Me siento como un payaso con esta ropa tan grande. Llevo la camiseta de otra persona. Los pantalones de pijama de otro. Las zapatillas de otro. Kenji dice que también tuvieron que destruir la ropa de mis bolsas de viaje, así que no sé de quién es la ropa que me cuelga del cuerpo. Casi estoy nadando entre las telas.
Voy a hacer un nudo con la ropa sobrante pero Kenji me detiene.
—Echarás a perder mi camiseta —se queja.
Suelto las manos.
—¿Me has dado tu ropa?
—Bueno, ¿y qué esperabas? No tenemos ropa de sobra tirada por aquí. —Me lanza una mirada, como si tuviera que darle las gracias.
Bueno. Supongo que es mejor que ir desnuda.
—¿Quién es Castle?
—El que está al mando de todo —me dice Kenji—. El jefe del movimiento.
Las orejas se me despegan.
—¿Movimiento?
Winston suspira. Parece muy tenso. Me pregunto por qué.
—Si Kenji todavía no te ha contado nada, quizás deberías esperar a hablar con Castle. Ten paciencia. Te prometo que responderemos a todas tus preguntas.
—¿Y qué pasa con Adam? ¿Dónde está James…?
—A ver —Winston se pasa una mano por su flexible pelo—. No vas a callarte, ¿verdad?
—Está bien, Juliette —interviene Kenji—. Necesitas más tiempo para recuperarse. Tienes que empezar a confiar en nosotros. Nadie te va a hacer daño aquí, ni a Adam, ni a James. Los dos están bien. Todo va bien.
Pero yo no sé si bien es suficiente.
Caminamos por una ciudad completamente subterránea, pasillos y corredores, suelos de piedra lisos, paredes rugosas intactas. Hay discos circulares horadados en el suelo que brillan con una luz artificial cada pocos metros. Hay ordenadores, todo tipo de artilugios que no reconozco y puertas abiertas llenas de aparatos electrónicos.
—¿Cómo conseguís la electricidad necesaria para que este sitio funcione? —Observo más de cerca las máquinas desconocidas, las pantallas que parpadean, el zumbido inconfundible de cientos de ordenadores integrados en la infraestructura de este mundo subterráneo.
Kenji tira de un mechón de mi pelo. Me doy la vuelta.
—La robamos. —Sonríe. Señala con la cabeza un camino estrecho—. Por aquí.
Gente joven y mayor de todos los tipos y etnias entra y sale de las habitaciones arrastrando los pies, a lo largo de los pasillos. Muchos nos miran, otros están demasiado distraídos como para percatarse de nuestra presencia. Algunos van vestidos como los hombres y mujeres que salieron corriendo hacia nuestro coche anoche. Es un uniforme extraño. Parece innecesario.
—Entonces, ¿todo el mundo va vestido así? —susurro, señalando a los desconocidos que van pasando lo más discretamente posible.
Kenji se rasca la cabeza. Se toma un tiempo para responder.
—No todos. Ni a todas horas.
—¿Y tú qué? —le pregunto.
—Hoy no.
Decido no complacer su tendencia a ser críptico y en lugar de eso le hago una pregunta más directa.
—¿Y me contarás en algún momento cómo te has curado tan rápidamente?
—Sí —dice Kenji, imperturbable—. En realidad te vamos a contar muchas cosas. —Doblamos abruptamente por un pasillo que aparece de forma inesperada—. Pero antes… —Kenji se detiene ante una puerta de madera enorme— Castle quiere conocerte. Él es quien te solicitó.
—¿Me solicitó?
—Sí. —Kenji parece sentirse incómodo durante un segundo.
—Espera, ¿qué quieres decir…?
—Quiero decir que no me alisté al ejército por casualidad, Juliette. —Suspira—. No fue un accidente que me presentara ante la puerta de Adam. En teoría no me tenían que disparar ni me tenían que dar una paliza que me dejara medio muerto, pero sucedió. En realidad no me dejó ahí un tío desconocido. —Casi sonríe—. Siempre he sabido dónde vivía Adam. Era mi trabajo saberlo. —Se detiene—. Todos te hemos estado buscando.
Tengo la boca a la altura de las rodillas. Y las cejas colgando del techo.
—Adelante. —Kenji me empuja hacia dentro—. Saldrá cuando esté listo.
—Buena suerte —se limita a decir Winston.
Pasan mil trescientos veinte segundos hasta que se presenta.
