23

Miró la luz de arriba. Su cara estaba lisa. No traslucía ningún esfuerzo moral. Pero sentía la tensión que se quebraba en él.

—Gabrielle está muerta —le dijo a la luz imperturbable—. ¿Qué favor puedo hacerle hablando de ella?

—Hay otras muchachas y podría ocurrirle a ellas.

Su silencio se dilató. Finalmente dijo:

—No soy tan cobarde como cree. Traté de hablar a los policías, cuando me estaban interrogando sobre el aro. Pero no les interesaba escuchar.

—¿Escuchar, qué?

—Si tengo que decirlo, lo diré. Gabrielle solía ir a una de las cabañas prácticamente todos los días y se quedaba allí una hora o más.

—¿Sola?

—Sabe que no es eso lo que quise decir.

—¿Quién estaba con ella, Joseph?

Estaba casi seguro de cuál sería su respuesta.

—El señor Graff estaba con ella.

—¿Está seguro de eso?

—Estoy seguro. No entiende lo de Gabrielle. Era joven y tonta, estaba orgullosa de que un hombre como el señor Graff se interesara por ella. Además quería que la encubriera tomando los pedidos de las otras cabañas mientras estaba… ocupada en otra cosa. No se avergonzaba de que lo supiera —agregó amargamente—. Sólo tenía vergüenza de que se enterara la señora Lamb.

—¿Se encontraban a veces de noche? —dije—. ¿Graff y Gabrielle?

—Tal vez. No lo sé. Yo nunca trabajaba de noche en aquella época.

—Ella estaba en el club la noche que murió —dije—. Sabemos eso.

—¿Cómo lo sabemos? Tony la encontró en la playa.

—El aro que encontró usted. ¿Dónde lo encontró?

—En la galería, delante de las cabañas. Pero se le podría haber caído en cualquier momento.

—No si aún llevaba puesto el otro. ¿Lo sabe como un hecho seguro o es algo que le dijeron?

—Lo sé con certeza. Yo mismo lo vi. Cuando me estaban interrogando me llevaron a donde estaba ella. Abrieron la caja y me la hicieron ver. Vi el arito blanco en su oreja.

Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, del color de la tinta azul-negra. La memoria le había dado una punzada repentina. Dije:

—Entonces debió de estar en el club poco antes de que la mataran. Cuando una chica pierde un aro, no sigue usando el otro. Lo cual significa que Gabrielle no tuvo tiempo de darse cuenta de su falta. Es posible que lo haya perdido en el preciso instante en que la estaban matando. Quiero que me muestre dónde lo encontró, Joseph.

Fuera, las primeras luces bañaban las laderas orientales del cielo. Las escasas estrellas se estaban derritiendo en él como granos de nieve sobre la piedra. Bajo el viento del alba la piscina estaba gris e inquieta como un pedazo del mar en un ataúd.

Tobias me guió por la galería, más o menos hasta la mitad del largo de la piscina. Pasamos delante de las puertas cerradas de media docena de cabañas, incluyendo la de Graff. Noté que el andar del muchacho había perdido elasticidad. Sus pies en zapatillas golpeaban el suelo de hormigón desconsoladamente. Se detuvo para volverse hacia mí:

—Fue justamente por aquí, en esta rejilla —un tejido circular de alambre que cubría el desagüe estaba encajado en una pequeña depresión del suelo—. Al lavar la galería con la manguera lo habían corrido hasta el desagüe. Por casualidad lo vi brillar.

—¿Cómo sabe que habían lavado la galería?

—Había todavía algunos pequeños charcos.

—¿Sabe quién lo hizo?

—Podría haber sido cualquiera de los que trabajan alrededor de la piscina. O cualquiera de los socios. Nunca se puede saber lo que los socios son capaces de hacer.

—¿Quién trabajaba cerca de la piscina en esa época?

—Yo y Gabrielle, principalmente, y Tony y el vigilante de la piscina. No, no había vigilante entonces…, hasta que me hice cargo yo en el verano. La señorita Campbell hacía las veces de vigilante.

—¿Estaba allí esa mañana?

—Supongo que sí. Sí, recuerdo que estaba. ¿Qué está tratando de descubrir, señor Archer?

—Quién mató a Gabrielle, por qué, dónde y cómo.

Se apoyó contra la pared, con los hombros en alto. Sus ojos y su boca brillaban en el rostro de basalto negro.

—Por el amor de Dios, señor Archer, ¿no me estará señalando otra vez?

—No. Me gustaría saber su opinión. Creo que Gabrielle fue asesinada en el club, tal vez en este mismo sitio. El asesino la arrastró hasta la playa, allí abajo, o si no ella se arrastró hasta allí por sus propios medios. Dejó un rastro de sangre, que tuvo que ser lavado. Y dejó caer un aro que no se lavó.

—Un arito no es gran cosa como pista.

—No —dije—. No lo es.

—¿Cree que la señorita Campbell hizo todo esto?

—Sobre eso quiero su opinión. ¿Tenía alguna razón, algún motivo?

—Puede ser que lo tuviera —se pasó la lengua por los labios—. Por su parte estaba interesada en el señor Graff, pero él la ignoraba.

—¿Gabrielle le dijo esto?

—Me dijo que la señorita Campbell estaba celosa de ella. No hacía falta que me lo dijera; puedo ver las cosas por mí mismo.

—¿Qué cosas vio?

—Las miradas sucias entre ambas durante esa primavera. Eran todavía amigas en cierto modo, y sabe cómo son las chicas, pero no se querían como antes. Después, inmediatamente después de lo sucedido, después de la investigación, la señorita Campbell partió con rumbo desconocido.

—Pero volvió.

—Más de un año después volvió, cuando todo se había acallado. Sin embargo, estaba muy interesada en el caso. Me hizo muchas preguntas este último verano. Me contó el cuento de que ella y su hermana Rina lo iban a escribir para una revista, pero me parece que no era por eso por lo que estaba interesada.

—¿Qué clase de preguntas le hicieron?

—No sé —dijo fatigadamente—. Supongo que algunas de las que usted me ha hecho. Me ha hecho casi un millón.

—¿Le dijo lo del aro?

—Tal vez lo hice. No lo recuerdo. ¿Tiene importancia? —se alejó de la pared con esfuerzo, cruzó la galería arrastrando los pies y miró el cielo que palidecía—. Tengo que ir a casa a dormir un poco, señor Archer. Vuelvo a trabajar a las nueve.

—Creía que nunca se cansaba.

—Estoy deprimido. Me hizo recordar muchas cosas que prefiero olvidar. En realidad, me ha hecho pasar un mal rato.

—Lo siento. También estoy cansado. Sin embargo, valdría la pena si podemos aclarar este caso.

—¿Valdría de veras? Supongamos que lo aclare, ¿qué pasará después?

Su rostro estaba serio en la luz gris y su voz se alimentaba de alguna vieja reserva de amargura.

—Pasará lo mismo que pasó antes. La policía le robará el caso, lo cerrará y no pasará nada, nadie será detenido.

—¿Es eso lo que sucedió antes?

—Le estoy diciendo que sí. Cuando Marfeld vio que no tenía pruebas para meterme en la cárcel, perdió interés por el caso. Bueno, también lo perdí yo.

—Puedo llegar más arriba que Marfeld, si tengo que hacerlo.

—Y si lo hace, ¿qué? Es demasiado tarde para Gabrielle, demasiado tarde para mí. Siempre fue demasiado tarde para mí.

—¿Puedo acercarlo a algún lado?

Giró sobre los talones y se alejó. Le dije:

—Tengo mi propio auto.