TREINTA Y SIETE

—Estoy muy contento de que te lo estés tomando tan bien… de verdad. Pero James, no es como para estar emocionado. Estamos huyendo para salvar nuestras vidas.

—Pero lo hacemos juntos —dice por quinta vez, con una sonrisa de oreja a oreja. Kenji le ha caído bien demasiado rápido, y ahora ambos conspiran para convertir nuestro dilema en una especie de misión compleja—. ¡Y yo puedo ayudaros!

—No, no es…

—Claro que puedes…

Adam y Kenji hablan a la vez. Kenji se adelanta.

—¿Por qué no puede ayudar? Diez años son suficientes.

—No es decisión tuya —dice Adam, preocupándose por controlar su voz. Sé que mantiene la calma por el bien de su hermano—. Y no es asunto tuyo.

—Por fin podré ir contigo —se alegra James—. Y quiero ayudar —añade con decisión.

James se tomó la noticia con calma. Ni siquiera se inmutó cuando Adam le explicó la verdadera razón por la que estaba en casa, y por qué estábamos juntos. Pensé que ver el rostro amoratado y magullado de Kenji lo asustaría, lo desconcertaría, le infundiría miedo, pero James estaba sorprendentemente impasible. Debía haber visto cosas peores.

Adam respira profundamente antes de dirigirse a Kenji.

—¿A cuánto queda?

—¿Andando? —Kenji parece inseguro por primera vez—. Unas cuantas horas. Si no hacemos ninguna tontería, deberíamos estar allí antes del anochecer.

—¿Y si vamos en coche?

Kenji parpadea. Su sorpresa se disipa en una enorme sonrisa.

—A ver, joder, Kent, ¿por qué no me lo habías dicho antes?

—Cuidado con lo que dices delante de mi hermano.

James mira con desprecio.

—Oigo cosas peores cada día. Incluso Benny dice palabrotas.

—¿Benny? —Las cejas de Adam le llegan a la frente.

—Sí.

—¿Qué es lo que…? —Se detiene. Cambia de parecer—. Eso no significa que esté bien que las sigas oyendo.

—¡Ya tengo casi once años!

—¡Eh, hombrecito! —interrumpe Kenji—. Está bien. Es culpa mía. Debería tener más cuidado. Además, hay damas presentes.

Kenji me guiña un ojo.

Aparto la mirada. Miro a mi alrededor.

Me resulta difícil abandonar este humilde hogar, así que no puedo ni imaginarme lo que debe sentir Adam en estos momentos. Creo que James está demasiado emocionado pensando en la aventura que nos espera como para darse cuenta de lo que ocurre. Para comprender de verdad que nunca más va a regresar aquí.

Somos fugitivos que huyen para salvar sus vidas.

—Y entonces, ¿qué? ¿Robaste un coche? —pregunta Kenji.

—Un tanque.

Kenji profiere una carcajada.

—¡Excelente!

—Pero es un poco llamativo durante el día.

—¿Qué significa llamativo? —pregunta James.

—Que es un poco… vistoso —corrige Adam.

—¡Mierda! —Kenji se pone en pie con dificultad.

—Te he dicho que vigiles con lo que dices…

—¿Oyes eso?

—¿El qué?

Kenji mira en todas direcciones.

—¿Hay otra salida?

Adam se levanta.

—¡James!

James corre hacia su hermano. Adam examina su pistola. Me echo las bolsas a la espalda. Adam hace lo mismo, con la atención puesta en la puerta principal.

—¡Rápido!

—¿A cuánto…?

—¡No hay tiempo!

—¿Qué vas a…?

—¡Kent, corre!

Y echamos a correr, siguiendo a Adam a la habitación de James. Adam rompe una cortina de una pared y nos muestra una puerta oculta cuando en la sala suenan tres pitidos.

Adam dispara hacia la cerradura de la puerta de salida.

Algo explota a menos de cinco metros de nosotros. El sonido estalla en mi oído, vibra por todo mi cuerpo. Casi me desplomo del impacto. Se oyen tiros por todas partes. Los pasos retumban por toda la casa pero nosotros ya estamos corriendo por la salida. Adam toma en brazos a James y salimos volando en medio de un estallido de luz repentina que nos ciega al atravesar las calles. La lluvia ha parado. Las calles están resbaladizas y embarradas. Hay niños por todas partes, cuerpecitos de colores brillantes que gritan en cuanto nos acercamos. Ya no tiene sentido que seamos discretos.

Ya nos han encontrado.

Kenji se está quedando atrás, va dando traspiés mientras se le acaba la adrenalina. Giramos por un callejón estrecho y se desploma contra la pared.

—Lo siento —dice jadeando—, no puedo… Dejadme…

—No podemos —grita Adam, mirando hacia todos lados, pendiente de los alrededores.

—Eres muy amable, tío, pero no pasa nada…

—¡Tienes que guiarnos!

—Bueno, joder…

—Dijiste que nos ayudarías…

—Y yo pensé que habías dicho que tenías un tanque

—Por si no te has dado cuenta, ha habido un cambio de planes inesperado…

—No puedo seguir el ritmo, Kent. Apenas puedo andar…

—Tienes que intentarlo

—Hay rebeldes sueltos. Van armados y están listos para disparar. Toque de queda en vigor. Que todo el mundo regrese a sus casas inmediatamente. Hay rebeldes sueltos. Van armados y están listos para dis…

Los altavoces resuenan por las calles, atrayendo la atención de nuestros cuerpos apiñados en el estrecho callejón. Algunas personas nos ven y gritan. Las botas suenan cada vez más fuerte. Los disparos cada vez son más violentos.

Me tomo un momento para analizar los edificios que nos rodean y me doy cuenta de que no estamos en unas instalaciones pobladas. La calle en la que vive James es un territorio sin regular: hay conjuntos de edificios de oficinas en estado abandonados, apelotonados, restos de nuestras antiguas vidas. No entiendo por qué no vive en unas instalaciones como el resto de la población. No tengo tiempo de averiguar por qué sólo hay dos grupos de edad representados, por qué los más mayores y los huérfanos son los únicos residentes, por qué los han abandonado en áreas ilegales con soldados que, supuestamente, no deberían estar ahí. Me dan miedo las respuestas a mis preguntas y siento pánico al pensar en James. Me doy la vuelta mientras corremos y vislumbro su cuerpecillo envuelto en los brazos de Adam.

Cierra los ojos con tanta fuerza que seguro que le duelen.

Adam maldice entre dientes. Derriba la primera puerta que logramos encontrar en un edificio abandonado y nos grita que los sigamos dentro.

—Necesito que te quedes aquí —le dice a Kenji—. Y seguro que no estoy pensando con claridad, pero tengo que dejarte con James. Necesito que cuides de él. Están buscando a Juliette, y me están buscando a mí. No esperan encontraros a vosotros.

¿Qué vas a hacer? —pregunta Kenji.

—Tengo que robar un coche. Y después volveré a buscaros. —James ni siquiera protesta cuando Adam lo suelta. Tiene los labios blancos. Los ojos como platos. Le tiemblan las manos—. Volveré a por ti, James —repite Adam—. Te lo prometo.

James asiente una y otra y otra vez. Adam le da un beso en la cabeza, fuerte, rápido. Deja nuestras bolsas en el suelo. Se vuelve hacia Kenji.

—Si permites que le pase algo, te mataré.

Kenji no se ríe. No refunfuña. Respira profundamente.

—Cuidaré de él.

—¿Juliette?

Me toma de la mano y desaparecemos entre las calles.