Tal y como esperaba, la conversación con su hija fue tensa, pero no tanto como al final resultó. La joven no daba su brazo a torcer, seguramente con el paso de los días acabaría por asumir la realidad.
Entró en su dormitorio y no se sorprendió al encontrarlo allí, esperándola, con las manos en los bolsillos, en una actitud sospechosamente relajada, teniendo en cuenta la situación vivida. Aguardándola junto a la ventana, que cerró al sentir su presencia.
—¿Cómo se lo ha tomado?
—Mal —respondió acongojada; se sentó tras su tocador y dejó caer la cabeza sobre sus manos, completamente abatida.
Jorge se colocó tras ella y la abrazó, inclinándose hasta poder quedar a la altura de sus ojos y mirarse a través del espejo. Hizo que levantara el rostro antes de hablar.
—Claudia…
Ella lo apartó de malos modos, enfadada consigo misma. Se levantó y como si fuera un ritual diario fue despojándose de su ropa, ordenándola incluso, hasta ponerse uno de sus livianos camisones, sin importar la presencia de él, como si fuera una rutina más de cada noche antes de acostarse.
—Sé lo que piensas y lo que no entiendo es el motivo por el cual te estás tomando esto con toda tranquilidad —le espetó furiosa una vez que acabó su ritual, durante el cual Jorge no se perdió un detalle, aunque comprendió que era mejor no hacer comentarios sobre lo que veía hasta que ella se sosegara.
Él se sentó en el taburete que hasta hacía unos minutos utilizaba ella e intentó buscar la forma de calmarla, o al menos darle el tiempo necesario para ello.
—¿Por qué te pones a la defensiva? —inquirió resignado; empezaba a agotarse de verla pasearse de un lado a otro de la habitación ordenando cosas.
—Porque tu reacción no es normal, por eso —le respondió mirándolo por encima del hombro mientras cambiaba unas perchas de sitio—. ¡Si por cualquier cosa levantas la voz! Y ahora, ¡de repente!, resulta que eres don comprensivo en persona —le espetó nerviosa tras cerrar de un portazo la puerta del armario cruzándose de brazos, deseando poder meterse en la cama, dormirse y fingir que nada había pasado.
Su seguridad, su tranquilidad se había ido por el retrete, como sabía que pasaría cuando Victoria y él supieran la verdad.
Él no estaba por la labor de consentir que se martirizara inútilmente.
—Ya te lo he dicho antes, ahora que sé la verdad, no voy a exigirte explicaciones. Aquello ya pasó. ¡Joder!
—¿Me perdonas? ¿Así como así?
Claudia no daba crédito a sus palabras, no podía ser tan fácil.
Abandonó su asiento, se situó junto a ella, abrazándola desde atrás, y apartó su pelo para besarla en el cuello y poder hablarle al oído, en un tono de voz lo suficientemente convincente para que ella, de una vez por todas, asimilase la verdad de todo aquello.
—No hay nada que perdonar. Te quiero, es lo único que me importa, y es lo único por lo que debes interesarte a partir ahora. Todo lo que hiciste carece de relevancia. Estás aquí, conmigo.
Sería tan fácil creerlo…
—Jorge —ella se giró en sus brazos—, tienes que enfadarte, gritarme… —dijo consciente de que eso dictaba la lógica.
Él sonrió como un tonto y aprovechó para poner las manos en ese delicioso trasero y así acercarla hacia sí; ya llevaba demasiado tiempo sin poner las manos sobre su cuerpo y lo necesitaba como el respirar.
—Oye, si quieres que grite ya sabes lo que tienes que hacer —indicó con picardía, a ver si se iba relajando el ambiente y dejaban ya atrás los malos recuerdos.
Sin embargo, ella negó con la cabeza.
—Simplificas demasiado las cosas. Y das por sentado muchas más —dijo refiriéndose a su estado civil—. No eres consciente de que algunas barreras son insalvables.
Jorge la calló posando un dedo sobre sus labios.
—He hablado con Rebeca, por primera vez en mucho tiempo los dos hemos sido sinceros. Sé que va a ser un proceso largo, desesperante, pero tengo al mejor abogado de mi parte.
