lejos de las montañas.

—¿Tan pronto os vais? —dijo una voz.

El ser que hablaba tenía una figura más o menos humana, pero era mucho más grande que un hombre, y tan luminoso que me resultaba difícil mirarle. Su presencia hirió mis ojos y todo mi cuerpo (despedía calor además de luz), como el sol de la mañana al comienzo de un implacable día de verano.

—Sí, me marcho —dijo el Fantasma—. Gracias por su hospitalidad, pero no hay nada bueno, ¿comprende? Le he dicho a este bichejo (en este momento señaló al lagarto) que tendría que estarse callado si venía (algo que insistió en decirle). Pero debo reconocer que no está hecho para esto; no quiere parar. Lo entiendo. Me tendré que ir a casa.

—¿Le gustaría que yo lo hiciera callar? —dijo el Espíritu flameante (Ahora comprendo que era un ángel).

—Por supuesto que me gustaría —dijo el Fantasma.

—Pues lo mataré —dijo el ángel dando un paso adelante.

—¡Oh! ¡Ay! ¡Cuidado! Me está quemando. No se acerque —dijo el Fantasma, retrocediendo.

—¿No quiere que lo mate?

—Al principio no dijo usted nada de matarlo. No se me ocurriría molestarle con una solución tan drástica como ésa.

—No hay otra forma —dijo el ángel, cuyas manos abrasadoras estaban ahora muy cerca del lagarto—. ¿Quiere que lo mate?

—Bien, eso es otra cuestión. Si no hay otra forma, estoy dispuesto a considerarlo, pero es un tema nuevo, ¿no es cierto?

Quiero decir que de momento yo pensaba sólo hacerlo callar, pues aquí arriba, bien, digamos que el lagarto es muy embarazoso.

—¿Me da permiso para matarlo?

—Ya tendremos tiempo después para discutirlo.

—No hay tiempo. ¿Me permite que lo mate?

—Por favor, nunca pensé que iba a suponer tanta molestia. Por favor, la verdad es que… no se moleste.

¡Mire! Se ha echado a dormir. Estoy seguro de que ahora todo irá bien. Muchísimas gracias.

—¿Quiere que lo mate?

—Sinceramente, no creo que haya la menor necesidad de hacerlo. Estoy seguro de que ahora podré tenerlo a raya. Creo que un proceso gradual sería mucho mejor que matarlo.

—El proceso gradual es completamente inútil.

—¿Eso cree usted? Bien, reflexionaré sobre lo que me ha dicho. Lo haré, se lo digo francamente. La verdad es que le dejaría que lo matara ahora, pero, sinceramente, hoy no me siento muy bien. Sería necio hacerlo ahora; para esa operación necesitaría que mi estado de salud fuera bueno. Tal vez otro día.

—No hay otro día. Ahora todos los días son presente ininterrumpido.

—¡Apártese! Me está quemando. ¿Cómo voy a decirle que lo mate? Si lo hiciera, me mataría también a mí.

—No, de ninguna manera.

—¿Cómo que no?, ahora me está haciendo daño.

—Yo no he dicho que no le hiciera daño. Lo que he dicho es que no lo mataría.

—¡Oh!, comprendo. Usted piensa que soy un cobarde. Pero no lo soy. No lo soy, de verdad. ¡Vaya! Déjeme que regrese en el autobús de la noche y recabe la opinión de mi médico. Vendré enseguida que me sea posible.

—Este momento incluye todos los momentos.

¿Por qué me tortura? Se está burlando de mí. ¿Puedo permitir que me destroce? Si quería ayudarme, ¿por qué no ha matado al condenado animal sin preguntármelo, sin que yo lo supiera? Si lo hubiera hecho así, ya habría pasado todo.

—Yo no puedo matarlo contra su voluntad. Es imposible. ¿Me da su permiso?

Las manos del ángel estuvieron a punto de agarrar el lagarto, pero no llegaron a hacerlo, pues el reptil comenzó a cotorrear al Fantasma con una voz tan fuerte que hasta yo podía oír lo que estaba diciendo.

