Hay sangre por todas partes.
Adam está en el suelo, agarrándose el cuerpo, pero no sé dónde lo han disparado. Los soldados se arremolinan a su alrededor y yo doy arañazos a los brazos que me frenan, doy patadas en el aire, grito al vacío. Alguien me arrastra, alejándome, y no puedo ver qué le han hecho a Adam. El dolor se apodera de mis miembros, me paraliza las articulaciones, me parte todos los huesos del cuerpo. Quiero gritarle al cielo, caerme de rodillas y llorar en la tierra. No entiendo por qué la agonía no encuentra una salida a través de mis gritos. Por qué alguien me tapa la boca con su mano.
—Si te suelto, prométeme que no gritarás —me dice.
Me toca la cara con las manos descubiertas y no sé dónde he dejado mi pistola.
Warner me arrastra hacia un edificio y abre la puerta de una patada. Enciende un interruptor. Las luces fluorescentes parpadean con un zumbido sordo. Hay pinturas pegadas a las paredes, arco iris de letras grapados en murales de corcho. Mesitas esparcidas por la habitación. Estamos en una clase.
Me pregunto si es aquí donde James va al colegio.
Warner suelta la mano. Sus verdes y vidriosos ojos parecen tan contentos que se me hiela la sangre en las venas.
—Dios, te he echado de menos —me dice—. No pensaste que te dejaría escapar tan fácilmente, ¿no?
—Has disparado a Adam. —Son las únicas palabras que me vienen a la cabeza. La incredulidad perturba mi mente. No dejo de ver su hermoso cuerpo desplomado en el suelo, rojo, rojo, rojo. Tengo que saber si está vivo. Tiene que estar vivo.
Los ojos de Warner destellan.
—Adam está muerto.
—No…
Warner me acorrala en una esquina y me doy cuenta de que nunca en mi vida me había sentido tan indefensa. Tan vulnerable. Llevo diecisiete años deseando que mi maldición desapareciera, pero en este momento estoy más desesperada que nunca por recuperarla. Los ojos de Warner se vuelven inesperadamente cariñosos. Sus constantes cambios emocionales son difíciles de predecir. Y de contrarrestar.
—Juliette —dice. Me toca la mano tan suavemente que me asusta—. ¿Te diste cuenta, verdad? Parece que soy inmune a tu don. —Me analiza con la mirada—. ¿No te parece increíble? ¿Lo sentiste, cariño? —vuelve a preguntar—. Cuando intentaste huir. ¿Lo notaste?
Warner, a quien no se le escapa nada.
Warner, que asimila todos los detalles.
Warner. Claro que lo sabe.
Pero me sorprende la ternura en su voz. La sinceridad con la que pregunta. Es como un perro salvaje, loco y fiero, sediento de sembrar el caos, pero que al mismo tiempo anhela el reconocimiento y la aceptación.
Amor.
—Estaremos juntos de verdad —continúa, sin inmutarse ante mi silencio. Me acerca a él, demasiado. Estoy paralizada bajo quinientas capas de miedo. Aturdida por la aflicción, la incredulidad.
Sus manos acarician mi cara; sus labios, los míos. Mi cerebro está ardiendo, a punto de explotar ante este momento que parece imposible. Siento que observo lo que ocurre como si estuviera separada de mi propio cuerpo, incapaz de intervenir. Más que nada, me asombran sus manos suaves, sus ojos sinceros.
—Quiero que me elijas —dice—. Quiero que elijas estar conmigo. Quiero que lo quieras…
—Estás loco —respondo con voz ahogada—. Loco…
—Sólo tienes miedo de lo que puedes ser capaz. —Su voz es suave. Calmada. Lenta. Engañosamente persuasiva. Nunca antes me había fijado en lo atractiva que puede ser su voz—. Admítelo —añade—. Estamos hechos el uno para el otro. Tú quieres poder. Te encanta la sensación de tener un arma en la mano. Te sientes poderosa… Te atraigo.
Intento mover el puño pero me toma de las manos. Las sujeta a mis costados. Me aprieta contra la pared. Es mucho más fuerte de lo que parece.
—No te engañes, Juliette. Vas a volver conmigo tanto si te gusta como si no. Pero puedes elegir. Elegir disfrutar de ello…
—Eso nunca. —Respiro, destrozada—. Estás enfermo… Eres un monstruo enfermo y perverso.
—Esa no es la respuesta correcta —contesta, y parece verdaderamente decepcionado.
