38

Rodó a un lado, perdiendo el contacto íntimo y placentero.

En esa habitación de hotel sólo se oían las respiraciones arrítmicas de ambos intentando volver a la normalidad.

No eran necesarias las palabras, pues aquello no necesitaba ningún tipo de calificativo extra: sus gemidos, cada una de sus reacciones, habían bastado para dejar claro lo que sentían el uno por el otro.

Tan sólo un instante, lo necesario para recuperarse y para que ella pudiese hacerlo también, pues le sería más difícil si permanecía encima.

A pesar de que el contraluz favorecía el ambiente íntimo, se estiró para encender la lamparita y poder verla, no podía dejar pasar esa oportunidad.

Saber que las sábanas estarían revueltas no era suficiente, quería grabar en la memoria la imagen de la mujer causante y, cuando se giró y enfocó la vista…

Aquello era, sencillamente, impresionante.

Ella, aún desmadejada sobre la cama, con los ojos cerrados, la boca entreabierta y restos de su semen sobre la mejilla.

Sin mostrar ninguna preocupación por ello, ni siquiera había hecho amago de limpiarse o de cubrirse.

Sin pensar, como parecía que hacía todo últimamente, se lanzó a por ella, besándola con ímpetu sin preocuparse por nada más.

La sorprendió con su gesto, pero no recibió ningún tipo de rechazo, todo lo contrario.

Ella sonrió contra sus labios y, por supuesto, los separó para recibirlo y devolverle el beso; lo peinó con los dedos mientras disfrutaba de un beso, intenso y tierno.

Algo sencillo y muy significativo.

—Te veo muy efusivo —dijo ella sonriéndole cuando él se separó para mirarla.

—Yo te veo preciosa —añadió él y de nuevo devoró su boca, metiéndole la lengua hasta el fondo, recorriendo el contorno de sus labios… todo le parecía insuficiente. Terminó por separarse de ella y se incorporó buscando con la mirada algo para eliminar los restos, pero, como no le apetecía levantarse, agarró la sábana y la limpió con ella.

—Vaya, gracias… —murmuró con cierto retintín.

A esas alturas, ese gesto, aunque todo un detalle, carecía de importancia, pues no le molestaba en absoluto.

—De nada —contestó estirándose junto a ella en la cama; se quedó boca arriba, con un brazo bajo la cabeza y deseando que las cosas pudieran desarrollarse de otra manera.

A continuación venía la parte desagradable de todo aquello, vestirse y volver a casa. Salir furtivamente del hotel, llegar a su casa y acostarse solo.

Era una rutina a la que debería estar más que acostumbrado, pero no se trataba de una cualquiera; despertar junto a ella, sin prisas, cosa que nunca había hecho, suponía todo un reto, pues había estado pensando en la forma de lograrlo.

Ella se acomodó sobre su pecho, jugando distraídamente con el vello de su torso. Él estiró su brazo para facilitar el acoplamiento y Claudia se acordó de un asunto pendiente…

Dudó unos segundos en cómo plantearle la cuestión, pues iba a sonar muy extraño que precisamente ella le hablara de algo así.

Al final optó por hacerlo de manera natural, pero preparándolo poco a poco para que no se mostrara receloso.

—¿Puedo hacerte una pregunta personal? —inquirió ella en tono suave.

—Sabes que sí —respondió sin aprovechar la oportunidad de pincharla.

Claudia era quien insistió en dejar fuera los asuntos personales para no enturbiar la relación, limitarse al presente. Ella era quien al fin abría la puerta a ese tipo de cuestiones; muy bien, eso le daba a él la misma prerrogativa. Se limitó a recorrer su espalda atrayéndola hacia él y se encogió de hombros, como si le fuera indiferente.

—¿Has tenido muchas aventuras con mujeres casadas?

Jorge se quedó inmóvil al escucharla. Dejó de tocarla y abrió los ojos como platos.

¿Había oído bien?

La miró de reojo: sí, Claudia se lo había preguntado y lo miraba esperando una respuesta.

Había soltado la pregunta como si tal cosa. Joder, no le apetecía hablar precisamente de eso con ella.

—¡Claudia!

