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—¿Duermes?

—No —suspiró ella sin moverse.

Debería estar agotada, rendida tras una intensa jornada de trabajo y una no menos intensa velada que se había iniciado en la cocina y acabado en su alcoba.

Tras el interludio en la mesa de la cocina, él la había llevado al lavabo y le había preparado un baño, en teoría relajante, pero nada más alejado de la realidad, pues no dejó de tocarla y provocarla durante todo el remojón, hasta que la tuvo tan caliente y excitada que ella misma se ocupó de sacarlo a empujones de la bañera para llevarlo hasta la cama y someterlo a sus demandas.

Jorge, ni que decir tiene, disfrutó de sus exigencias, adoptando una postura sumisa y dejando que ella se le subiera encima y llevara el bastón de mando.

Fue salvaje, rápido y placentero.

No hubo palabras, únicamente gemidos, respiraciones entrecortadas, sábanas revueltas y sudor.

Mucho sudor.

Él no pudo hacer otra cosa que admirarla, completamente embobado por la fiereza con la que lo montaba, subiendo y bajando sobre su erección, sin darle tregua, llevándolos a ambos, de nuevo, a ese punto en el que sólo podían llegar si estaban juntos.

Tras ese encuentro descontrolado, ella acabó rendida sobre él, escuchando cómo los latidos de su corazón iban bajando de intensidad y recuperando la normalidad.

Pensó, erróneamente, que se quedaría dormida en ese instante, mientras él la acariciaba con lentas pasadas, pero no fue así, y en apariencia a él le pasaba lo mismo.

Lo sintió tras ella, cómo cambiaba de postura y se pegaba a su espalda, pasándole un brazo alrededor de la cintura, arrimándola lo máximo posible a su cuerpo.

Parpadeó al darse cuenta de que quizá él quería un nuevo asalto y notó ese particular cosquilleo producto de la anticipación entre sus piernas y, pese a que estaba cansada, decidió no negarse.

—Me casé con Rebeca por su dinero —confesó amparado por la oscuridad reinante, no podía evitar avergonzarse de aquel hecho.

Claudia sorprendida por el tono de culpabilidad de Jorge, intentó permanecer impasible ante sus palabras, lo que exigía bastante autodominio, cosa de la que en ese momento no podía presumir.

Hablar en la cama de otra mujer nunca era plato de buen gusto y menos aún cuando la aludida era la esposa del hombre que te está abrazando.

Una situación del todo contraproducente.

—En aquel momento yo estaba destrozado y borracho la mayor parte del tiempo como para enfrentarme a mis padres —prosiguió él en tono culpable, pese a que daba la impresión de querer justificar lo injustificable—. No pensé, me daba igual arre que so, con tal de no escuchar sus sermones y de olvidar hubiera hecho cualquier cosa. Menos mal que no tenía que firmar documentos; si no hasta hubiese firmado mi sentencia de muerte sin inmutarme.

El motivo era bien sabido por ambos y ella pidió en silencio que no lo mencionara.

—Estábamos a punto de perderlo todo, otra vez. Así que acepté. —Comenzó a acariciarle con delicadeza el estómago con las yemas de los dedos, distraídamente—. Mi padre intentó convencerme alegando un montón de tonterías sobre mis obligaciones, responsabilidades y demás tópicos que te puedas imaginar, cuando yo sólo pensaba en asaltar el mueble bar y tener unos cuantos duros en el bolsillo para irme de putas. Si echaras un vistazo a las fotos de mi boda —se rió sin ganas— verías que nunca hubo un novio más deprimido.

Ella no quería escucharlo, no necesitaba saber los pormenores de algo que ya no tenía remedio ni le interesaba. Prefería vivir en la ignorancia.

—Durante una fracción de segundo pensé que podía ser feliz en mi matrimonio, que Rebeca podía sustituirte, así que me autoengañé. Durante el banquete recibí multitud de felicitaciones y no la miré ni una sola vez. Todos decían que era afortunado, pero yo sólo me preocupé de empinar el codo.

Claudia se removió nerviosa, aguantándose las ganas de gritarle, de exigirle que se callara de una maldita vez. Aquello sólo conllevaría más dolor.

—En mi noche de bodas fui a su habitación, borracho como una cuba. Yo sabía que era virgen, ¿cómo no iba a serlo? Y fui todo lo hijo de puta que te puedas imaginar.

