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Una semana después y con todo casi listo para la próxima campaña de la vendimia, Claudia, satisfecha por el trabajo bien hecho, se fue a su dormitorio, sola, a excepción de la compañía de una copa de brandy, hecho al que estaba más que habituada. Sin embargo, cuando conoces lo bueno es fácil acostumbrarse a ello y, claro, ahora echaba de menos la compañía.

Justin se había marchado a una de esas citas clandestinas, ahora ya no tanto, y Victoria había decidido quedarse con la hija de Severiana en su casa.

Ni una sola llamada, ni un mensaje, nada.

El repiqueteo de sus tacones por el parquet era el único sonido que la acompañaba a esas horas de la noche.

Por eso, cuando oyó los suaves golpecitos en la puerta de servicio, su ritmo cardíaco se disparó. A esas horas no podía ser nadie más.

Como una niña impaciente, corrió hasta la entrada trasera y al llegar se dio cuenta de que estaba demasiado alterada como para recibirlo sin hacer alguna tontería, como por ejemplo echarse a sus brazos y no sólo decirle cuánto le había echado de menos.

Inspiró profundamente y entornó la puerta.

—Buenas no…

Él no dejó ni que pronunciara una sílaba, pues se lanzó a por ella de una forma primitiva, avasallándola hasta poder tenerla entre sus brazos y devorarle esa boca que tanto había echado de menos durante los siete últimos días con sus respectivas noches.

—¡Jorge! —chilló ella intentando coger aire y cerrar la puerta, pues con el ímpetu que demostraba iban a acabar cayéndose de culo.

Él se tambaleó pero demostró estar rápido de reflejos al sujetarla por el trasero y pegarla a él, que se había apoyado en la pared para mantener el equilibrio.

Al posar las manos en su culo fue levantando la tela de su falda hasta arrugarla en la cintura para, sin perder un segundo, meter la mano por donde fuese y tirar del elástico de sus bragas.

—Espera un momento —rogó ella retorciéndose.

—Ni hablar —gruñó él agachándose rápidamente para levantarle un pie y sacarle las bragas, dejándolas de cualquier manera en el otro tobillo.

La empujó contra la pared opuesta y, sujetándola por detrás de la rodilla, le elevó la piernas para que las colocara alrededor de su cadera.

Ella se aferró como pudo al cuello de su americana mientras él maniobraba desesperadamente por desabrocharse los pantalones, labor que entrañaba cierta dificultad, pues no dejaba de besarla y morderla en cualquier sitio donde tuviera acceso.

Con su erección libre para seguir el camino natural, se pegó a ella y la izó lo suficiente para, doblando ligeramente las rodillas, poder penetrarla, de una sola embestida, sin medias tintas, sin preliminares y sin preguntar.

Claudia echó la cabeza hacia atrás, exponiendo su cuello y cerrando los ojos con fuerza, al tiempo que los gemidos escapaban de su garganta, casi sincronizados con cada uno de los empujes con los que él la obsequiaba.

—Joder, llevo conduciendo horas para poder llegar y follarte de esta forma —confesó jadeante sin perder el ritmo, completamente entregado.

—No lo dudo —ironizó ella humedeciéndose los labios resecos de tanto respirar por la boca de forma arrítmica, pues él no dejaba de empujar frenéticamente.

Sentía la aspereza de la pared en la espalda, con cada una de las embestidas subía y bajaba; sin embargo, eso no importaba, él estaba allí, entre sus piernas, entre sus brazos.

Jorge la mordió sin piedad en el cuello cuando se corrió; por alguna extraña razón deseaba causarle dolor, hacerle comprender con ese insignificante gesto todo el sufrimiento que suponía haber estado separado de ella, que Claudia fuera consciente de que no podía escapar y que era suya.

Notó cómo ella se relajaba en sus brazos y entonces la besó, ya no tan agresivo, pues parte de esa agresividad acababa de descargarla, aunque todavía le quedaba bastante para el resto de la noche.

Se apartó de ella y se abrochó parcialmente los pantalones para poder caminar hasta el dormitorio.

