30 de octubre de 1998
Adela y Arturo decidieron comprar un amplio local en Madrid, cercano a la editorial de Carlos, y comenzar los trámites para abrir una agencia literaria de ámbito internacional. Arturo, antes de marcharse de Ibiza hacia Madrid, le expuso a Adela la conveniencia de dejar que los ánimos se aplacasen.
—Monta la agencia. ¡Trabaja! Tienes un don especial para captar la buena literatura. Haz nacer nuevos genios. Haz que Carlos necesite a tus escritores. Cuando tengas lo mejor, será él quien estará interesado en negociar contigo. Las venganzas hay que planearlas; de no ser así siempre se quedan en arrebatos viscerales que sólo traen problemas y grandes fracasos —le dijo mientras caminaban en dirección al garaje.
—Eres un excelente estratega y tienes la paciencia de la que yo carezco —dijo Adela besando a Arturo.
—Por eso soy un genio, porque tengo paciencia. Cuando esté en Madrid y haya firmado el contrato de compraventa te llamaré. Recuerda que dijiste que te encargarías de la decoración del local. Carlota te telefoneará esta tarde. Debes hacerle caso. Su experiencia es tan valiosa como la de su hermano. Si la convences para que trabaje contigo, él trabajará conmigo. Sabes que le necesito.
—No entiendo para qué necesitas a otro cirujano maxilofacial. Tienes a veinte en plantilla.
—Éste es especial. Su experiencia está reconocida en toda Europa. Quiero que sea el director de la especialidad de implantes. ¡Quiero el mejor! Y él es el mejor. Pero no dejará a Carlota. Parecen estar unidos por un cordón umbilical.
—¡Qué estupidez! —contestó Adela.
—He pensado que después de solucionar mis asuntos, pasado mañana podía quedar con Carlos, aprovechar que estoy en Madrid para verle. Creo que sería conveniente pedirle disculpas.
—Es tan tonto que las aceptará. ¡Qué tengas un buen vuelo! —dijo Adela cerrando la puerta del coche de su marido y emprendiendo su regreso a la casa.