Sin darle tiempo para replicar, pues lo cierto era que él en ese estado no iba a poder mantener una conversación, la puso en pie y la obligó a inclinarse y apoyarse sobre la mesa, dejando su apetecible trasero, por desgracia aún tapado por su vestido de alta costura, expuesto para sus deseos más inmediatos.
Con ambas manos y mostrando su impaciencia, primero amasó de forma un tanto agresiva aquella parte de su anatomía tan sugerente, pero conformarse con eso era de tontos pudiendo ser ambiciosos…
Le levantó la parte inferior del vestido arrugando la tela en su cintura, dejando a la vista unas bragas negras de seda y las ligas que sujetaban sus finas medias, creando para él una visión excitante y provocativa.
—Joder… —masculló pasando la mano, casi de forma reverente, por su culo; ahora sí podía contemplarlo a placer—. Esto tiene tantas posibilidades… —añadió en cierto tono enigmático que a ella no le pasó desapercibido.
Ella volvió la cabeza, forzando los músculos del cuello para mirarlo, y se quedó sorprendida, a la par que intrigada, al ver su cara de concentración mientras pasaba, una y otra vez, la mano por su retaguardia.
En cada pasada, a pesar de la suavidad con la que acariciaba su piel, conseguía despertar cada una de sus terminaciones nerviosas, logrando que su respiración abandonara la normalidad.
Siguiendo con su ambición, no se limitó a reverenciar ese trasero únicamente con leves caricias. Con un dedo, recorrió la separación de sus nalgas hundiendo la seda entre las mismas, repitiendo ese extraño movimiento y volviéndose cada vez más atrevido, hasta presionar un punto que a ella la hizo dar un respingo.
«Y no hemos hecho más que empezar», pensó él.
—¿Qué haces? —preguntó con cautela. Era un punto totalmente inesperado, quizá había sido un descuido.
—¿Alguna vez te han follado el culo? —preguntó él a su vez sin la más mínima delicadeza, consiguiendo uno de sus propósitos: escandalizarla.
Ella se mordió el labio cuando, tras la pregunta, él repitió la presión dejando muy claro que no, que eso no era ningún descuido.
—¡¿Perdón?!
—Te he formulado una simple pregunta. Sí o no.
Ella tragó saliva antes de responder.
—¡No! —exclamó retorciéndose para que dejara de tocarla ahí.
—Vaya… —Parecía entusiasmado con la respuesta.
—Ahora me dirás que es lo más normal del mundo —dijo medio en broma; conociéndolo, a saber qué alegaba.
—Te sorprendería… —comenzó en voz baja inclinándose sobre ella—… la de mujeres, de esas decentes… —Tras quitarle su propia chaqueta, empezó a bajarle la cremallera del vestido—… que quieren llegar vírgenes al matrimonio… —Pasó la mano, como si de una fiera se tratase, para calmarla por su espalda—… y sólo permiten que las follen por el culo.
Con destreza la despojó del vestido, dejándola únicamente con la ropa interior negra. No se preocupó de dónde caía, pues estaba demasiado ensimismado con la visión de su cuerpo. Volvió a hacer que se inclinase sobre la mesa y le separó las piernas, en una postura de evidente sumisión, aunque él tenía muy claro que ella jamás se sometería voluntariamente; ello, sin embargo, aportaba un ingrediente extra a esa extraña relación.
Claudia intentaba asimilar la información que él acababa de proporcionarle.
—¿Es eso cierto? —inquirió ella.
—¿Decías? —Pero él ya estaba en otro asunto, exactamente haciendo un barrido visual por las cosas allí amontonadas por si encontraba algo interesante y útil.
—Eso que acabas de decir… —No pudo continuar exigiendo explicaciones, pues él agarró la fina tela de sus bragas, no con intención de romperlas, sino para tirar de ellas, consiguiendo que la parte delantera se incrustara entre sus labios vaginales y presionar de paso su clítoris de una forma poco ortodoxa pero sí muy efectiva.