—Es la única respuesta que recibirás por mi parte.
Sus labios se acercan demasiado.
—Pero yo te quiero.
—No, no me quieres.
Cierra los ojos. Apoya la frente contra la mía.
—No tienes ni idea de lo que me haces sentir.
—Te odio.
Mueve la cabeza muy lentamente. Hacia abajo. Su nariz me roza la nuca y reprimo un escalofrío de horror que él malinterpreta. Sus labios me tocan la piel y gimo.
—Dios, me encantaría pegarte un bocado.
Me fijo en el brillo plateado del bolsillo interior de su chaqueta.
Me estremezco de esperanza. De terror. Me concentro para lo que tengo que hacer. Dedico un momento a lamentarme por la pérdida de mi dignidad.
Y me relajo.
Él nota cómo la tensión se va de mis miembros y responde a su vez. Sonríe, afloja el abrazo de acero que inmoviliza mis hombros. Desliza los brazos alrededor de mi cintura. Me trago las náuseas que amenazan con delatarme.
Su chaqueta militar tiene un millón de botones y me pregunto cuántos voy a tener que desabrochar antes de llegar a la pistola. Sus manos exploran mi cuerpo, se deslizan por mi espalda palpando mi silueta y no puedo hacer más por evitar cometer una imprudencia. No soy tan hábil como para reducirlo y no tengo la menor idea de por qué puede tocarme. No sé por qué puedo atravesar hormigón. No sé de dónde salió la energía.
Hoy él tiene ventaja en todo y no es el momento adecuado para delatarme a mí misma.
Todavía no.
Pongo las manos en su pecho. Me aprieta contra su cuerpo. Me levanta la barbilla para que encuentre sus ojos.
—Seré bueno contigo —murmura—. Seré muy bueno contigo, Juliette. Te lo prometo.
Espero que no se note que estoy temblando.
Y me besa. Hambriento. Desesperado. Ansioso por destaparme por la fuerza y probarme. Estoy tan sorprendida, horrorizada y envuelta en la locura que me olvido de mí misma. Me quedo paralizada, indignada. Mis manos resbalan por su pecho. Sólo puedo pensar en Adam y en la sangre y el sonido de los tiros y en Adam tendido en un charco de sangre, y casi lo aparto de mí. Pero no voy a rechazar a Warner.
Es él quien deja de besarme. Me susurra algo al oído que me suena a palabrería. Me rodea el rostro con las manos y en este momento me acuerdo de fingir. Lo acerco más a mí, agarro la chaqueta con la mano y lo beso tan fuerte como puedo, mientras mis dedos tratan de desabrochar los primeros botones. Warner me agarra de las caderas y deja que sus manos conquisten mi cuerpo. Sabe a menta, huele a gardenias. Me rodea con sus brazos, tiene los labios suaves, casi dulces cuando tocan mi piel. Entre ambos se produce una descarga eléctrica imprevista.
La cabeza me da vueltas.
Tiene los labios en mi cuello, me prueba, me devora, y me obligo a pensar con claridad. Me obligo a comprender la perversión de la situación. No sé cómo conciliar mi confusión mental, mi repulsión vacilante, la reacción química inexplicable de sus labios. Tengo que terminar con esto. Ahora mismo.
Consigo llegar a los botones.
Y él sigue animado sin motivo.
Warner me levanta por la cintura, me eleva contra la pared, me rodea la espalda con las manos y obliga a mis piernas a envolverse alrededor de él. No se da cuenta de que me ha colocado en el ángulo perfecto para llegar a su abrigo.
Sus labios vuelven a encontrar los míos, desliza las manos bajo mi camisa y respira con fuerza mientras me aprieta contra él, y casi le rompo la chaqueta, desesperada. No puedo permitir que esto continúe. No sé hasta dónde quiere llegar Warner, pero no puedo seguir alentando su locura.
Necesito que se incline un par de centímetros más…
Mis manos rodean la pistola.
Noto cómo se congela. Retrocede. Veo cómo su cara pasa por etapas de confusión/pavor/angustia/horror/ira. Me arroja al suelo y aprieto el gatillo por primera vez en mi vida.
El poder y la fuerza del arma me desconciertan, el sonido es mucho más fuerte de lo que pensaba. El eco vibra en mis oídos y en cada latido de mi cuerpo.
Es una especie de música dulce.
Una especie de pequeña victoria.
Porque esta vez la sangre no es de Adam.