—Escucha un instante, por favor —añadió ella en tono sosegado para apaciguarlo—. No te estoy cuestionando ni juzgando. Simplemente…

—Simplemente… —la imitó él en tono de burla; iba lista si pretendía que respondiera a semejante cuestión.

—Necesito información.

¿Información? Pero ¿qué clase de información quería esa mujer?

No daba crédito a lo que escuchaba.

—¿Perdón? —Él se incorporó y la miró extrañado. Ésa era precisamente la conversación que no se debía tener bajo ningún concepto con una mujer, y menos aún con ella. Pero claro, eso le pasaba por bocazas, por alardear de sus correrías.

—Verás… —Se mordió el pulgar y puso cara de niña buena para que él no se exaltara—… siempre me he preguntado… —Acompañó sus palabras con un beso en el centro del pecho que lo hizo gemir—… cómo te las arreglas para… —Aguantó la risa ante la cara de estupefacción y cabreo que mostraba él—… que no te pillen.

—¿Me estás tomando el pelo?

Ella negó con la cabeza.

—No.

Jorge entrecerró los ojos.

¿A qué venía ese repentino interés?

—¿Y no crees que es de mal gusto preguntar eso? —sugirió él intentando averiguar qué se traía entre manos, aparte de su polla, a la que de repente prestaba demasiada atención.

—No, ¿por qué iba a serlo?

—Porque estamos los dos, desnudos, en tu habitación, después de haber follado, así que creo que, aparte de ser desagradable, está fuera de lugar. Pero ya que me lo preguntas, esfuérzate un poco y saca conclusiones por ti misma —dijo señalándose a sí mismo.

—Ya, pero yo preguntaba por «ellas», por las mujeres casadas. ¿Cómo pueden escabullirse? ¿Adónde puedes llevártelas para…? —Movió la mano a modo de indicación, para que él sólo completase la frase.

—Siempre hay maneras —respondió gruñendo y de manera evasiva. A ver si con un poco de suerte dejaba el incómodo temita.

—¿Podrías ser más explícito?

No hubo suerte.

—¿Y tú dejar de preguntar tonterías mientras me la pones dura?

Ella paró de acariciarlo inmediatamente.

—¿Dónde te reúnes con ellas? —insistió haciendo caso omiso de los intentos de él por evitar el asunto.

—Me refería a las tonterías, no a que dejases de tocarme la polla.

—Contéstame, por favor. —Retomó sus trabajos manuales.

Él suspiró, estaba decidida a saberlo y, conociéndola, sabía que no iba a parar.

Entonces le vino a la cabeza algo que con las prisas y las ganas de acostarse con ella había olvidado y no podía dejar pasar.

El asunto del viejo profesor: debía aclarar el tema con ella, pues el alcalde le había contado toda la historia y, si no se andaba con ojo, terminarían yendo a por ella.

—Muy bien —accedió él dejando de marear la perdiz—. Yo te digo a qué hotelito de carretera te puedes llevar a una mujer casada y alquilar una habitación para tirártela sin que nadie haga preguntas… —Ella le sonrió muy satisfecha por haber logrado su objetivo—. Y tú me explicas ¡qué coño has estado haciendo metiéndote en asuntos ajenos!

—¿A qué te refieres? —inquirió desconcertada ante el cambio tan radical que estaba tomando la conversación.

—Me refiero a tu insensata, descabellada y peligrosa intervención para que el señor Torres consiga el pasaporte para salir de España. Pero ¿te has vuelto loca? —La señaló con un dedo acusador.

Eso a ella la incendió.

—¡Será posible! —Se echó hacia atrás para evitar que siguiera pinchándola—. ¿Cómo puedes tener la cachaza de decirme algo así cuando no has movido ni un dedo por él?

Jorge se pasó la mano por el pelo; esa insensata no comprendía nada.

—Escucha y escucha bien, porque esto no es ningún juego. Esta mañana he hablado con el alcalde. A ese tipo no le gusta que se remuevan ciertos hechos del pasado. Y, entre otras cosas, me ha puesto al día de las gestiones que tu perro faldero ha venido haciendo…

—No lo llames así, Justin es un buen amigo.

