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Ya no debería sentir esa inquietud, pero lo cierto es que cada vez que traspasaba la verja que daba acceso a la propiedad de los Santillana no podía controlar esa especie de malestar interno, como si su sexto sentido estuviera advirtiéndola para que saliera de allí pitando.

Como en otras ocasiones, tiró hacia adelante.

Justin la escoltó hasta el despacho principal; aquello iba a ser mucho más difícil de tratar que la reunión de hacía una semana, donde al menos contaba con el factor sorpresa.

La noche anterior había estado desnuda en sus brazos y al cabo de unos minutos iba a tomar el control de sus bodegas.

Al entrar, el siempre educado señor Maldonado se puso en pie y la saludó correctamente. Jorge, al otro lado del escritorio, se limitó a mirarla de arriba abajo como si quisiera hacer desaparecer su sencillo vestido rojo burdeos entallado y retomar las actividades de la noche anterior.

Como era de esperar, Amalia la fulminó con la mirada, pero estaba claro que la habían aleccionado convenientemente para que se mordiera la lengua. Así que sólo hizo un gesto casi imperceptible a modo de salutación.

Justin se sentó a su lado y extrajo los documentos que habían preparado, puesto que el ambiente no iba a mejorar, prefirió concentrarse en lo importante.

—Antes que nada, señora Campbell, me gustaría intentar un acuerdo y evitar así la disolución de esta empresa —intervino el administrador—. Si pudiera ampliarnos el plazo estoy seguro de que…

Ella miró a Jorge, debía de estar asqueado de la actitud suplicante del señor Maldonado, pero no dijo nada y esperó la respuesta.

—Me temo que esa posibilidad debemos descartarla —respondió ella en un tono cordial pero firme—. De todos es sabido el mal estado de las cuentas y, aun consiguiendo la financiación necesaria… —esto último lo dijo en un marcado tono escéptico—… si no se hace una profunda renovación de los métodos productivos y si no se varían las directrices, usted sabe tan bien como yo que eso no deja de ser un parche temporal.

—En resumidas cuentas, pretendes quedarte con todo —la acusó Amalia.

—Menos mal que ayer, a pesar de haber llegado a las tantas, hice la maleta por si acaso —ironizó Jorge repantigándose en el sillón.

Claudia se mantuvo prudentemente distante de los comentarios de él, pues aún no había dicho la última palabra.

—Nuestra proposición es la siguiente… —intervino Justin.

—Ahórrate el discurso, dime qué día y a qué hora debemos dejar esto vacío —lo interrumpió Jorge en tono burlón.

—La señora Campbell —prosiguió el abogado pasando por alto las tonterías propias de un orgullo herido— asumirá el control total, dirigirá la empresa y aportará los fondos suficientes para ello.

Todos en la sala dirigieron sus miradas a la aludida, en diferentes grados de asombro, pues nadie esperaba esa noticia.

Amalia receló de inmediato; aquello suponía que en la práctica la dueña y señora ya no era ella y quedaba supeditada a las decisiones de esa… chacha vengativa.

Maldonado respiró tranquilamente por primera vez en mucho tiempo y sonrió con afabilidad; sin duda era la respuesta a todas sus plegarias, alguien con dos dedos de frente y visión empresarial iba a tomar las riendas y con ello conseguirían devolver el prestigio a las bodegas. Si Antonio Santillana levantara la cabeza puede que, tras echar un buen rapapolvo a su hijo, aceptara la situación.

Jorge la miró con una media sonrisa de lo más perturbadora. Estaba claro que no le gustaba la propuesta, pues ¿a qué hombre le atrae la idea de ceder el control a una mujer, que, además, te abandonó?

Y, para más inri, con la que la noche anterior habías follado y con la que te habías sincerado.

El apelativo de «zorra» se le pasó por la cabeza, pero rápidamente le vino otro más apropiado: «hija de la gran puta».

Aunque en el fondo estaba orgulloso de ella; lista como pocas, iba a darles donde más les dolía, serían el hazmerreír de Ronda.

—No aceptamos —declaró Jorge adoptando una postura de indiferencia, como si tuviera un as debajo de la manga.

—No te queda otra, Santillana —le recordó Justin con regocijo, pues mirar frente a frente al culpable de la desdicha de la mujer en la que había puesto los ojos le suponía una secreta diversión. Claro que si, además, conseguía que ella se mostrara un poco más colaboradora…

—Es lo mejor, Jorge —apostilló el administrador.

—Mi hijo tiene razón —intervino Amalia levantándose toda orgullosa—. ¿Cómo podemos fiarnos de ella? ¿Quién me asegura que no desmontará la empresa a escondidas y al final nos dejará en la calle?

Justin, que disfrutaba enormemente analizando la reacción de las personas, no se perdía detalle. ¿Qué pasó exactamente para que esa mujer fuera tan rencorosa? ¿Por qué se mostraba tan hosca si Claudia se marchó dejando libre a su querido hijo?