—Por favor… —suplicó ella girándose en sus brazos para taparle la boca.

Él le apartó la mano, besándosela antes de continuar.

—No me molesté en hablarle, en calmarla; me metí en su cama y, sin ni tan siquiera decirle buenas noches, me la tiré. Borracho o no, le hice daño, no sólo físico, a una mujer que no sabía nada y esperaba a un marido al menos con un mínimo de decencia y paciencia. Seguramente lloró y como el bastardo que soy seguí hasta el final.

Lo escuchó poniéndose inmediatamente en la piel de ella, atemorizada, soportando sin posibilidad de escapar de lo que quisiera hacerle.

—Cuando acabé me levanté sin preocuparme por ella y me fui de nuevo de farra con mis amigos. Acabé en un club de carretera, hasta que alguien me llevó a casa y pude dormir la mona. Cuando desperté, Rebeca, en vez de cruzarme la cara, se limitó a saludarme y comportarse con dignidad, algo de lo que yo carezco. Pensé que se lo contaría a mis padres; no lo hizo, puso buena cara y me cubrió las espaldas.

Escuchar a tu amante hablar de las miserias de su matrimonio debía de ser habitual cuando se trataba de una mantenida y ésta esperaba el sobre con buenos billetes a primeros de cada mes para no dar un palo al agua; sin embargo, su caso era completamente diferente.

—A partir de ahí siempre acudía al dormitorio de Rebeca completamente ebrio y sin importarme lo más mínimo si ella quería o no. Repetía la misma rutina. Ella tampoco colaboraba y se lo eché en cara, aunque en eso también fui injusto con ella, pues ¿cómo iba a saber lo que podía hacer si nadie se lo había enseñado? Reconozco que a veces me divertía escandalizándola y me reía cuando la pobre se santiguaba. Fui cruel…

Se estaba confesando con ella y no podía evitarlo.

—… dejé de acudir a su alcoba, follaba lo que quería en clubes de carretera o durante mis viajes de negocios. Y ella siempre se mantuvo digna, incluso cuando soportó el acoso de mi madre por no darme hijos; también en esos momentos, cuando podía haberse defendido y reprocharme que ni siquiera la tocaba, se echaba encima la culpa asumiendo que quizá era ella la responsable.

—No quiero seguir escuchándote. —Hizo amago de levantarse, pero él la mantuvo pegada a su cuerpo.

—La castigué deliberadamente porque no eras tú.

Eso era otra puñalada directa a su corazón, y no tenía la coraza puesta para poder soportarlo. Él había sido muy astuto despojándola de sus defensas.

—Llevo más de quince años sin tocarla, sin preocuparme por ella, despilfarrando su dinero y sabiendo que la señalan en todas partes por mi culpa. Y, cuando ella decide buscar consuelo, yo, en vez de asumir deportivamente el golpe, vuelvo a ser de nuevo el mismo hijo de puta de siempre y la trato como a una cualquiera. Cuando resulta que, de haber sido otra, me hubiera puesto de patitas en la calle y ventilado todas mis miserias. —Hizo una pausa como si quisiera ordenar sus pensamientos y no dejarse nada en el tintero—. Cuando murió mi padre todos pensaron que me entraría el juicio, que al hacerme cargo de la propiedad dejaría atrás la vida disipada que llevaba. Como mucho, lo habitual, una canita al aire de vez en cuando para hacer con alguna puta lo que no se debe hacer con tu santa esposa, pero de nuevo se equivocaron, pues al asumir el control del dinero tenía mucho más para gastar.

—¿Quieres que te odie? —murmuró Claudia llorando en silencio por querer a un hombre que era capaz de humillar de semejante manera.

—Puede que sí —contestó en voz baja—. Puede que Rebeca haya pagado mis culpas, mi falta de madurez y mis errores. Tú no estabas aquí y ella afrontó unas consecuencias de las que no era en absoluto responsable.

—No voy a pedir perdón por las decisiones que tomé y las que tomaré —dijo ella sacando a relucir un orgullo cada vez más mermado.

—No quiero disculpas, si te estoy contando mis miserias es porque no quiero esconderte nada.

—No puedo darte reciprocidad… —susurró, «todavía no».

