30

Tras el interludio de la alfombra, Jorge debería haberse comportado como el hombre que tiene que volver a su casa, con su santa esposa, tras disfrutar entre las sábanas con una amante de los placeres vedados en un matrimonio convencional, pero no le apetecía lo más mínimo moverse de allí.

Eso no era sólo sexo.

Y el motivo, como podía pensarse, no era disgustar a su esposa, pues hacía años que le daba igual. La razón era única y exclusivamente la mujer que yacía junto a él, en la cama, acostada, desnuda. Simplemente respirando juntos y compartiendo el silencio.

Aunque todo aquello no dejaba de ser una paradoja.

Levantó la vista y la observó; ella estaba distraída, seguramente ocupada en sus propios pensamientos mientras le acariciaba el torso.

Se echó a reír…

—¿Qué te hace tanta gracia? —le preguntó; sin venir a cuento él reía, a saber qué se le estaba pasando por la cabeza.

—Simplemente que, cuanto más lo pienso… —negó con la cabeza—, aquí los dos, en pelotas, después de haber follado… Pero yo me pregunto, ¿quién va a joder a quién?

Ella hizo una mueca.

—¿A qué te refieres?

—No deja de tener su gracia, ¿no crees? Tú y yo. Aquí. —Volvió a reírse—. Mañana puede que todo lo que tengo, todo cuanto ha pertenecido a mi familia, se vaya al carajo… ¡Y todo por una simple decisión tuya! No me negarás que resulta jodidamente gracioso.

Ella supo en el acto que Jorge no había conseguido la financiación necesaria para sacar adelante las bodegas. Pero, aunque supusiera ahondar en la herida, ella no era la responsable de aquel desastre.

—¿Qué pasó?

—¿Hum?

Ella se incorporó a medias, apoyándose en un brazo, dispuesta a escucharlo y no juzgarlo. Quería oír su versión.

—¿Cómo habéis llegado a este estado?

—Si te digo que el responsable se iba noche sí y noche también de tugurio en tugurio, emborrachándose, gastándose el dinero en putas y juego… ¿te serviría como respuesta? —ironizó él tapándose los ojos con un brazo.

«Sin duda pretende escurrir el bulto», pensó ella.

—Hablo en serio, Jorge, dime cómo habéis llegado a esta situación.

Él inspiró profundamente y tardó un poco en ordenar sus pensamientos. Algunos hechos, quizá enturbiados por el alcohol, no los tenía muy claros, pero no tanto como para admitir sus errores.

—Antes de morir mi padre ya teníamos problemas. Tú aún estabas aquí. Bien, supongo que empezamos a tomar malas decisiones desde el principio. Unido a malas cosechas y un mercado poco propicio para los productos de lujo…

—De acuerdo, la situación económica no os favorecía, pero mucha de la producción iba al extranjero —apuntó ella adoptando su tono de mujer de negocios.

—Sí, pero…

Ella notó que se avergonzaba de tener que admitir su incompetencia. Debía de ser tan duro para él… Pero si se atrevía a consolarlo él acabaría restregándoselo por la cara, así que prefirió guardar silencio y esperar a que él continuase.

—Yo no estuve al pie del cañón, dejé en manos de quien no debía el control. Y eso propició que muchos pedidos no fueran entregados a tiempo. Si bien algunos distribuidores lo entendieron y nos daban más plazo, la mayoría de ellos buscaron otras bodegas.

—¿Por qué no se entregaban a tiempo los encargos? —preguntó interesada, pues si pretendía reflotar la empresa debía estar al tanto de los errores pasados para no repetirlos.

—Problemas en el transporte… Joder, no sé por qué busco excusas —se quejó y decidió que era mejor coger el toro por los cuernos—. Tuvimos que retener pagos al no tener liquidez y la empresa que se encargaba de llevar nuestros productos se negó a hacerlo si no adelantábamos el dinero. Así de simple.

—Bien, entendido. —Se sentó en la cama, con las rodillas dobladas, mientras analizaba toda la información.

