Naturalmente, Jeanne Proust y su hijo fueron personas que existieron realmente. Al imaginar el diario de madame Proust, me he inspirado en los acontecimientos y personalidades reales que ocuparon sus vidas. Marcel rompió en efecto el jarrón de cristal veneciano de su madre en un arrebato de ira y tuvo un malentendido con la actriz inglesa Marie Nordlinger. En cualquier caso, la literatura propone exigencias distintas a las que formula la investigación. No solo he inventado conversaciones, discusiones, vacaciones, comidas y condiciones climatológicas, sino que también he retocado la cronología, repetido algunos relatos que quizá sean apócrifos y bordado detalles ficticios a los hechos reales. Por ejemplo: no todos los biógrafos de Proust dan crédito a la historia de su encuentro con Oscar Wilde, un encuentro que, mientras tanto, yo he trasladado de 1894 a 1892. Y no es más que pura especulación literaria sugerir que el joven Marcel discutió sobre la memoria con el gran filósofo que se casó con su prima.
Aparte de la introducción del propio Proust a su traducción de La Biblia de Amiens que lee madame Proust en la entrada de su diario con fecha de 6 de junio de 1905, el resto de esta novela es pura ficción, y a menudo trata con libertad hechos geográficos e históricos. Al describir el archivo de Marcel Proust de la Bibliothèque Nationale de Francia, he simplificado el fondo bibliográfico y el sistema de catalogación, he sacado los microfilms de la sala de manuscritos, he dado a la lectora unos guantes blancos absolutamente ficticios y he convertido a unos serviciales bibliotecarios en absolutos estorbos. Hasta ahora, no hay planes para trasladar la colección de manuscritos a la nueva Bibliothèque François Mitterrand. Los restos del campo de tránsito de Drancy, el Museo de Arte e Historia Judíos del Marais y la iglesia de Saint-Roch son prácticamente como los describo, aunque he reubicado los confesionarios de esta última del mismo modo que he desplazado la rue de Musset más de un kilómetro al norte de la situación que ocupa actualmente en el XVIème. La familia Proust está enterrada en el Père Lachaise, pero la antigua zona judía se encuentra en el extremo contrario de esas tumbas, mientras que Henri Bergson está enterrado en alguna otra parte.
En Canadá, tanto Notre-Dame-des-Douleurs y el Don Hospital son meras invenciones, aunque este último sí comparte ubicación e historia como casa de aislamiento con el Riverdale Hospital de Toronto. La Asociación Benevolente de Trabajadores es también inventada, aunque me he basado en las sociedades de beneficencia que cuidaban de los enfermos y que en efecto existieron en Toronto antes de la guerra. Fue la auténtica Sociedad de Ayuda al Inmigrante Judío la que ayudó a los pocos que lograron llegar a Canadá; pero Sarah Bensimon habría sido inusualmente afortunada de haber podido llegar a Toronto: Canadá aceptó a menos de cinco mil refugiados judíos entre 1933 y 1945. Los lectores que deseen saber más sobre esa triste realidad histórica pueden consultar None is Too Many de Irving Abella y Harold Troper (Lester and Orpen Dennys, 1982).
Son muchas las personas que me han ayudado en la preparación de esta novela con su información histórica o asesoramiento literario. Gracias a Katherine Ashenburg, Kateri Lanthier y Mary Taylor por sus consejos sobre la edición; Sabrina Mathews reflexionó sobre el bilingüismo y recordó las canciones de cuna francesas mientras que Marie Boti me describió su trabajo de intérprete de conferencias; Bill Seidelman y Edward Shorter me informaron sobre los estudios y la investigación médica en Toronto; Anthony R. Pugh comentó conmigo los manuscritos de Proust, y Raymond Corley, superintendente jubilado de desarrollo vehicular de la Toronto Transit Comission, me contó cómo se construye un metro. Gracias también a J. H. Taylor, a Doreen Sears y a Henry Sears por los múltiples datos históricos, a las Bibliotecas Públicas de Toronto, donde llevé a cabo gran parte de mi investigación, y al Toronto Arts Council, que me concedió una subvención para que pudiera escribir.
Me siento especialmente agradecida a Louis D. Levine, que leyó partes del manuscrito prestando especial atención a la idiosincrasia judía, y a Rena Isenberg, que no solo hizo eso sino que además me dejó los vídeos de las bodas de su familia. Mi agente, Dean Cooke, me ofreció consejos de vital importancia sobre la estructura y el ritmo de la novela y mostró una fe inquebrantable en que conseguiría encontrar a su público. Mi siempre entusiasta y juiciosa editora, Martha Kanya-Forstner, creyó en los personajes y comprendió sus historias, trabajando sin descanso para asegurarse de que su creadora no se inmiscuyera en su camino. Siempre atenta a cualquier error o inconsistencia, la correctora Bernice Eisenstein se ocupó de todo lo relativo a las cuestiones estilísticas en inglés, francés y yiddish, además de discutir conmigo el respeto que la ficción debe mostrar por la realidad histórica.
Por último, mi mayor deuda es para mis primeros tres lectores: Andrew Taylor, Teresa Mazzitelli y Joel Sears, cuya crítica y ánimo me han empujado siempre hacia delante.