—Tomaré las decisiones que estime oportunas —anunció Claudia dispuesta a zanjar el tema y olvidarse de especulaciones—. Mi objetivo es reflotar la empresa, no voy a caer en provocaciones ni en viejos rencores. Y por supuesto no voy a tolerar ni un solo insulto más. —Se levantó de su asiento dando por finalizada la reunión—. A partir de mañana me ocuparé personalmente de revisar el inventario y renegociar con el banco la liquidación de los préstamos. Después de ello comenzaré a preparar la próxima campaña. —Caminó hasta la puerta con aire regio y se volvió en el último segundo para añadir—: Trabajaré desde mi propia oficina. Únicamente el señor Parker lo hará desde aquí. Buenos días, señores.

Les dejó con la palabra en la boca y salió tranquilamente al exterior, donde la esperaba el coche con el señor Torres al volante, pues para evitar dimes y diretes lo había contratado a jornada completa.

Alguien observó todos sus movimientos desde una prudente distancia, tragándose las lágrimas amargas al ver a quien su esposo no había podido olvidar, ver a la causante de todas sus desgracias caminar por la propiedad como si fuera la dueña y señora.

Rebeca se mordió el puño para evitar gritar, para no salir corriendo tras ella y, aun a riesgo de quedar en evidencia, insultarla y pedirle que se marchara.

Definitivamente ya iba a resultar del todo imposible que Jorge la olvidara, pues ahora ya no vivía del recuerdo, sino que la tenía delante.

Y eso que él aún no sabía toda la verdad, pues tarde o temprano Claudia le explicaría qué pasó, por lo que Jorge terminaría por exigir respuestas tanto a su madre como a ella misma por habérselo ocultado.

Ahora cualquier pequeña posibilidad de recuperar a un marido que nunca tuvo desaparecía definitivamente.

—En vez de ir como un alma en pena por los rincones deberías coger el toro por los cuernos.

Rebeca se tragó una réplica al oír las hirientes palabras de su suegra. Esa mujer no tenía ningún derecho a castigarla ni a culparla y menos aún en esos instantes, cuando era tan vulnerable.

—Nunca he asistido a las reuniones de la empresa —se defendió. Jamás se le ocurrió preguntar qué hicieron con su dinero, pues ella, como mujer devota y abnegada, jamás haría ese tipo de comentarios, pues los consideraba de mal gusto.

—Deja de escurrir el bulto. Si prestaras tanta atención a tu marido como a tus reuniones de beatas, te hubieras dado cuenta de que Jorge lleva una semana sin probar una gota de alcohol. Se levanta todas las mañanas a primera hora y ha dejado de visitar ciertos locales de mala reputación.

—No la entiendo —murmuró cohibida ante la presencia de Amalia. Nunca había sido capaz de enfrentarse a ella.

—Si hicieras algo más por tu marido… —la recriminó—. Pero está claro que únicamente te preocupas de ti, de representar un papel y de ir con la cabeza bien alta por toda la ciudad, a pesar de que eres el hazmerreír. Eres tan pánfila que cuando vas a misa la gente murmura las andanzas de tu marido y tú sólo te preocupas de estar siempre a la hora y en primera fila.

Rebeca apretó los labios, herida y con la sola idea en mente de huir y buscar la paz a solas, como durante todos esos años. Paseando por la finca, o leyendo en algún rincón donde nadie pudiera molestarla.

Su suegra estaba descargando todo su enfado en ella, como siempre hacía. La culpaba del comportamiento de Jorge cuando ella no sabía en qué se había equivocado, pues siempre se comportó tal y como la educaron.

—Esa zorra desagradecida ha vuelto y en vez de refugiarte en tus novelas y tus santos ya puedes ir espabilando —continuó con su ataque despiadado.

—¿Y qué quiere que haga yo? —preguntó con un hilo de voz.

—Eres su esposa, al menos haz valer tu posición. Esa descarriada puede intentar engatusarle de nuevo pero nunca podrá irse con ella —explicó Amalia a punto de perder la paciencia con su nuera, ¡qué poca sangre tenía en las venas!

—Él no quiere ni verme —alegó en voz baja.

¿Por qué esa mujer no se daba cuenta de la realidad?

—Debes darle un hijo, sabes que eso es lo único que puedes hacer para retenerlo. Tienes que hacerle ver que éste es su sitio y tú, su esposa. Es preferible que vuelva a las andadas antes de que esa arpía le cuente, si no lo ha hecho ya, lo que tú y yo sabemos que nunca debe saber.

—¿Y si lo averigua por su cuenta?

—Por eso es necesario que él la siga considerando una cazafortunas y la mujer que le rompió el corazón. Se ve a la legua que esa desgraciada está dolida, así que, cuanto más tiempo permanezcan así, mejor para todos.

—Hablaré con él —murmuró Rebeca sabiendo la inutilidad de ello, pero para contentar a su suegra haría cualquier cosa.

—Ahora voy a encargarme de ese traidor de Maldonado. Y haz algo más que hablar —insinuó Amalia dejándola por fin a solas.

Se limpió las lágrimas con la esquina de un pañuelo y respiró profundamente. Si su suegra no quería ver la realidad… Pero ahora necesitaba no pensar en nada, pasear por el campo, aprovechar los rayos de sol primaverales, ver el estado de las viñas… Cualquier distracción que la ayudara a relajarse, pues las cosas iban a ponerse mucho peor.

Con la firme intención de pasar a solas, perdida en sus cavilaciones, las próximas horas se encaminó hacia su dormitorio con la idea de coger un sombrero, pero no había dado dos pasos cuando tropezó con él.