—No seré yo quien critique las perversiones ajenas, pero esta de hablar de negocios, en la cama, desnudos y con la polla dispuesta para otro asalto… me parece excesivo.

Ella se echó a reír y le dio un manotazo.

—Ya nos ocuparemos de eso más tarde. Ponte serio.

—Oye, que mi erección es una cosa muy seria. —Ella volvió a palmearlo—. Está bien —aceptó—. Sigamos con tu perversión. ¿Qué más quieres saber?

—¿No buscasteis financiación?

—Sí, pero para conseguirla tuvimos que hipotecar la propiedad y cuando dispusimos del efectivo ya habíamos perdido la mayor parte de las ventas de ese año. Así que al siguiente ya empezamos mal, pues teníamos que devolver el capital más los intereses, sin haber entrado ingresos suficientes. Eso nos obligó a no realizar las operaciones de mantenimiento adecuadas, pero aun así no pudimos hacer frente a los pagos, hasta que…

—¿Y cómo…?

—Me casé con una mujer que puso a mi disposición el suficiente dinero para salir del agujero.

—Entonces…

—Entonces empecé a ignorarla y a buscar diversión fuera de casa. El señor Maldonado hacía lo que podía con el negocio y mi madre, al tener dinero y no estar mi padre para controlarla, se dedicó a ser la mecenas más piadosa y caritativa de toda Ronda para ejercer el poder social.

Ella puso los ojos en blanco ante su sarcasmo. Aceptaba su parte de culpa pero porque no le quedaba más remedio, como el niño que rompe el cristal de una ventana con la pelota, pero esconde ésta para volver a jugar en cuanto cumpla el castigo.

—¿Cuánto os duró ese capital?

—Pensé que ibas a preguntarme cómo pude casarme con ella si no te había olvidado a ti.

—Eso es jugar sucio y no viene al caso.

—Jugar sucio es hacerte la tonta y no admitir tus sentimientos —le reprochó él cansado de ese toma y daca.

—Estamos hablando de negocios —le recordó ella.

—De acuerdo, si yo te cuento hasta el más jodido e insignificante detalle de mi vida y milagros, incluyendo mi matrimonio, ¿harás tú lo mismo?

—Yo no te he pedido detalles sobre tu vida personal, cosa que te empeñas en hacer a la menor oportunidad. ¡Únicamente deseo saber cómo una empresa sólida se ha ido al garete! —replicó ella frustrada. Volvió la cabeza para mirarlo por encima del hombro.

—Por lo menos no te muestras tan controlada, algo es algo —masculló él ante el tono empleado. La indiferencia era el peor castigo y ella ya no se mostraba así todo el tiempo. Eso quería decir que poco a poco iba ablandándose.

—Ibas a explicarme cómo manejaste ese dinero que… te cayó del cielo —ironizó ella.

—La familia Garay, a diferencia de la nuestra, sí ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos, así que no les importó soltar el dinero para deshacerse de la huerfanita.

Ella se percató de la amargura con la que relataba los hechos y no entendía cómo podía hablar así de su mujer; por muy mala que ésta fuera, se merecía un poco de respeto.

—Y a mi madre le entusiasmó la idea de emparentar con el obispo —remató él, hastiado con sus recuerdos.

—¿Y después? —insistió ella centrándose en el aspecto empresarial, pues no quería saber nada de temas personales. No quería influencias de ningún tipo y conocer los secretos matrimoniales de Jorge suponía una gran prueba de objetividad.

—Eres dura de pelar, ¿eh? —bromeó él sin mucha intención—. Está bien, el dinero de mi mujer nos duró una buena temporada, pero como ya te he dicho no lo empleamos en lo que era necesario, así que unos años después yo seguía casado con la fea y de nuevo sin un puto duro. Eso sí, «que me quiten lo bailao».

—Hasta que apareció Henry —apostilló ella.

—Tu marido… —Parecía que le costaba asimilarlo y por ello tuvo que hacer una pausa para continuar—. En resumidas cuentas, que nos vino Dios a ver. Los ingresos llegaban puntualmente cada mes, y además en libras, con lo que, debido a las fluctuaciones de moneda, hasta ganábamos más. No hacía preguntas, no hubo visitas inesperadas, ni inspecciones. Nada.