Ella arqueó una ceja.
—¿Debo entender que has hecho las paces con Justin?
Él sonrió como si le molestase aceptar que era un buen tipo, uno de fiar.
—No se lo digas, pero es uno de las mejores personas que he conocido.
Eso consiguió que por fin Claudia sonriera.
—Al final vais a ser uña y carne —susurró ella relajándose; menos mal, una buena noticia.
—Yo no diría tanto…
Él no quería hablar en esos momentos de sus recientes amistades ni de ningún otro tema que no estuviera directamente relacionado con lo que sus manos y otras partes de su cuerpo podían hacer en breve.
La tenía entre sus brazos, así que ¿por qué perder el tiempo?
Inclinó la cabeza y lentamente se acercó hasta sus labios, lamiéndolos con paciencia, hasta que pudo invadir su boca.
Ella le respondió no sólo permitiéndole que la besara, sino que fue incluso más impetuosa que él, ya que metió las manos por debajo de su chaqueta para quitársela.
Seguir negando lo obvio carecía por completo de sentido.
—Te quiero —le dijo en voz muy baja al oído, con algo de miedo, por si alguien más la escuchaba.
Tras la americana tiró de la corbata, pero en vez de deshacer el nudo sólo lo aflojó y se la sacó por la cabeza.
Jorge esperaba que atacara su camisa; sin embargo, hizo algo inesperado.
Claudia dio un paso atrás, con la corbata enrollada en su mano y se llevó las manos a uno de los tirantes de su combinación.
—Eso debería hacerlo yo —dijo él sin perderse un detalle.
Ella adoptó una pose seductora, dio otro paso más hacia atrás y negó con la cabeza.
Apartó el otro tirante y dejó que la gravedad hiciera el resto. La seda se quedó sólo unos instantes suspendida sobre sus pechos, causando la incertidumbre apropiada para que a él se le acelerase la respiración.
Ella inspiró profundamente y con ese simple gesto la tela cayó a sus pies, quedándose totalmente desnuda. Entonces se puso su corbata, ajustándose el nudo, a la espera de que él hiciera algo más que mirar.
Jorge se pasó la mano por la cara, indeciso, nervioso… ¿Cómo explicarlo a esas alturas?
Ella subió la apuesta soltándose el pelo para después sonreírle, no de forma provocadora, pues no lo necesitaba, sino de una manera fresca, sencilla, y a continuación movió el dedo indicándole que avanzara de una vez.
—Me siento igual que la primera vez —masculló quitándose los zapatos de un puntapié.
—En cierto sentido es nuestra primera vez —corroboró ella cariñosamente.
Jorge se arrancó la ropa sin pararse a mirar adónde saltaban los botones de su camisa, hasta quedarse tan desnudo como ella y dar los dos pasos necesarios para volver a tenerla pegada a su cuerpo.
La arrastró hasta la cama, cayendo él debajo, y ella se acomodó encima, a horcajadas. A Jorge le encantó tenerla así y extendió los brazos en cruz.
—Puedes hacer conmigo lo que quieras —dijo encantado con la vista, pues observar su corbata entre ese par de tetas lo ponía a mil—, prometo estarme quieto. —Eso último iba a depender de lo que ella hiciera a continuación, pero de entrada le daba todo el control.
Claudia se llevó un dedo a los labios, fingiendo meditar la propuesta. Su sugerencia abarcaba tantas posibilidades…
Estiró una mano y le acarició el torso, hundiendo las uñas un poco más de lo preciso para marcarle; él siseó encantado con ese pequeño dolor.
—Más —murmuró él sintiendo cada marca en su cuerpo, encantado de llevarlas.
Claudia repitió el movimiento un par de veces más, deleitándose con la visión de las débiles marcas rojas sobre su piel; no serían permanentes pero como si lo fueran, pues daban sensación de poder.
Le torturó un poco más añadiendo a sus uñas unos movimientos pélvicos de lo más sinuosos. Lo vio contenerse para no tumbarla y gozó con la mera visión de Jorge a su merced; al sentir su erección reclamando atención, supo de qué se tenía que ocupar a corto plazo.