Sin soltar sus bragas, estiró la otra mano hasta dar con los corchetes del sujetador, soltándolos de manera imperativa y a tirones; después, para no variar, arrojó la prenda al suelo, el cual, por cierto, hacía tiempo que no veía una escoba.
—Échate hacia adelante, estira los brazos —ordenó. Cada vez le costaba más esfuerzo respirar. Si no se andaba con cuidado la situación podía volverse en su contra—. Así muy bien… —murmuró sin dejar de dar tirones para que la seda le rozara convenientemente el coño.
—No sé qué pretendes —gimoteó cerrando los ojos, pues no conseguía entender cómo era capaz de excitarse sobre una tosca y, seguramente, sucia mesa mientras él se ocupaba de masturbarla de un modo tan extraño.
—Que tus pezones se rocen continuamente con la madera áspera, para que se endurezcan y te pongas totalmente fuera de ti —explicó al tiempo que localizaba con la vista algo que podría resultar conveniente para sus planes. Lo cierto es que iba improvisando sobre la marcha, pero eso no iba a confesarlo.
No hacía falta jurarlo. En esa postura, al más mínimo movimiento, sus pezones, duros como guijarros, entraban en contacto con la superficie ajada por el uso, mandando miles de señales contradictorias a su cerebro: excitación, peligro, desasosiego, necesidad, miedo… pero nunca rechazo.
De repente sintió como un latigazo, algo que no debía estar en el guión; lo sintió justo en su nalga derecha.
—Pero ¿qué haces? —chilló al sentir un escozor brutal en su piel.
Él sonrió satisfecho con su reacción y con la resistencia de la soga; debía llevar ahí cien años, pero aún servía.
Antes de situarse frente a ella, alzó la hosca cuerda y la dejó caer de nuevo sobre la sensible piel de su trasero, sintiendo cómo su propio cuerpo reaccionaba ante tal estampa para después, y sin mediar palabra, rodear una muñeca con su mano para atársela.
—Ni hablar. —Ella intentó incorporarse, pero rápidamente aplastó su espalda con la otra mano—. Te quiero así.
Con destreza, amarró su muñeca para después pasar la soga por debajo y hacer un nudo alrededor de la pata de la mesa.
—No tiene gracia —masculló ella revolviéndose inútilmente, pues con la mano libre no podía desatarse, ya que él había tensado la cuerda convenientemente—. No sé cuál es tu objetivo… No sé qué quieres… —Tuvo que callarse porque de nuevo él estaba tirando del elástico de sus bragas y de nuevo su clítoris, cada vez más hinchado, entraba en contacto con la seda, más húmeda por momentos, consiguiendo que olvidara todo, la sucia habitación, sus ataduras…
—Mientes —la acusó él propinándole otra buena palmada en el trasero, en el mismo sitio que en la ocasión anterior, consiguiendo así que se enrojeciese—. Tus bragas están empapadas, te restriegas contra la mesa porque no puedes soportarlo más, mueves el trasero instándome a que te folle de una vez…
—¿Por qué, Jorge?, ¿por qué haces esto? Sabes perfectamente que no voy a rechazarte… ¿Es una forma de castigarme?
—Sí, pero no cómo tú crees —respondió situándose frente a ella y agachándose para quedar a su altura; luego añadió—: Al final me lo agradecerás.
Ella cerró los ojos, lo más probable era que Jorge tuviera razón, pues se había ocupado de conducirla a un estado del que no podía escapar.
Claudia asintió, dándole el permiso que no necesitaba para continuar.
Él se ocupó de su propia ropa y en menos de un minuto estaba completamente desnudo, erecto, frente a ella. Agarró la cuerda sobrante y la enlazó en su propia muñeca, después se movió hasta quedar tras ella, de tal forma que el esparto rozaba su espalda.