A él no le gustó nada que lo defendiera, pero lo pasó por alto porque le parecía más importante dejarle claro el otro asunto.

—Y no contenta con levantar viejos rencores, echas sal en las viejas heridas; vas y compras el local que perteneció a su familia —prosiguió él en el mismo tono acusador.

—Ya veo cómo se respeta aquí la confidencialidad —le espetó con sarcasmo.

—Espero que no se te haya pasado por la cabeza reabrir esa librería, Claudia, que te conozco.

Ella, enfadada con el rapapolvo, se puso de pie y fue hasta el armario para sacar una bata y cubrirse. Él, sin embargo, permaneció sentado y desnudo en la cama.

—No —respondió omitiendo la palabra «todavía».

—Menos mal. —Él pareció respirar más tranquilo—. Porque ya se ha armado una buena con lo de los papeles.

—¿Y qué pretendías que hiciera? ¿Quedarme cruzada de brazos ante esa injusticia? —preguntó sabiendo que quedaba implícita la frase «como has hecho tú».

—No tienes ni la más remota idea de dónde te estás metiendo. Aquí las cosas funcionan diferente —insistió él—. Te estás buscando enemigos innecesarios. Casi me da algo cuanto me he enterado de tus… tus… maniobras.

—A la porra con eso. He conseguido que viaje, que salga de esta ciudad de ingratos que le dieron la espalda.

—No tienes ni idea de lo que hablas. Aquí las cosas se pusieron muy cuesta arriba para algunos. Tú y yo apenas éramos unos críos. Yo no fui consciente hasta bastante después, cuando regresé del servicio militar y vi lo que había pasado. ¿Crees que no quise ayudarlo? Pero nadie se iba a arriesgar a darle un trabajo como profesor o tutor. Al final le encontré ese puesto como conductor y al menos le ha permitido vivir dignamente.

—¿Dignamente? —se burló—. No me hagas reír, vivir en una habitación de mala muerte, en una casa que huele a repollo cocido y desinfectante barato no es de recibo.

—Mira, Claudia, aquí las cosas funcionan de otra forma, tienes que metértelo en la cabeza. Van a ir a por ti. Y no hablo en broma. Y la primera instigadora…

—No hace falta que lo digas, tu madre.

—Exactamente.

—Sé lo que tengo que hacer y cómo.

Él no se quedó muy conforme con su sospechosa conformidad. Quizá sólo era una forma de zanjar el tema, o puede que se lo tomase como un jodido reto, y al final, advirtiéndola, había sido peor el remedio que la enfermedad.

—Yo también creo que el señor Torres no se merecía lo que le hicieron, pero ahora no tiene sentido remover el pasado. —Suspiró frustrado, tenía que conseguir convencerla—. A pesar de lo que puedas creer, me preocupas.

—Pues como las fuerzas vivas se enteren de que confraternizas con el enemigo… —se guaseó ella.

—No confraternizo con el enemigo —la corrigió él, levantándose para acercarse a ella y rodearla con los brazos—. Me follo a la enemiga.

Ella se rió ante el tono lastimero, pero seductor, que había empleado y porque, en el fondo, toda aquella perorata no era sino una muestra de sincera preocupación.

Otra cosa muy distinta era que fuera a variar sus planes.

Además, estar así, entre sus brazos, cuando en breve tendría que marcharse… no era el momento para discusiones.

—Si no recuerdo mal… —comenzó en tono zalamero—… ahora es cuando me…

—¿Te tumbo sobre la cama, me meto entre tus piernas y pasamos un buen rato? —sugirió en el mismo tono.

—No. Ahora es cuando me dices lo que quiero saber —dijo ella lamiéndole la oreja para acabar atrapándole el lóbulo entre los dientes y dar un pequeño tironcito a modo de incentivo.

—Carretera de Madrid, a unos veinte kilómetros. Un hostal donde paran los camioneros. Limpio, sencillo y sin preguntas. ¿Te sirve?

Ella se soltó, dio un paso hacia atrás y dejó que su bata cayera al suelo.

—Me sirve —dijo almacenando la información; acto seguido debía ocuparse de otros menesteres.