Las pruebas forenses comenzaron a cotejarse. El grupo sanguíneo de Abelardo coincidía con la sangre encontrada en el lugar de los asesinatos, pero el análisis genético demostró que no pertenecía al escritor, era de las víctimas. Cuando Abelardo recibió la noticia se sintió aliviado:
—Ves, te lo dije. Te dije que no era mía. Debes llamar a Adela, dile que haga las maletas, que procure desaparecer porque volveré y la mataré. Cuando salga voy a quemar todas las novelas. Voy a quemar la finca, voy a alquilar ese ático y después se lo voy a quemar a Arturo. Lo quemaré lleno de libros, quemaré todo lo que encuentre en las librerías, todo lo que me recuerde a esta época de mi vida, incluida a mi mujer y a su amante. Díselo a los dos. Óyeme, diles que esto ha llegado al límite, que la situación de abandono en la que estoy, la indefensión a la que me han sometido, no se la perdonaré nunca. Lo que ha hecho conmigo tiene que pagarlo, lo pagará. Llevo demasiado tiempo aquí, tanto que me he habituado, no me importa volver, pero ahora lo haré con motivos. Dile que voy a ir a por ella, que no piense ni por un momento que se va a quedar con algo que no sea suyo. Todo, todo lo que tiene me lo debe a mí, sólo a mí. Sin mí ahora no sería nadie. Sólo quiero salir de aquí para vengarme de mi mujer, el resto ya no me importa. Me arrebató la vida, y yo voy a llevarme la suya… —gritaba frenético, llevado por la desesperación.
—Creo que estás perdiendo el juicio. Debes tomar conciencia de la situación; ahora no puedes perder la cabeza. Abelardo, ahora están empezando a aclararse las cosas. Sabes que esto no te exculpa, sólo es un dato más a tu favor. Si hubiesen encontrado sangre que no perteneciese a las víctimas, sería diferente. Pero aun así debes alegrarte. No debes dejarte llevar por el rencor, porque puedes decir, como ahora, barbaridades que no te benefician.
—No he perdido el juicio, y nunca lo perderé. Sé muy bien lo que digo y lo que voy a hacer. No sé nada de mi mujer desde que estoy en la cárcel, nada. Sólo que intenta que siga aquí, sólo sé que desde el primer momento estuvo jugando conmigo, eso es lo único que sé, que nunca me ha querido. No puedo soportarlo, no puedo dejar de pensar en ello, en todo lo que he hecho durante años, a todo lo que he renunciado por ella, lo que me he jugado para esto… ¿No crees que es para volverse loco? No sé nada de ella. Sin motivo alguno me ha apartado de su vida, no puedo entenderlo; estoy casado con un monstruo, con un ser abominable, con alguien desconocido. Es para volverse loco, loco de remate. Veo que no entiendes lo que es la traición. Este tipo de traición es incomprensible, genera impotencia y, eso, la impotencia es lo más terrible, lo que más daño produce… Te juro que es cierto, estoy desesperado. Todo lo que te he dicho es lo que sucedió. Ella fue quien insistió en que ocultáramos la existencia de la novela; todo estaba premeditado, lo tenía todo pensado, y le ha salido muy bien. No creas que me voy a quedar cruzado de brazos. Cuando salga voy a ir a por ella. Sé que tiene un motivo para hacer lo que está haciendo y me da igual lo que sea, no tiene justificación, no la tiene porque ella sabe que soy inocente.
—Te entiendo, lo comprendo todo, pero tu situación, tu estado anímico no te beneficia. Debes pensar que tal vez Adela tenga el mismo miedo que tú, que quizá sólo esté protegiéndose, que no sea consciente de lo que está haciendo. Es posible que tenga dudas de tu inocencia, eso también es justificable. Puede que en realidad crea que tú has participado en los homicidios.
—¡Qué equivocado estás! No tienes ni idea de lo que dices. Aunque si estuvieras en lo cierto sería igual, exactamente igual. Nada la exime de culpa, nada tiene justificación para la proporción de sus mentiras, está mintiendo. ¿O es que dudas de mis palabras?
