Kenji suelta una ristra de palabrotas, sangra, se queda sin improperios que decir y se dirige al baño, sujetándose la nariz.
Adam me mete en la habitación de James.
—Dime algo —me pide. Mira hacia el techo, respira con dificultad—. Dime lo que sea…
Intento fijar la mirada en sus ojos, le cojo las manos, suaves, suaves, suaves. Espero hasta que me mira.
—No le pasará nada. Protegeremos a James. Te lo prometo.
De sus ojos emana un dolor que nunca antes había visto. Separa los labios. Los aprieta. Cambia de parecer un millón de veces hasta que sus palabras vuelan por el aire que nos separa.
—Ni siquiera sabe nada sobre nuestro padre. —Por primera vez ha reconocido el problema. Por primera vez ha reconocido que sé algo de eso—. Nunca quise que lo supiera. Le explicaba historias. Quería que tuviera la oportunidad de ser normal. —Sus labios me explican secretos y mis oídos derraman tinta que mancha mi piel con sus historias—. No quiero que nadie lo toque. No quiero joderle la vida. Dios, no puedo… No puedo dejar que esto ocurra —me dice.
Muy bajito. Muy calmado.
Busco las palabras adecuadas pero mi boca está llena de nada.
—Nunca es suficiente —susurra—. Nunca consigo hacer lo suficiente. Todavía se despierta gritando. Todavía llora hasta quedarse dormido. Ve cosas que están fuera de mi control. —Parpadea un millón de veces—. Tanta gente, ¡Juliette!
Contengo la respiración.
—Muerta.
Toco la palabra en sus labios y me besa los dedos. Sus ojos son dos piscinas de perfección. Abiertos, honestos, humildes.
—No sé qué hacer —continúa, y es como una confesión que le cuesta expresar mucho más de lo que puedo imaginar. El control se le escapa de las manos y está desesperado por mantenerlo—. Dime qué puedo hacer.
Soy capaz de oír los latidos de nuestros corazones en el silencio que nos rodea. Examino la forma de sus labios, las líneas marcadas de su rostro, las pestañas por las que cualquier chica mataría, el profundo azul oscuro de los ojos en los que he aprendido a nadar. Le ofrezco la única posibilidad que tengo.
—Quizás valdría la pena tener en cuenta el plan de Kenji.
—¿Confías en él? —Adam se echa hacia atrás, sorprendido.
—No creo que mienta.
—No sé si es una buena idea.
—¿Por qué no…?
Hace un ruido que no parece provocado por la risa.
—Quizás lo mato incluso antes de que lleguemos.
Esbozo una triste sonrisa.
—No nos podemos esconder en ninguna otra parte, ¿no?
El sol gira alrededor de la luna cuando responde. Sacude la cabeza. Una sola vez. Rápido. Tenso.
Le aprieto la mano.
—Entonces tenemos que intentarlo.
—¿Qué coño estáis haciendo ahí dentro? —grita Kenji al otro lado de la puerta. La golpea unas cuantas veces—. Quiero decir, tío, no creo que nunca sea un mal momento para desnudarse, pero seguramente ahora un polvo de mediodía no sea la mejor idea. A menos que queráis que os maten, os sugiero que os marchéis de aquí. Tenemos que prepararnos para irnos.
—Puede que lo mate ahora —Adam cambia de opinión.
Tomo su cara entre mis manos, me pongo de puntillas y le doy un beso. Sus labios son como dos almohadas, muy suaves, muy blandas, muy dulces.
—Te quiero.
Me mira los ojos y la boca, y dice con un susurro ronco:
—¿Sí?
—Por supuesto.
Los tres tenemos las maletas hechas y estamos listos para irnos antes de que James vuelva de la escuela. Adam y yo hemos recopilado las cosas más importantes: comida, ropa, dinero que Adam ha ahorrado. Adam no para de observar la pequeña estancia como si no pudiera creer que la haya perdido tan fácilmente. Me imagino cuánto trabajo le ha costado, lo mucho que ha luchado por conseguir un hogar para su hermano pequeño. Mi corazón está hecho pedazos por él.
Su amigo es de una especie completamente diferente.
Kenji se está curando los nuevos moratones, pero parece bastante animado, emocionado por razones que no logro comprender. Parece curiosamente resistente y optimista. Casi imposible desanimarlo y no puedo evitar admirar su determinación. Pero no deja de mirarme.