Se mueve de forma metódica, su rostro es como una máscara neutral mientras se hace una cola con sus rastas rebeldes y se sienta en frente de la sala. Es delgado, está en forma, va vestido con un traje simple e impecable. Azul oscuro. Camisa blanca. Sin corbata. No tiene arrugas en la cara, pero tiene una mecha gris en el pelo y sus ojos confiesan que ha vivido 100 años como mínimo. Debe tener unos 40 años. Miro a mi alrededor.
Es un espacio vacío, impresionante por su austeridad. El suelo y el techo están hechos de ladrillos cuidadosamente unidos. Todo parece viejo y antiguo, pero de alguna forma las nuevas tecnologías mantienen vivo el espacio. Las luces artificiales iluminan la extensión cavernosa, hay pequeños monitores empotrados en las paredes de piedra. No sé qué estoy haciendo aquí. No sé qué esperar. No sé qué clase de persona es Castle, pero después de tanto tiempo con Warner intento no hacerme ilusiones. Ni siquiera me doy cuenta de que he dejado de respirar hasta que empieza a hablar.
—Espero que esté disfrutando de su estancia por el momento.
Levanto el cuello y me encuentro con su mirada oscura, su dulce voz, fina y fuerte. Sus ojos brillan de auténtica curiosidad, con cierta sorpresa. Me he olvidado de que sé hablar.
—Kenji dice que quiere conocerme. —Es mi única respuesta.
—Kenji está en lo cierto. —Se toma su tiempo para respirar. Se toma su tiempo para recolocarse en su asiento. Se toma su tiempo para analizar mis ojos, elegir las palabras, tocarse los labios con dos dedos. Parece que haya dominado el concepto de tiempo. Impaciencia no debe ser una palabra que forme parte de su vocabulario—. He oído… historias. Sobre usted. —Sonríe—. Sólo quería saber si eran ciertas.
—¿Qué ha oído?
Sonríe con unos dientes tan blancos que parecen como nieve que cae por los valles de chocolate de su rostro. Abre las manos. Las examina durante un momento. Mira hacia arriba.
—Que puede matar a un hombre con la piel. Que puede atravesar un metro de hormigón con las manos.
Estoy ascendiendo por una montaña de aire pero mis pies no paran de resbalar. Tengo que agarrarme a algo.
—¿Es cierto? —pregunta.
—Es más probable que lo maten los rumores antes que yo.
Me analiza durante demasiado rato.
—Me gustaría mostrarle algo —dice al cabo de un momento.
—Quiero respuestas. —Esto ha ido demasiado lejos. No quiero dejarme llevar por una falsa sensación de seguridad. No quiero asumir que Adam y James están bien. No quiero confiar en nadie sin pruebas. No puedo pretender que todo esto va bien. Todavía no—. Quiero garantías de que estoy a salvo —exijo—. Y quiero saber que mis amigos lo están. Un niño de diez años iba con nosotros cuando llegamos y quiero verlo. Quiero estar segura de que está sano y salvo. Si no, no voy a cooperar.
Sus ojos me inspeccionan un rato más.
—Da gusto ver su lealtad —dice, y habla en serio—. Le irá bien por aquí.
—Mis amigos…
—Sí. Por supuesto. —Se levanta—. Sígame.
Este lugar es mucho más complejo y mucho más organizado de lo que imaginaba. Hay miles de direcciones diferentes en las que perderse, otras tantas habitaciones, algunas más grandes que otras, dedicadas a diferentes actividades.
—El comedor —me dice Castle.
—Los dormitorios. —En el ala opuesta.
—Las instalaciones para entrenar. —Por ese pasillo.
—Las salas comunes. —Justo por aquí.
—Los baños. —Al final de cada planta.
—Las salas de reuniones. —Detrás de esa puerta.
Todo está lleno de gente, y cada persona está dedicada a una rutina concreta. La gente levanta la cabeza cuando nos ve. Algunos saludan, sonríen. Me percato de que todos miran a Castle. Él saluda con la cabeza. Tiene los ojos amables, humildes. Su sonrisa es convincente, reconfortante.
Es el líder del movimiento, había dicho Kenji. Esta gente depende de él para algo más que la mera supervivencia. Esto es más que un refugio nuclear. Es más que un escondite. Tienen un objetivo más importante. Un propósito más importante.
—Bienvenida —me dice Castle, gesticulando con la mano— al Punto Omega.