El contrato de arrendamiento de Isabel aún se encontraba en las oficinas de la agencia inmobiliaria. La policía judicial descartó la idea de que el asesino hubiese estado allí para recuperar la copia. Dieron por hecho que tanto el desorden excesivo del local como la frase escrita en el espejo del lavabo eran parte de los planes del homicida para llamar la atención de la policía. El documento estaba firmado sólo por la víctima. Los empleados que estuvieron presentes durante la firma, no recordaban que nadie acompañase a la joven en el momento de la formalización del contrato.
Las investigaciones policiales se extendieron a la facultad de empresariales de la Universidad Autónoma de Madrid; uno a uno los compañeros y el profesorado que se relacionaba con Isabel fueron llamados a prestar declaración. Los interrogatorios no dieron ningún resultado satisfactorio que pudiese conducir a la detención de sospechoso alguno, a excepción de la declaración de una de las compañeras que fue tomada como referente para una nueva línea de investigación.
Ana, amiga íntima de la Isabel, manifestó haber conocido al último acompañante de la joven unas semanas antes de que fuese brutalmente asesinada. La estudiante dio datos físicos del individuo similares a los que constaban en la declaración de Genaro. Aseguró que Isabel le había manifestado que entre ellos no había ningún tipo de relación de pareja porque su amigo era homosexual.
—Recuerdo que Isabel me comentó —dijo Ana mientras prestaba declaración— que su relación surgió en una galería de arte, donde ella había expuesto varios cuadros junto con unos compañeros de la facultad. Isabel pintaba. Ustedes habrán visto los cuadros en su casa. Era realista. Pintaba tan bien que yo pensaba que se había equivocado de carrera.
—¿Recuerda usted algún detalle sobre ese hombre que considere que puede ser importante?
—Verá, el caso es que yo nunca tuve muy claro que fuese homosexual. A mí, señor inspector, me parecía demasiado raro para ser homosexual —dijo pensativa.
—¿Por qué dice usted eso?, ¿qué le hizo pensar que no lo era?
—Iba vestido de hombre. Sin embargo llevaba los labios pintados. No sé. Quizá la manera de meter las manos en los bolsillos de los pantalones, la forma de andar, las expresiones, los gestos, esas cosas son las que más dicen de las personas. El día que yo le vi, el único día que le vi, me pareció demasiado varonil. No sé qué voz tenía porque ni tan siquiera se acercó. No fue capaz de dirigirme ni un saludo. Si le soy sincera, pensé que era un hombre casado que quería ocultar su identidad y que Isabel era consciente de ello. Llegué a pensar que era alguien muy conocido. Sus labios me resultaron demasiado familiares. Ya sabe usted que entre los famosos las infidelidades se llevan muy mal; a veces las relaciones extramatrimoniales cuestan caras, incluso pueden dar al traste con el futuro profesional.
—¿Sus labios? —preguntó el policía asombrado—, ¿qué tenían de especial sus labios, aparte del supuesto carmín?
—Sé que los he visto en alguna parte, pero no recuerdo dónde. Los retratos eran la especialidad de Isabel. Ella me enseñó las diferencias de los labios, las mínimas diferencias que varían los rasgos de cada persona. La boca es una parte muy importante de la cara, más de lo que la gente piensa. Quizá sea la parte en la que más se refleja el ánimo, el carácter, el estado de ansiedad. En los ojos también, pero a ese hombre no se los vi… Como le decía, los labios son muy difíciles de pintar… Por lo menos eso decía Isabel, la pobre… Yo siempre me fijaba en los labios que ella pintaba. Era una gran artista del realismo puro. Cuando conocí a ese tipo, en lo primero que me fijé fue en sus labios. Ese hombre nunca me gustó y se lo dije a Isabel, lo hice, pero ella insistió una y otra vez en que él era muy buena persona. Decía que era un gran pintor. Yo siempre supe que algo extraño escondía su relación. Por desgracia nunca pensé que llegase a este desenlace tan trágico… De lo único que estoy segura es de que ese hombre no es homosexual, incluso me atrevería a jurarlo.
—¿Sabe usted cómo se llamaba? ¿Le dijo su amiga dónde vivía?
—Ella le llamaba Ima. Cuando me dijo su nombre le pregunté si era un apodo familiar. Me dijo que no, que era la abreviatura de imaginación. Me pareció un poco excéntrico, pero Isabel era excéntrica, y evidentemente ese individuo también. Pensé que como él también pintaba, la palabra «imaginación» debía tener una gran significación para él, y por eso la había elegido como apodo. Ya que un creador sin imaginación no es tal. En realidad, creo que sólo era un esnob.
—No lo crea —contestó el policía mirando a su compañero—, el nombre tiene mucho sentido. Por favor, continúe, su declaración nos está siendo de gran ayuda.
—No sé qué más puedo decirles. Sigo pensando que eran amantes y que él tenía mucho que ocultar. Sé que, de no ser así, Isabel me lo hubiera dicho; éramos amigas, ¡muy amigas! Aparte, eso de ocultar su rostro, era lo que a mí más me sobrecogía. Nadie que oculta su cara es de fiar.
—¿Sabe usted si realizaban juntos algún tipo de actividad? ¿Si frecuentaban algún sitio público?
—No. Recuerdo que Isabel me comentó que él tenía una habilidad especial para rotular, y que le estaba ayudando con unas viñetas, que creo que eran para una revista de la facultad, pero no estoy segura de ello. No creo que fueran a ningún sitio. Eso era otra cosa que me parecía extraña. Todas las parejas salen, todas a excepción de las que ocultan algo. Sólo tuve la oportunidad de verle una vez, ya le digo que llevaban su relación en el más absoluto secreto.
—¿Recuerda usted si Isabel tenía un infiernillo?
—Sí, señor. Se lo regaló él. Me dijo que se lo había comprado para que se calentase las manos mientras pintaba. Isabel tenía problemas de circulación, se le quedaban los dedos fríos enseguida. Yo la he visto pintar con guantes de lana en más de una ocasión.
—Muchas gracias, señorita. Si necesitamos algo más la llamaremos.
—Disculpe, ¿por qué me ha preguntado lo del infiernillo?
—Porque en el apartamento había uno. Es un detalle muy importante para nosotros saber de dónde procedía. No puedo decirle nada más. Repito que le estamos muy agradecidos, su declaración ha sido muy valiosa para nosotros —concluyó el inspector levantándose y acompañando a la joven estudiante hasta la salida.