Acto seguido le bajó las bragas y dejó que se quedaran enredadas en uno de sus tobillos, le separó las piernas y se posicionó tras ellas, restregando la cabeza de su polla contra sus nalgas y presionando un poco más hasta empaparse de sus abundantes fluidos.
Tras el primer contacto no pudo evitar caer de rodillas y, con una avidez desconocida, colocó las manos en la parte interna de sus muslos, separándolos al máximo para poder meter la lengua y probar por sí mismo el grado de excitación en el que ella se encontraba.
—¡Jorge! —chilló con la voz casi rota dando un respingo. Aún tenía los pies apoyados en el suelo, pero a ese paso perdería el contacto y quedaría suspendida.
Tuvo que agarrarse al borde de la mesa para tocar algo tangible, algo que la conectase con la realidad, pues las maniobras de su lengua, tanteando cada rincón de sus labios vaginales, suponía un duro esfuerzo a la hora de mantener la cordura.
—Hum.
La vibración de ese murmullo volvió a ponerla en el disparador, y no sólo por el efecto más inmediato sobre su coño, sino por el significado del mismo.
A pesar de que iba a terminar con los pezones magullados de tanto retorcerse, no podía parar quieta y, abandonando cualquier indicio de vergüenza, se restregó contra él, buscando el máximo contacto.
—Eso es, deja que saboree tu orgasmo, deja que mi lengua entre en ti —la animó él completamente entregado, a pesar de que su polla pedía a gritos un lugar cálido y acogedor, pero, de momento, ese lugar parecía reservado a su lengua, que buscó con ahínco el clítoris para presionarlo. Lo encontró tieso y no lo demoró más.
Claudia corcoveó, gimió, suplicó… Todo lo que hiciera falta para alcanzar el clímax.
Poco importaba ya todo lo demás. Su cuerpo anhelaba romper la tensión acumulada, no sólo en su sexo, sino por todas sus terminaciones nerviosas.
—Más… —jadeó casi lloriqueando—. Más… Por favor.
Él no iba a ser tan cruel de negárselo, pues había aprendido hacía tiempo que se puede obtener un gran placer sintiendo el de una amante entregada.
Y no lo hizo, todo lo contrario. Se aplicó aún más, y añadió un par de dedos para penetrar su cálida vagina, los cuales, desde esa posición, se curvaban automáticamente intensificando las sensaciones.
Y Claudia no tardó en agradecer todo ese esfuerzo, pues, como si se tratara de su último aliento, inhaló profundamente antes de quedar laxa y relajada, corriéndose en su boca, tal y como él le había pedido.
Rápidamente Jorge se puso en pie y la penetró, dando por fin a su polla la oportunidad de poder buscar su propia satisfacción. Aunque, tras la larga espera, no iba a ser capaz de aguantar mucho.
—Tan caliente… Tan húmeda… —jadeó entre empujón y empujón.
Se recostó sobre ella y enlazó los dedos de la mano atada con los suyos propios, apretándola contra la mesa y volcando en cada movimiento todo cuanto sentía por ella.
Claudia volvió la cabeza y vio sus manos entrelazadas, un gesto íntimo y significativo, con la soga de por medio y la brillante alianza de oro en el dedo anular de él.
Deliberadamente evitó que ese triste pensamiento enturbiara el momento y se concentró en él, en sentirlo, en escuchar su respiración errática sobre su nuca, en disfrutar de sus gruñidos y gemidos debido al esfuerzo…
Cualquier cosa para enmascarar la realidad.
—Estoy a punto —gimió él comportándose como un loco, casi desesperado.
Deseando, al mismo tiempo, correrse y prolongar todo aquello.
Pero con el ritmo que impuso no iba a durar mucho más.
La mordió en el hombro en el mismo instante en que su semen salía disparado, inundándola, para después quedarse quieto, en su interior, mientras recuperaba la capacidad de poder hablar y decir algo coherente.
Si no lo estaba ya, ahora no tenía remedio.
Loco por ella sería una definición bastante acertada de la situación.