Ella se agachó y acabó de quitarse las bragas, desenganchándolas del tacón de su zapato, y se bajó la falda para seguirlo.

Una vez dentro de su alcoba, le preguntó:

—¿Ha sido un viaje de negocios o de placer?

Él percibió su inquietud y sonrió de medio lado. ¿Podía ser que estuviera celosa? Nada le complacería más, pero por desgracia con una mujer como Claudia pocas veces se podía pasar de la hipótesis a la certeza, pues camuflaba muy bien sus sentimientos. Sólo perdía los papeles cuando se entregaba a él y a veces tenía la sensación de que ni eso, que sabía, hasta en esos instantes, guardarse una parte de sí.

Pero a persistente no le ganaba nadie.

—Espero que ambos —respondió jugando a la ambigüedad, y sin dar más explicaciones empezó a desnudarse sin preocuparse de nada más.

—¿Incluye París? —insistió mientras no le quitaba ojo de encima y admiraba su cuerpo; ella, por el contrario, no se deshizo de ninguna prenda.

—¿Y si te dijera que sí? —Jorge se lo estaba pasando en grande y para rematar añadió—: Puede que con una mujer como tú se necesite tener todos los cabos bien atados y, por supuesto, con tal de complacerte, trabajar duro para obtener la máxima información posible. —Ella lo miró en silencio y, para provocarla un poco más, caminó hasta ella, desnudo, y cuando estuvo a escasos milímetros se frotó descaradamente y remató diciendo—: Sé cuánto valoras la dedicación y el esfuerzo, así que yo… con tal de satisfacerte… cualquier cosa.

La besó de nuevo sonriendo contra sus labios, consciente de que ella iba a enfadarse por tomarle el pelo de esa manera.

—¿Y voy a ser testigo del progreso de tus esfuerzos?

Jorge estalló en carcajadas ante el cinismo con el que Claudia había dicho aquello último.

Le hubiera gustado poder contarle que su viaje distaba mucho del placer, pues entrevistarse con un abogado especialista en nulidad matrimonial eclesiástica para iniciar los trámites no es lo que se dice muy erótico. Sin embargo, debía mantener silencio, no sólo para evitar que ella se creara falsas expectativas, sino para, según consejo del letrado, evitar cualquier filtración posible que causara perjuicios al proceso, que iba a ser lento, lleno de trabas burocráticas, y le iba a suponer, además de un considerable desembolso, muchos quebraderos de cabeza y, por supuesto, la enemistad perpetua de mucha gente; pero todo ese esfuerzo bien valía la recompensa de poder presentarse libre ante ella.

Aunque de momento tuviera que callar.

—No lo dudes —respondió asiendo su mano—. Prepárame un baño, vengo hecho un asco del viaje y no he querido pasar ni por mi casa con tal de estar contigo.

Sonaba a orden, como la que se da a una sirvienta, y ella se cruzó de brazos.

—Te recuerdo que a estas horas mi personal de servicio ya está retirado.

—Y yo te recuerdo que si haces lo que te sugiero saldrás ganando —rebatió con carita de niño bueno zalamero dispuesto a todo para salirse con la suya.

Tiró de ella y la condujo al baño; para su sorpresa se encargó él de todo, incluyendo desnudarla, ahora con más calma, y la ayudó a meterse en la bañera para, acto seguido, unirse y colocarse frente a ella.

Claudia no tuvo ningún inconveniente en enjabonarlo y en ocuparse de su aseo personal, aunque en venganza omitió su entrepierna.

Él intentó que esas manos se centraran en lo importante, pero no hubo manera, pues aunque la esponja se perdía convenientemente entre sus piernas ella se las arreglaba para recuperarla sin ni tan siquiera rozarle accidentalmente.

Acabó dándose la vuelta, consintiendo que ella hiciera lo que considerase oportuno.

En honor a la verdad debía reconocer que, si nada más meterse en la bañera ella le hubiera agarrado la polla y empezado a masturbarlo, en esos momentos no estarían así, relajados, disfrutando de un baño y él recostado sobre su pecho, con los ojos cerrados dejando que ella acariciara su torso.