Deslizándose hacia atrás aprovechó su maniobra para irle dejando un rastro húmedo de besos desde el cuello, parándose en sus pezones y tirando de ellos, tal y como él le hacía a ella, hasta su pelvis, donde se colocó de tal forma que su polla quedara bien encajada entre sus senos.
Él cerró los ojos, a pesar de que le gustaría ver hasta el último detalle, pero la sensación resultaba tan jodidamente buena que le pesaban los párpados. Y más aún cuando ella culebreó atrapando su erección y rozándosela perversamente.
—Joder… vas a matarme —masculló él aguantando las ganas de incorporarse y colocarla bajo él para un polvo rápido; así soltaría toda la presión y luego se quedaría más propenso a los jueguecitos.
—Sólo sigo tus indicaciones —le indicó la bruja relamiéndose antes de bajar un poquito más.
Jorge sintió el aliento sobre la punta de su pene y eso le puso aún más nervioso, arqueó las caderas, a ver si con un poco de suerte se la metía en la boca y acababa con ese tormento.
Sin embargo, ella debía de tener otras intenciones, pues en vez de acogerlo en su boca se dedicó a pasar la lengua por toda su longitud, mojando toda esa sensible piel.
Eso se merecía una respuesta contundente, así que él movió una de sus piernas hasta conseguir encajar su muslo justo debajo de su sexo y de ese modo con leves oscilaciones frotarle el coño y animarla para que se dejara de contemplaciones.
Su ardid pareció dar resultado y ella, por fin, lo abarcó dentro de su boca, gimiendo sobre su polla, presa de su propia excitación, pues él no estaba cumpliendo fielmente su palabra de mantenerse quieto.
Pero no importaba, podía pasárselo por alto, pues lo que estaba haciendo resultaba ciertamente inquietante a la par que excitante.
Claudia continuó lamiéndolo, chupándolo sin descanso. Él gemía y se arqueaba cada vez con más fuerza, presa sin duda alguna de un orgasmo inminente.
Él lo sabía muy bien y, aunque una buena mamada siempre era de agradecer, en ese instante quiso entregarse a ella de un modo mucho más completo.
Abandonó su fingida postura de sumisión y se incorporó para agarrarla por debajo de las axilas y tiró con fuerza hasta que pudo tumbarla de espaldas y ponerse sobre ella.
No perdió ni un instante, la besó al mismo tiempo que la penetró, enterrándose profundamente en ella, con un gruñido propio de la satisfacción que sentía no sólo por el placer físico del momento, sino por todo cuanto aquello significaba.
—Jorge… —murmuró Claudia arqueándose bajo él, echando los brazos hacia atrás hasta poder aferrarse al cabecero y salir así al encuentro de cada embestida.
—Claudia… —jadeó agarrándose a sus caderas para empujar con todo el brío posible.
Adoptó un ritmo frenético, descontrolado, sin tregua.
Aquello era el principio de algo realmente bueno, tenía que serlo, estaba convencido de ello.
Se inclinó un poco más hasta llegar a sus labios, ligeramente separados, y lamerlos, y compartir su aliento con el de ella y absorber cada respiración hasta la última, cuando ella alcanzara el orgasmo entre sus brazos, aferrada a él.
—Oh, Diossssss —gimió ella perdiendo momentáneamente la noción del tiempo al sentir cómo se acercaba al punto de no retorno.
—Eso es Claudia, vamos —la animó con la garganta seca por el esfuerzo, la emoción y su propia excitación.
No hizo falta mucho más, ella echó la cabeza hacia atrás, gimió mordiéndose el labio al sentir cómo su cuerpo se rendía y se abandonaba al clímax.
Inmediatamente, sintió el peso de él, derrumbándose sobre ella, y no le importó recogerlo sobre su pecho y, de paso, hundir las manos en su pelo y masajearle el cuero cabelludo.
Él levantó la cabeza y la miró con una sonrisa de esas que derriten a cualquiera.
—Me tratas como a un niño.
Ella no objetó nada; al fin y al cabo, tenía razón.