—Pero tampoco aprovechasteis la oportunidad —le reprochó.

—Oye… —Se incorporó abandonando su actitud indiferente y se colocó a su altura—. Yo no tenía la cabeza para nada, ¿de acuerdo? Mi vida era básicamente…

—Putas, juego y alcohol. Sí, creo que ya lo has mencionado. Unas cien veces.

—Exactamente. Así que…

—Eso no me sirve, Jorge. Elegiste el camino fácil. Todos nos encontramos alguna vez ante situaciones difíciles y no por ello nos dedicamos a la vida contemplativa —le espetó molesta con esa actitud tan manifiestamente despreocupada.

—¿Vida contemplativa? No me jodas, al menos habla con propiedad, que me he esforzado lo mío durante todas esas noches de juerga. En algunas whiskerías hasta han puesto mi nombre a algún combinado —se guaseó.

—Deja de compadecerte a ti mismo y asume tus responsabilidades.

—¿Qué sabrás tú de eso? ¡Te largaste sin decir ni pío para casarte con un ricachón que podía ser tu padre!

Ella cerró los ojos y contó hasta diez para serenarse.

—Está bien, de nada sirven ahora los reproches —dijo ella finalmente.

—Qué bien sabes cambiar de tema cuando no te interesa hablar de algo —continuó él al ataque.

—Llegamos a un acuerdo, sin preguntas, sólo aquí y ahora. Sólo el presente.

—¿Y el futuro? —preguntó manteniendo su rabia e impotencia a duras penas bajo control.

—Eso está por decidir —respondió evadiendo la cuestión.

Pero se percató de su maniobra.

—Claudia, ¿por qué? —inquirió con voz serena, sin un ápice de reproche en su tono, mientras le acariciaba el brazo.

Ella lo miró de reojo pero esquivó rápidamente la vista, volviendo a fijar la atención en el frente.

—Mañana, en la reunión, hablaremos del futuro.

—Joder, contigo no hay manera —explotó hastiado—. Haz un esfuerzo, maldita sea, sólo uno.

—Creo que esta noche me he esforzado bastante —le recordó sintiéndose mezquina al decirlo.

Él se dejó caer hacia atrás; aquello era un callejón sin salida. ¿Cómo era posible que le permitiera estar con ella de la forma más íntima que dos personas pueden estar y, sin embargo, estuvieran tan distantes en lo que a pensamientos se refería?

Joder, era para darse de cabezazos contra la pared, así por lo menos cuando acabara con dolor de cabeza sabría el motivo, ya que topar una y otra vez con el muro defensivo que Claudia se empeñaba en reforzar constantemente lo desesperaba.

—Está bien —dijo finalmente él mostrándose indiferente, pues estaba claro que atacando de frente no conseguiría nada, más bien todo lo contrario, pues ella se encerraría aún más en sí misma y en su silencio—. Tienes razón. —Se encogió de hombros y tiró de ella para tumbarla—. ¿Para qué perder el tiempo con el pasado?

Claudia desconfió inmediatamente, pero no lo dijo, más que nada porque le convenía callar, aunque terminaría con ardor de estómago de tanto morderse la lengua.

Él empezó su asalto en toda regla de besos y caricias y ella se fue amoldando a su cuerpo y separó las piernas, eso al menos no se lo negaría jamás.

Lo abrazó y le devolvió cada uno de sus besos, recorrió con sus manos todas las partes de su cuerpo a las que tenía acceso y relegó sus sentimientos contradictorios a un lado para poder disfrutar junto a él.

Siempre era más positivo buscar los puntos comunes, ahondar en lo que los unía y evitar los temas que siempre los llevarían a una confrontación, absurda además, pues cada uno tenía sus ideas sobre lo que pasó.

Arqueó su cuerpo para amoldarse a las exigencias de él, para recibirlo sin preguntar, para darle al menos esa parte de sí misma a la que sólo él tenía derecho.

El resto, simplemente, no podía ser.