—No he dudado en ningún momento de tu inocencia, de que me estás diciendo la verdad, pero tienes que entender que todo es demasiado extraño. Nada de lo que dices tiene solidez, no encontramos nada que confirme tu versión de los hechos. Si presentáramos ante el juez tu declaración creo que pensaría que padeces un trastorno mental, algo que ya se ha insinuado. Sé que Adela no dice toda la verdad, pero en cierto modo comienzo a tener dudas. Quiero que interpretes mis palabras con claridad, que no las confundas. Si ella no está implicada en los crímenes, ¿por qué oculta su participación en la desaparición de las pruebas?, ¿por qué me la oculta incluso a mí?
—Desconfías, estás comenzando a dudar de que yo esté en mis cabales. ¿Acaso has hablado con ella y no me lo has dicho? ¿Qué te ha dicho? ¡Dime que te ha dicho!
—No he podido hablar con ella, nadie ha podido. Se niega a hablar, ni tan siquiera ha hecho declaraciones a la prensa. Está recluida. Sinceramente, creo que sólo hay dos hipótesis que pueden dar algo de lógica a su comportamiento: que esté metida en los crímenes o que crea que tú puedes ser el verdadero culpable. Es posible que dude, que sea verdad lo que dice, que esté pensando que tú has participado realmente en los asesinatos. También el miedo a que tú la involucres directamente, puede estar llevándola a protegerse de esta manera tan irracional. Eso es lo que pienso. Yo creo que eres inocente, no lo he dudado en ningún momento, pero aun así, hay cosas que no encajan y todo, querido amigo, todo encaja tarde o temprano, todo tiene sentido, lo he comprobado en más de una ocasión, sólo hay que ir engarzando las piezas. Enfilar perlas es una labor lenta y precisa.
—Me parece increíble que intentes buscar una justificación a lo que Adela está haciendo. Tú sólo tienes que preocuparte de sacarme de aquí, sólo de eso; creerme, ésa es tu obligación como letrado, el resto no tiene que hacerte pensar.
—La cárcel está afectando a tu carácter. Nunca antes me habrías dicho algo así. Estás obsesionado con Adela. Debes olvidarte de ella. Lo prioritario no es tu mujer y su comportamiento, eres tú y las acusaciones de las que eres objeto. Adela se niega a colaborar y nosotros no tenemos nada que la implique, nada que demuestre que lo que dice no es cierto. Ella mantiene que la novela no existe y eso te sitúa a ti en un lugar muy delicado. Tienes que entender lo que te digo. Sé que estás dolido, ofuscado, sé cómo te sientes. Aunque insistas en que no tengo ni idea de cómo te sientes, quiero que sepas que me hago cargo y sufro por ti. Te aprecio, querido amigo; no ejerzo tu defensa sólo como letrado, lo hago como amigo, eso es lo que deberías tener en cuenta. Por eso te pido que me hagas caso y sigas todas mis indicaciones al pie de la letra. No debes perder el control y para ello debes olvidarte de tu mujer. La policía no la considera sospechosa de nada, ni tan siquiera la han investigado. Ella, a efectos judiciales, no forma parte de nada. Ahora lo que más me preocupa es que realmente te veo muy alterado. Estás demasiado irascible, obsesionado con Adela, y esa obcecación te llevará por unos derroteros que de seguro no te beneficiarán.
—¿Por qué no? Estoy harto, harto de que todas las miradas se dirijan a mí. Desde el asesinato de Teresa fue así. Adela lo vaticinó y no se equivocó, no lo hizo. ¿Por qué nadie me hace caso? ¿Por qué la policía y el juez no tienen en cuenta mis declaraciones? No lo entiendo, es irracional. Tienes razón, estoy obsesionado con mi mujer. Lo estoy porque he comprendido, gracias a mi encierro, lo que persigue, porque me he dado cuenta de que sólo me ha utilizado y no me quedaré sin hacer nada. Me sacarás de aquí. Lo harás porque es tu obligación y yo me encargaré de ella y de averiguar todo lo que oculta.