—Su tío es un hijo de perra —prosiguió obviando su esperado comentario—, era su tutor pero siempre la vio como un estorbo, así que, tras dar un buen mordisco a la fortuna de su ahijada, no le importó lo más mínimo casarla con un degenerado como yo, para librarse de una sobrina a la que nunca quiso. Se hizo cargo de Rebeca cuando su padre murió de cáncer. La madre de Rebeca falleció tras el parto, así que se crió rodeada de extraños y más tarde entre monjas hasta que la obligaron a casarse. Se merece que ahora yo haga, por una puta vez, las cosas bien. No voy a esconderme, ni a mirar para otro lado, cueste lo que cueste. Incluyendo enfrentarme a un obispo.

Claudia no sabía a qué se refería exactamente, pues Jorge no era amigo de subterfugios ni de dobles sentidos. Siempre hablaba, aunque no le conviniera, claro de sus propósitos, por lo que en esa ocasión ella se quedó completamente descolocada.

—Cuando los vi juntos… Quizá fue al descubrir que era tu maldito perro faldero quien estaba con ella. Sé que anda detrás de ti y pensé que a lo mejor, para joderme a mí, se acercaba a Rebeca.

—Justin no es de ésos —lo defendió ella.

—Eso lo sabes tú, no yo. No lo soporto por el simple hecho de saber que ha estado contigo, que te ha tocado.

—Tienes una curiosa forma de ver las cosas, un doble rasero a la hora de medir.

—Sí, ya lo sé, teniendo en cuenta mis antecedentes… —admitió entre dientes.

—Él y yo nunca…

—No me lo creo; sin embargo, aunque me joda tengo que asumirlo.

—Te repito que…

—Está bien, no vamos a discutir ahora por eso. —La cortó en seco—. Lo importante aquí es que por alguna extraña razón tu querido abogado la quiere. Tenías que haberlo visto defendiéndola, joder.

—Cuando me enteré también me sorprendió. Justin siempre ha tenido mucho éxito con las féminas y, si te soy sincera, me extrañó que se fijara en tu mujer. A priori no era su tipo. Pero he hablado con él y sé lo que siente por ella.

Se notó contrariada por hablar de otra pareja con Jorge, sabiendo la extraña relación que los unía a los cuatro.

Madre del amor hermoso, aquello parecía un guion cinematográfico.

—Ésa es una de las razones por las que quiero ayudarlos. Reconozco que Parker es como un grano en el culo, pero, si ella es feliz, haré todo lo que esté en mi mano para que estén juntos. Y no lo hago sólo porque siempre estaré en deuda con Rebeca, sino porque se lo merece, después de estar con un cabrón como yo…

¿Significaba lo que ella creía que significaba lo de quiero ayudarlos?

No estaban en Londres, donde, sí, podía haber rumores y demás, pero al fin y al cabo si una pareja quería estar junta, previo divorcio, no encontraba mayores impedimentos.

¿Qué estaba tramando Jorge exactamente?

—Mañana hablaré con él, sé lo que vi pero prefiero asegurarme. No vaya a ser que mi madre tenga razón y sólo quiera joderme a mí.

—Ya te he dicho que Justin no es de ésos. —Era una verdad a medias, pues si ése hubiera sido el único modo de obtener información, al abogado tampoco le hubiera importado mucho.

Sin embargo, en ese caso, el inglés se había enamorado de la tímida y beata señora de Santillana, algo que tampoco comprendía, dadas las características de la afortunada en cuestión, pero que no iba a cuestionar.

Su amigo y confidente se merecía eso y mucho más.

—Aunque me joda reconocerlo, es un buen abogado, por eso quiero hablar con él.

—Vaya, por lo menos lo admites. Y no es un buen abogado, es el mejor. No sólo sabe hacer su trabajo, eficaz y preciso. Para mí ha sido siempre un valor seguro, sé que puedo poner la mano en el fuego por él.

Jorge ni se inmutó cuando la oyó defenderlo con tanto énfasis. Seguía sin estar convencido del todo respecto a si en el pasado tuvieron algo juntos, pues, a pesar de la vehemencia de ella al negarlo, su mente no podía contemplar la posibilidad de que un hombre y una mujer fueran tan amigos sin ser amantes.

Un hilo argumental bastante difícil de digerir, pero que por el bien de todos dejaría pasar.

—Eso espero.