—Ten cuidado —decía—. Puede hacer lo que dice; puede matarme. Una palabra funesta por tu parte y lo hará. Entonces te quedarás sin mí para siempre. No es normal. ¿Podrías vivir sin mí? Serías simplemente una especie de fantasma, no un verdadero hombre como eres ahora. Él no entiende. Es sólo una cosa fría y abstracta. Es posible que para él sea normal, pero para nosotros no lo es. Sí, sí. Ahora sé que no hay placeres reales, sólo sueños. ¿Pero no son los sueños mejor que nada? Yo también seré bueno. Confieso que a veces, en el pasado, he ido demasiado lejos, pero prometo que no volverá a ocurrir. No volveré a darte nada salvo sueños verdaderamente hermosos, sueños dulces y nuevos y casi puros. Bueno sería mejor decir completamente puros…

—¿Me da su permiso? —dijo el Ángel al Fantasma.

—Sé que me va a matar.

—No lo voy a hacer. Pero ¿y si lo hiciera?

—Tiene razón. Sería mejor estar muerto que vivir con esta criatura.

—Entonces, ¿me da su permiso?

—¡Maldito sea! ¿Por qué no lo hace? ¡Termine ya!

Haga lo que le plazca —gritaba el Fantasma. Pero al final terminó gimoteando estas palabras—: Ayúdame, Dios mío, ayúdame, Dios mío.

Poco después el Fantasma dio un grito de agonía como yo no había oído jamás en la tierra. El Angel Abrasador agarró al reptil con su puño carmesí y lo retorció, mientras el reptil le mordía y se retorcía de dolor. Finalmente, lo arrojó, con el espinazo quebrado, al césped.

—¡Ay! ¡Ha hecho eso por mí! —gritaba el Fantasma, tambaleándose hacia atrás.

Durante un momento no pude percibir nada con precisión. Luego, entre donde yo estaba y un matorral cercano, inequívocamente sólido pero volviéndose progresivamente más sólido, vi un brazo que se alzaba y el hombro de un hombre. Luego, más clara y distintamente, vi las piernas y las manos. El cuello y la cabeza dorada se hicieron visibles mientras yo estaba observando, y si mi atención no hubiera vacilado, habría visto cómo se completaba la figura real de un hombre: un hombre inmenso, desnudo, no mucho más pequeño que el ángel. Lo que distrajo mi atención fue que, en ese mismo momento, al lagarto parecía ocurrirle algo. Al principio pensé que la operación había fracasado. Lejos de morir, el animal seguía luchando y haciéndose más grande conforme luchaba. Pero según crecía, iba cambiando. Sus cuartos traseros se iban redondeando. La cola, que seguía agitándose, se convirtió en una cola de pelo que se balanceaba en su grupa poderosa y brillante. Súbitamente di un respingo y comencé a restregarme los ojos. Ante mí aparecía el semental más grande que jamás haya visto, de color blanco plateado, pero con crines y cola doradas. Era suave y luminoso, henchido de carne y músculo, y relinchaba y pateaba con los cascos. Cada patada hacía temblar el suelo y trepidar los árboles.

El hombre hecho de nuevo se volvió y acarició las crines del caballo hecho de nuevo. Después olfateó su cuerpo brillante. Caballo y amo respiraba el uno en las ventanas de la nariz del otro. El hombre se apartó, se echó a los pies del Angel Abrasador y los abrazó. Creo que cuando se levantó, su cara brillaba por las lágrimas que la bañaban, aunque podría tratarse tan sólo del amor y resplandor límpidos (en este país no se puede distinguir entre ambas cosas) que fluía de él. No tuve mucho tiempo para pensar en ello. Con alegre precipitación, el joven saltó a lomos del caballo; girándose en la silla, hizo un ademán de despedida y luego lo arreó dándole un golpe con el calcañar. Se marcharon antes de que me diera cuenta de lo que estaba ocurriendo. ¡Eso sí es montar a caballo!