—No puedo hacer nada más, no puedo luchar contra tus pensamientos, contra tu estado de ansiedad. Recapacita, ya has perdido el control una vez y no te beneficiará nada que vuelvas a protagonizar otro incidente como el del incendio en tu celda. El análisis de la ropa que Adela entregó a la policía durante el registro ha demostrado que la sangre es de un animal. Creo que estas cosas son las que deben afectar a tu estado de ánimo, lo único que deberías tener presente. Todo irá poniéndose en su sitio.
—Y mientras tanto qué. Dime qué pasará mientras tanto. Iré perdiendo mi vida aquí dentro mientras ella sigue viviendo como siempre, indiferente a todo. Ya has comprobado que decía la verdad, que la sangre era de un pájaro, ya te lo dije. Eso no demuestra nada, sólo que Adela desconfiaba de mí o que se sirvió de la entrega de la ropa para hacer que yo pareciese más culpable. No pienso quedarme esperando indiferente mientras ella actúa con tanta mezquindad. Llegaré hasta el final, lo haré…
El abogado abandonó la cárcel apesadumbrado. No le había comentado a su cliente el informe médico que leyó antes de la visita. Su intención era dárselo a conocer, pero optó por dejarlo oculto en el maletín al ver a Abelardo tan alterado y ofuscado con Adela.
En él, el equipo de psiquiatría del centro penitenciario manifestaba que Abelardo había sido sometido a los criterios médicos para diagnosticar los trastornos afectivos mayores, ya que se creía que sufría una depresión mayor recurrente, y por ello tenía mayor riesgo de sufrir un trastorno bipolar. Se explicaba con detenimiento como, con frecuencia, el trastorno afectivo mayor aparece tras un estrés psicosocial, situación en la que se hallaba el paciente, y que, a menudo, el episodio inicial del trastorno bipolar es maniaco. Exponía que la ausencia de una sintomatología previa al brote no era relevante. Que este tipo de enfermedad podía no manifestarse nunca o dar la cara ante un hecho concreto. Asimismo especificaba que se habían detectado indicios de personalidad esquizoide tales como su extrema sensibilidad ante cualquier manifestación de rechazo o desagrado por parte de las personas cercanas a él, haciendo referencia a los brotes de agresividad que padecía y que iban en aumento. Éstos estaban provocados por una obsesión, la cual tenía un único y claro objetivo: el odio hacia la persona más cercana afectivamente a él: su mujer, lo que refutaba la hipótesis del equipo. En este punto se basaba el dictamen dando casi por hecho que, Abelardo, podía estar en pleno proceso esquizofrénico y era probable que a corto plazo se dieran manifestaciones fisiológicas como delirios, alucinaciones, ruptura con la realidad y ausencia aparente de afectividad, por lo que se aconsejaba la administración de clorpromazina, un tranquilizante…
Lo cierto era que Goyo también tenía serias dudas sobre la salud mental de su defendido, pero éstas no se parecían al dictamen que los especialistas habían remitido al juez. Ellos aseguraban que Abelardo estaba enfermo y que su dolencia podía ir desde un trastorno bipolar maniaco a una esquizofrenia. Sin embargo, Goyo tenía la certeza de que su defendido sólo estaba sujeto a demasiada presión. Que se sentía indefenso, solo y traicionado por la única persona que formaba parte de su vida. Sabía que emocionalmente no estaba bien, pero ¿quién podía gozar de buena salud mental ante aquellas acusaciones? ¿Quién reaccionaría de una forma sosegada ante unas imputaciones tan graves, aunque infundadas, ante unos cargos como aquéllos? Goyo estaba convencido de que vivir algo así podía hacer perder el juicio a cualquiera. Entendía la postura de Abelardo, pero no debía darle la razón porque sólo lograría empeorar su estado de exaltación. Goyo consideró el informe psiquiátrico como atenuante. La situación del escritor era cada día más crítica y él comenzaba a tener serias dudas en cuanto a que su defensa diera unos resultados satisfactorios.