TREINTA Y CINCO

James está en el colegio, Adam en la ducha, y yo miro el bol de cereales que Adam me ha preparado. Me siento mal por tener esta comida mientras James tiene que comer esa sustancia no identificable del envase de papel de aluminio. Pero Adam dice que a James le asignan una porción para cada comida y que tiene que comérsela por ley. Si descubren que la desaprovecha o la tira, lo sancionarán. Se supone que todos los huérfanos deben comer la comida envuelta en papel de aluminio que meten en el Automat. James dice que «no sabe tan mal».

Estoy tiritando un poco debido al frío aire matutino y me aliso el pelo con la mano, que todavía está húmedo tras la ducha. El agua de aquí no es caliente. Ni siquiera templada. Sale congelada. El agua caliente es un lujo.

Alguien llama a la puerta.

Me pongo de pie.

Doy vueltas.

Escudriño.

Estoy asustada.

Lo único que pienso es que nos han encontrado. Mi estómago es una tortita endeble; mi corazón, un pájaro carpintero furioso; mi sangre, un río de inquietud.

Adam está en la ducha.

James está en la escuela.

Estoy completamente indefensa.

Hurgo en la bolsa de lona de Adam hasta que encuentro lo que busco. Dos pistolas, una para cada mano. Dos manos, en caso de que fallen las pistolas. Pero por fin llevo un atuendo cómodo, apto para luchar. Respiro profundamente y les pido a mis manos que no tiemblen.

Los golpes en la puerta se van haciendo más fuertes.

Apunto hacia la entrada con las pistolas.

—¿Juliette?

Me doy la vuelta y me encuentro con Adam que me mira a mí, a las pistolas, a la puerta. Tiene el pelo mojado. Los ojos como platos. Señala la pistola con la cabeza y se la paso sin decir palabra.

—Si fuera Warner, no llamaría —dice, aunque no baja el arma.

Sé que está en lo cierto. Warner habría derribado la puerta, habría usado explosivos, habría matado a un centenar de personas para llegar a mí. Desde luego, no esperaría a que le abriera la puerta. Algo dentro de mí se tranquiliza, pero me obligo a no relajarme demasiado.

—¿Quién crees que…?

—Quizás es Benny… Suele controlar a James…

—Pero sabría que está en el colegio, ¿no?

—Nadie más sabe dónde vivo…

El golpeteo se va suavizando. Se hace más lento. Se oye un sonido bajo y gutural de dolor.

Nuestras miradas se cruzan.

Otro golpe en la puerta. Una caída. Otro gemido. El ruido sordo de un cuerpo contra la puerta.

Me estremezco.

Adam se toca el pelo.

—¡Adam! —grita alguien. Tose—. Por favor, si estás ahí…

Me quedo helada. La voz me resulta ligeramente familiar.

Adam se endereza de golpe. Tiene los labios separados, la mirada atónita. Marca el código de acceso y abre el pestillo. Apunta hacia la puerta mientras la abre.

—¿Kenji?

Un resuello breve. Un gemido ahogado.

—Joder, tío, ¿por qué has tardado tanto?

—¿Qué coño estás haciendo aquí? —Clic. Casi no veo nada a través de la rendija de la puerta, pero está claro que Adam no está contento de tener compañía—. ¿Quién te ha enviado? ¿Con quién estás?

Kenji maldice por lo bajo varias veces.

—Mírame —le exige, aunque parece más bien una súplica—. ¿Crees que he venido a matarte?

Adam se detiene. Respira. Vacila.

—No tengo ningún problema en dispararte por la espalda.

—Tranquilo, tío. Ya tengo una bala en la espalda. O en la pierna. O en alguna parte, ¡joder! Ni sé dónde.

Adam abre la puerta.

—Levántate.

—Está bien, no me importa que me arrastres.

Adam mueve la mandíbula.

—No quiero que manches la alfombra de sangre. No hace falta que mi hermano vea esto.

Kenji se tropieza y se tambalea por la habitación. Había oído su voz una vez, pero nunca le había visto la cara. Aunque probablemente este no sea el mejor momento para primeras impresiones. Tiene bolsas bajo los ojos que están hinchados, lilas; una herida enorme a un lado de la frente. Tiene el labio partido, le sangra un poco, su cuerpo encorvado, destrozado. Hace muecas de dolor, le falta el aire cuando se mueve. Tiene la ropa hecha pedazos, su torso cubierto únicamente por una camiseta sin mangas, tiene cortes y moratones en sus musculosos brazos. Me sorprende que no se haya muerto de frío. Parece que no darse cuenta de que estoy ahí hasta que me ve.

Se detiene. Parpadea. Esboza una sonrisa ridícula atenuada por una ligera mueca de dolor.

—¡Joder! —dice, sin quitarme ojo de encima—. ¡Joder! —Intenta reírse—. Tío, estás loco…

—El baño está aquí. —La posición de Adam es inamovible.

Kenji se mueve hacia delante pero sigue mirando hacia atrás. Lo apunto a la cara. Se ríe más fuerte, se estremece, jadea.

