Nora vio acercarse el Silver Wraith a alarmante velocidad, esquivando el tráfico de Central Park West y con la incongruencia de una luz roja parpadeando en el salpicadero. El coche se detuvo a su lado con un chirrido de frenos, al mismo tiempo que se abría la portezuela de atrás.
—¡Suba! —le dijo Pendergast.
Nora se lanzó al interior del coche, cuya repentina aceleración la empujó contra el respaldo de piel blanca. Pendergast había bajado el apoyabrazos central. Nora nunca le había visto tan serio. Miraba hacia delante, pero parecía que no viera ni se fijara en nada. Mientras tanto, el coche se había dirigido al norte, balanceándose un poco por los baches y grietas del asfalto. A la derecha de Nora, Central Park pasaba muy deprisa con sus árboles fundidos en una mancha alargada.
—He intentado llamar a Smithback por el móvil —dijo Nora—, pero no contesta.
Pendergast no respondió.
—¿En serio cree que Leng aún está vivo?
—No lo creo, lo sé.
Nora se quedó callada, hasta que no tuvo más remedio que preguntar:
—¿Y usted cree que…? ¿Usted cree que tiene prisionero a Smithback?
Pendergast tardó un poco en contestar.
—En el comprobante que ha firmado Smithback dice que devolvería el coche a las cinco de esta tarde.
A las cinco de esta tarde… Nora sintió que la invadían el nerviosismo y el pánico. Smithback ya llevaba seis horas de retraso.
—Si ha aparcado cerca de la casa de Leng, hay alguna posibilidad de que le encontremos. —Pendergast se inclinó y abrió el cristal corredero que separaba las dos partes del coche—. Proctor, cuando lleguemos a la calle Ciento treinta y uno buscaremos un Ford Taurus plateado con matrícula de Nueva York ELI-siete siete tres cuatro y adhesivos de empresa de alquiler de coches.
Cerró el cristal y volvió a apoyarse en el respaldo. Permanecieron callados mientras el coche giraba a la izquierda por Cathedral Parkway y, como una exhalación, tomaba la dirección del río.
—La dirección de Leng la habríamos conseguido en cuarenta y ocho horas —dijo, o se dijo—. Nos faltaba muy poco. Sólo habría hecho falta un poco más de aplicación y de método. Ahora ya no disponemos de esas horas.
—¿De cuánto tiempo disponemos?
—Pues mucho me temo que de nada —murmuró Pendergast.