Salí de entre los matorrales tan pronto como pude para seguirlos con la vista, pero en ese momento parecían formar ya una estrella de fuego, allá a lo lejos, sobre la verde llanura, y, poco después, corrían entre las estribaciones de las montañas. Más tarde, aún con su aspecto de estrella, los vi ponerse tensos y escalar lo que parecían escarpados impracticables, más veloces cada vez, hasta que, cerca de la cumbre confusa del paisaje, tan altos que debía estirar el cuello para verlos, desaparecieron, luminosos, en la luminosidad rosada de la mañana perpetua.

Todavía seguía mirando cuando noté que la llanura y el bosque entero se estremecían con un sonido que en nuestro mundo hubiera sido demasiado intenso para oírlo, pero que aquí podía captar con alegría. Me di cuenta de que no era la Gente Sólida la que estaba cantando: era la voz de esta tierra, de estos bosques y estos ríos; un extraño clamor arcaico e inorgánico que venía de todas direcciones. La naturaleza, la naturaleza primigenia, de esta tierra se alegraba de haber sido surcada de nuevo, y por tanto consumada, en la persona del caballo. Esto es lo que cantaba:

«El Maestro dice a nuestro maestro: ¡sube!

Comparte mi reposo y mi esplendor

hasta que los seres que fueron sus enemigos se vuelvan esclavos para danzar ante ti,

y lomos sobre los que puedas montar

y solidez en la que apoyar tus pies».

«Desde más allá de todo tiempo y lugar,

fuera del mismo espacio, te será dada autoridad.

Las fuerzas que una vez se opusieron a tu voluntad

serán fuego obediente en tu sangre

y trueno celestial en tu voz».

«Véncenos,

para que así, vencidos,

podamos ser nosotros mismos.

Anhelamos el comienzo de tu reino

como anhelamos el alba y el rocío,

la humedad y la llegada de la luz».

«Maestro, tu Maestro te ha escogido para siempre

para que seas nuestro Rey de Justicia

y nuestro Sumo Sacerdote».

—¿Comprendéis esas palabras, hijo mío? —dijo el Maestro.

—Desconozco todo lo que ha dicho, señor —respondí—. ¿Me equivoco cuando pienso que el lagarto se convirtió en caballo?

—Sí, pero primero tuvo que morir. No olvidéis esta parte de la historia.

—Intentaré no olvidarla, señor. Pero ¿significa eso que todo lo que hay en nosotros —todo— puede continuar hasta las montañas?

—Nada, ni siquiera lo mejor y más noble, puede seguir en su actual estado. A nada, ni siquiera a lo más bajo y bestial, le será impedido elevarse de nuevo si se somete a la muerte. Se siembra un cuerpo natural y nace un cuerpo espiritual. La carne y la sangre no pueden ir a las montañas. Y no por ser demasiado lozanas, sino por ser muy débiles. ¿Qué es un lagarto comparado con un semental? El placer es gimoteo pobre y débil, un suspiro, comparado con la riqueza y energía del deseo que brotará cuando se mate el placer.

—¿Debo decir en casa que la sensualidad de este hombre se encuentra con menos obstáculos que el amor de esa pobre mujer por su hijo? En el caso de la mujer, se trataba, de todas maneras, de un exceso de amor.

—No debéis decir cosas semejantes —respondió severamente—. ¿Exceso de amor decís? No fue exceso, fue defecto. Ella amaba a su hijo muy poco, no demasiado. Si le hubiera amado más, no habría dificultades. No sé cómo terminará el asunto. Pero bien podría ocurrir que en este momento exigiera tenerlo con ella ahí abajo, en el infierno. A veces, este tipo de personas parece completamente dispuesta, con tal de poseerla de algún modo, a hundir el alma de la persona que dicen amar en una desdicha infinita. No, no. Debéis aprender otra lección. Debéis hacer esta pregunta: si el cuerpo renacido, incluso el cuerpo renacido del apetito, es tan grande como el caballo que habéis visto, ¿cómo será el cuerpo renacido del amor maternal o de la amistad?

Pero, una vez más, mi atención se distrajo.

—¿Hay otro río, señor? —pregunté.