—¡Tío, te has escapado con la loca! ¡Te has escapado con la psicópata! —dice en voz alta—. Pensaba que se habían inventado esta mierda. ¿En qué coño estabas pensando? ¿Qué vas a hacer con ella? No me extraña que Warner te quiera muerto… ¡Joder, tío!, ¿qué coño…?

—No está loca. Y tampoco es sorda, gilipollas.

Las puertas se cierran de golpe tras ellos y sólo consigo percibir una discusión apagada. Tengo la impresión de que Adam no quiere que oiga lo que tiene que decirle a Kenji. Por eso o por los gritos.

No tengo la menor idea de lo que hace Adam, pero supongo que tendrá algo que ver con quitarle la bala a Kenji y curarle las heridas lo mejor que pueda. Adam tiene materiales de primeros auxilios suficientes y unas manos fuertes y firmes. Me gustaría saber si ha adquirido estos conocimientos en el ejército. Quizás para cuidar de sí mismo. O de su hermano. Tendría sentido.

La sanidad pública es un sueño que perdimos hace mucho.

Llevo casi una hora con la pistola en la mano. Llevo casi una hora escuchando los gritos de Kenji y lo sé porque me gusta contar los segundos a medida que van pasando. No tengo ni idea de qué hora es. Creo que en la habitación de James hay un reloj, pero no quiero entrar en su habitación sin permiso.

Me quedo mirando la pistola, el metal suave y pesado, y me sorprende darme cuenta de que me gusta sentirla en mi mano. Como si fuera una extensión de mi cuerpo. Ya no me da miedo.

Me da más miedo que pueda llegar a usarla.

Se abre la puerta del baño y sale Adam. Lleva una toalla pequeña en la mano. Me levanto. Esboza una sonrisa. Llega a la minúscula nevera para buscar en el congelador, aún más pequeño. Toma unos cuantos cubitos de hielo y los mete en la toalla. Vuelve a desaparecer en el baño.

Me siento en el sofá de nuevo.

Hoy llueve. El cielo llora por nosotros.

Adam sale del baño, con las manos vacías, pero sigue solo.

Me vuelvo a levantar.

Se frota la frente, la nuca. Se reúne conmigo en el sofá.

—Lo siento —me dice.

Tengo los ojos como platos.

—¿Por?

—Todo. —Suspira—. Kenji era amigo mío en la base militar. Cuando nos fuimos, Warner lo torturó. Para conseguir información.

Trago saliva.

—Dice que no dijo nada… No tenía nada que decir, en realidad, pero acabó en bastante mal estado. No sé si tiene las costillas rotas o solamente magulladas, pero he conseguido sacarle la bala de la pierna.

Le cojo la mano. La aprieto.

—Le dispararon cuando huía —dice Adam a continuación.

Y algo se ilumina en mi consciencia. Me horrorizo.

—El suero de rastreo…

Adam asiente, con ojos serios, angustiados.

—Puede que funcione mal, pero no puedo estar seguro del todo. Sé que si funcionara, Warner ya estaría aquí. Pero no podemos arriesgarnos. Tenemos que salir de aquí, y tenemos que deshacernos de Kenji antes de irnos.

Niego con la cabeza, atrapada entre corrientes de incredulidad que chocan entre ellas.

—¿Cómo ha podido encontrarte?

Su rostro se endurece.

—Se ha puesto a gritar antes de que se lo pudiera preguntar.

—¿Y James? —susurro, con miedo.

Adam entierra la cabeza en las manos.

—En cuanto llegue a casa, nos iremos. Podemos prepararnos mientras tanto. —Busca mis ojos—. No puedo dejar a James atrás. Ya no es seguro que se quede aquí.

Le toco la mejilla y se inclina hacia mi mano, aferrando mi palma contra su cara. Cierra los ojos.

—Cabrón, hijo de puta…

Adam y yo nos separamos. Me ruborizo de pies a cabeza. Adam parece enfadado. Kenji está apoyado contra la pared del pasillo del baño y se sujeta el paquete de hielo improvisado en la cara. Nos mira fijamente.

—¿Puedes tocarla? Quiero decir… joder, acabo de ver cómo la tocabas, pero no es…

—Tienes que irte —le advierte Adam—. Has dejado un rastro químico hasta mi casa. Nos tenemos que ir y no puedes venir con nosotros.

—Bueno, a ver… Espera. —Kenji entra en el salón a trompicones, haciendo una mueca mientras se ejerce presión en la pierna—. No pretendo hacerte ir más lento, tío. Conozco un lugar. Un lugar seguro. De fiar, un sitio superseguro. Puedo llevarte. Enseñarte cómo llegar. Conozco a un tipo.

—¡No digas mentiras! —Adam sigue enfadado—. ¿Cómo has podido localizarme? ¿Cómo has llegado hasta mi puerta, Kenji? No confío en ti.