—¿Por qué puedes tocar a Adam? —dice al cabo de un rato.
—No lo sé.
Resopla.
—Tonterías.
Me encojo de hombros. No tengo necesidad de convencerlo de que no sé por qué tengo tanta suerte.
—¿Cómo sabías que lo podías tocar? ¿Hicisteis una especie de experimento de locos?
Espero no estarme sonrojando.
—¿Dónde está este sitio al que nos llevas?
—¿Por qué cambias de tema? —Sonríe. Estoy segura de que sonríe. Aunque me niego a mirarlo—. Quizás también me puedes tocar a mí. ¿Por qué no lo pruebas?
—No quieres que te toque.
—Quizás sí. —Seguro que está sonriendo.
—Quizás deberías dejarla en paz antes de que te vuelva a meter la bala en la pierna —amenaza Adam.
—Lo siento, pero ¿es que un hombre soltero no tiene derecho a mover alguna ficha, Kent? Quizás estoy interesado. Quizás deberías dejarla en paz de una puta vez y permitirle que hable por sí misma.
Adam se pasa una mano por el pelo. Siempre la misma. Siempre por el pelo. Está nervioso. Frustrado. Quizás incluso se siente avergonzado.
—Sigo sin estar interesada —le recuerdo, con voz crispada.
—Sí, pero no olvides que esto —se señala el rostro maltrecho— no es permanente.
—Bueno, pues estoy desinteresada permanentemente. —Me muero por decirle que no estoy disponible. Quiero decirle que tengo una relación seria. Que Adam me ha hecho promesas.
Pero no puedo.
No tengo la menor idea de lo que significa tener una relación. No sé si decir «te quiero» es un código para decir «exclusivos el uno con el otro» y no sé si Adam hablaba en serio cuando le dijo a James que yo era su novia. Quizás era una excusa, una justificación, una respuesta fácil a una pregunta complicada. Ojalá le dijera algo a Kenji… Ojalá le dijera que estamos juntos oficial y exclusivamente.
Pero no lo hace.
Y no sé por qué.
—No creo que debas decidirte hasta que se baje la hinchazón —prosigue Kenji con impasibilidad—. Es lo justo. Mi cara es bastante espectacular.
Adam se atraganta con una tos que parece risa.
—¿Sabes? Hubiese jurado que antes nos llevábamos bien —dice Kenji, mirando a Adam.
—No logro recordar por qué.
Kenji se encrespa.
—¿Hay algo que quieras decirme?
—Que no te creo.
—¿Entonces por qué sigo aquí?
—Porque la creo a ella.
Kenji se gira hacia mí. Esboza una sonrisa ridícula.
—¡Oh! ¿Me crees?
—Mientras esté en buena posición para disparar, sí. —Sujeto la pistola que llevo en la mano con más fuerza.
Hace una mueca.
—No sé por qué, pero me gusta cuando me amenazas.
—Porque eres un idiota.
—No. —Menea la cabeza—. Tienes una voz sexy. Hace que todo suene obsceno.
Adam se levanta tan repentinamente que casi tumba la mesita del café.
Kenji se echa a reír, respirando con dificultad a causa del dolor de las heridas.
—Cálmate, Kent, ¡joder! Sólo estoy jugando con vosotros. Me gusta ver cómo la chica psicópata se pone seria. —Me mira, baja la voz—. Tómatelo como un cumplido, porque, ¿sabes? —agita una mano caprichosa en mi dirección— lo psicótico te pega.
—¿Qué coño te pasa? —le contesta Adam.
—¿Qué coño te pasa a ti? —Kenji se cruza de brazos, molesto—. Todo el mundo está muy tenso por aquí.
Adam aprieta la pistola que lleva en la mano. Va hacia la puerta. Vuelve. Camina de un lado a otro.
—Y no te preocupes por tu hermano —añade Kenji—. Seguro que volverá pronto.
Adam no se ríe. No para de andar de un lado a otro. Retuerce la mandíbula.
—No me preocupa mi hermano. Estoy intentando decidir si te mato ahora o más tarde.
—Más tarde —contesta Kenji, desplomándose sobre el sofá—. Todavía me necesitas.
Adam intenta hablar pero se le acaba el tiempo.
La puerta se abre en un chasquido.
James ha llegado a casa.