—¿No vas a preguntarme dónde he estado? —inquirió en voz baja, distraído, casi somnoliento.

—Haciendo notables esfuerzos por el bien común, si mal no recuerdo —apuntó ella con un toque de sarcasmo, sólo lo justo, pues se estaba demasiado bien como para estropearlo.

Jorge le agarró una mano y entrelazó los dedos con los de ella, dejando que las yemas de sus dedos resbalaban con el agua jabonosa, encantado con poder disfrutar de esas ocasiones tan sencillas, aunque sobraba decir que luego pasarían a mayores.

—¿Y te conformas con esa versión? Me decepcionas, siempre pensé que eras mucho más inteligente, o por lo menos perspicaz.

—Si quieres que admita, en voz alta, que me he mordido las uñas pensando dónde has estado…

—O con quién —añadió él con cierta malicia.

—… vas por mal camino. —Le mordió en el hombro; así, de paso, le devolvía el gesto—. He estado muy ocupada «trabajando» como para tener un minuto libre durante el día y dedicarme a suspirar por ti.

—¿Las noches también las has tenido ocupadas? —Giró la cabeza para mirarla y comprobar su reacción.

—¿Y si te dijera que sí? —Era un farol en toda regla.

Y él, en vez de mencionar abiertamente que no se lo creía, decidió seguirle el juego.

—¿De verdad? —El agua se estaba enfriando pero aún podían aguantar un poco más—. Ilústrame, ¿qué has hecho tú sola por las noches? —Cuando ella estaba a punto de mentirle de nuevo diciéndole que no tenía por qué haber sido sola, él se adelantó—. No me lo digas, muéstramelo.

Raudo se giró dentro de la bañera para situarse frente a ella y, además de recrearse la vista con su piel brillante y húmeda oculta parcialmente por la espuma, poder ser un espectador privilegiado si ella se avenía a mostrarle cómo pasaba las noches de soledad.

Ella, lejos de complacerse, al menos a corto plazo, empezó a mover uno de sus pies buscando, tanteando por debajo del agua hasta toparse con cierta parte de su anatomía que hasta entonces había esquivado, así al menos desviaba la atención, pues no quería reconocer ni atada que lo había añorado.

—Tu maniobra de distracción deja mucho que desear —dijo él y la agarró del tobillo y le colocó el pie de forma correcta—. Vamos, no seas tímida, hazme una demostración. Me muero de ganas de ver cómo te acaricias, cómo tus dedos entran y salen de tu cuerpo…

Ella negó con la cabeza, eso sí, sin perder la sonrisa ante el tono zalamero de él, sólo por ese detalle podía complacerlo.

—Será mejor que salgamos de aquí, el agua se está enfriando.

Él se echó hacia adelante y la sujetó de la barbilla.

—Te aseguro que yo no.

Claudia se lamió los labios; de acuerdo, podía hacerlo.

Se puso de pie y salió del agua. Podía haberlo hecho de una forma menos teatral, pero dejar que el agua resbalase por su cuerpo le produjo un intenso cosquilleo, además de la inmensa satisfacción de verlo contener el aliento.

Y ya que estaba sobreactuando, caminó deliberadamente despacio hasta donde estaban las toallas apiladas para, en vez de envolverse rápidamente en una, cogerla y secarse la piel con suaves toquecitos, cubriéndose aquí y allá, pero dejando visible la mayor parte de su anatomía.

Jorge salió de la bañera sin tanto teatro y utilizó una para secarse rápidamente y tirarla a un lado, después se plantó delante de ella, con las manos en las caderas y dispuesto a tener un pase privado.

—¿Qué haces? —chilló ella cuando él, en un impulso, le palmeó el culo sobresaltándola.

—Inspirarte —respondió sonriendo.

Claudia no dijo más y salió del aseo seguida por un espectador ansioso por ver su función. Apagaron las luces, a excepción de la lamparita para crear un ambiente íntimo y evocador.

—No necesito inspiración —aseveró deteniéndose junto a la cama, completamente desnuda—. Esta noche… busco otra cosa.