—No lo sé, tío. Te juro que no recuerdo qué pasó. Llegó un punto en el que ya no sabía hacia dónde corría. No paraba de saltar vallas. Encontré un campo enorme con un cobertizo viejo. Dormí allí un rato. Creo que en algún momento me desmayé, del dolor o del frío… Hace un frío de cojones aquí fuera… Y lo siguiente que recuerdo es que un tío me llevó a rastras. Me dejó delante de tu puerta. Me dijo que dejara de hablar de ti porque vivías aquí. —Sonríe. Intenta guiñar un ojo—. Creo que soñaba contigo mientras dormía.

—Espera… ¿Cómo? —Adam se inclina hacia delante—. ¿Qué quieres decir con que un tío te llevó a rastras? ¿Quién? ¿Cómo se llama? ¿Cómo sabía mi nombre?

—No lo sé. No me lo dijo, y yo tampoco estaba en condiciones de preguntar. Pero era enorme. Quiero decir, tenía que serlo para cargar conmigo.

—No pretenderás que te crea.

—No tienes otra opción. —Kenji se encoje de hombros.

—Claro que tengo otra opción. —Adam se ha puesto de pie—. No tengo motivos para creerte. Ningún motivo para creer ni una palabra que salga de tu boca.

—¿Entonces por qué estoy aquí con una bala en la pierna? ¿Por qué no ha venido Warner? ¿Por qué voy desarmado…?

—¡Podría formar parte de tu plan!

—¡Pero aun así me has ayudado! —Kenji se atreve a levantar la voz—. ¿Por qué no te has limitado a dejarme morir? ¿Por qué no me has pegado un tiro? ¿Por qué me has ayudado?

Adam vacila.

—No lo sé.

—Sí que lo sabes. Sabes que no he venido para meterte en líos. Me dieron una paliza por tu culpa…

—No me estabas encubriendo.

—Bueno, joder, tío, ¿qué quieres que te diga? Me iban a matar. Tuve que salir corriendo. No es culpa mía si un tío me ha dejado aquí tirado…

—Esto no tiene que ver sólo conmigo, ¿sabes? Me he esforzado muchísimo para construir un lugar seguro para mi hermano y en una mañana te has cargado años de trabajo. ¿Qué se supone que tengo que hacer yo ahora? Sólo puedo huir hasta ponerlo a salvo. Es demasiado joven para enfrentarse a esta…

—Todos somos demasiado jóvenes para enfrentarnos a esta mierda. —Kenji respira con dificultad—. No te engañes, tío. Nadie debería ver lo que hemos visto. Nadie debería levantarse por la mañana y encontrarse cadáveres en su salón, pero estas cosas pasan, ¡joder! Nos enfrentamos a ello y encontramos una forma de sobrevivir. No eres el único que tiene problemas.

Adam se hunde en el sofá. Cuarenta kilos de preocupaciones pesan sobre sus hombros. Se inclina hacia delante con la cabeza entre las manos.

Kenji se me queda mirando. Yo le devuelvo la mirada.

Sonríe y se acerca cojeando.

—Eres bastante sexy para ser una chica psicópata, ¿sabes?

Clic.

Kenji retrocede con las manos en alto. Adam le ha puesto una pistola en la frente.

—Más respeto o te vuelo la cabeza.

—Estaba bromeando…

—¡Y una mierda!

—Joder, Adam, cálmate…

—¿Dónde está ese lugar tan seguro? —Estoy de pie, con la pistola en la mano. Me pongo cerca de Adam—. ¿O te lo estás inventando?

Kenji se ilumina.

—No, es verdad. Verdad de la buena. De hecho, puede que haya dicho algo sobre ti. Y el tío que lleva el sitio puede que esté muy interesado en conocerte.

—¿Crees que soy una especie de circo andante del que puedes presumir con tus amigos?

Arma. Bloqueada. Cargada.

Kenji se aclara la garganta.

—No eres un circo andante. Simplemente… eres interesante.

Apunto la pistola a su cara.

—¡Soy tan interesante que podría matarte con mis manos!

Un destello de miedo apenas perceptible parpadea en sus ojos. Se traga una gran dosis de humildad. Trata de sonreír.

—¿Estás segura de que no estás loca?

—No. —Ladeo la cabeza—. No estoy segura.

Kenji sonríe. Me mira de arriba a abajo.

—Pero, bueno. ¡Haces que la locura parezca tan atractiva!

—Voy a partirte la cara —advierte Adam con voz de acero, el cuerpo rígido de ira, los ojos entrecerrados, impávidos. No hay humor en su expresión—. No necesito una razón más.

—¿Qué? —Kenji se ríe, decidido—. Llevo demasiado tiempo sin ver a una chica, tío. Y tanto si está loca como si no…

—No me interesas.

Kenji se gira hacia mí.

—Bueno, no voy a echarte la culpa. Ahora mismo parezco un esperpento. Pero me adecentaré, ¿vale? —Intenta esbozar una sonrisa—. Dame un par de días. Quizás cambies de opinión…

Adam le da un codazo en la cara y no se disculpa.