Adam y yo nos obligamos a ponernos a más de un metro de distancia anoche, pero por algún motivo me despierto en sus brazos. Adam respira de forma suave, uniforme, constante, es un suave zumbido en el aire matutino. Parpadeo, para curiosear a la luz del día y me encuentro con un par de ojos grandes y azules en el rostro de un niño de diez años.
—¿Por qué a él lo puedes tocar? —James está de pie junto a nosotros con los brazos cruzados; vuelve a ser el chico testarudo que recordaba. No hay rastro de miedo, ni de lágrimas que amenazan con derramarse por su cara. Como si nada hubiera sucedido la noche anterior—. ¿Eh? —Su impaciencia me sobresalta.
Me alejo del torso descubierto de Adam tan rápido que se despierta del susto.
Se me acerca.
—¿Juliette…?
—¡Estás tocando a una chica!
Adam se sienta tan rápido que se enreda entre las sábanas y se vuelve a caer sobre sus codos.
—Por Dios, James…
—¡Estabas durmiendo al lado de una chica!
Adam abre y cierra la boca varias veces. Me mira. Mira a su hermano. Cierra los ojos y suspira. Se pasa una mano por su pelo, recién despierto.
—No sé qué quieres que te diga.
—Pensaba que habías dicho que no podía tocar a nadie. —James me mira, receloso.
—No puede.
—¿Excepto a ti?
—Exacto. Excepto a mí.
Y a Warner.
—No puede tocar a nadie excepto a ti.
Y a Warner.
—Exacto.
—Ah sí, qué oportuno. —James entrecierra los ojos.
Adam se ríe a carcajadas.
—¿Dónde has aprendido a hablar así?
James frunce el ceño.
—Benny lo dice mucho. Dice que mis excusas son «muy oportunas». —Dibuja unas comillas en el aire con dos dedos—. Dice que eso quiere decir no te creo. Y yo no te creo.
Adam se pone en pie. La luz matutina se filtra por las ventanitas en el ángulo perfecto, en el momento perfecto. Está bañado en oro, con los músculos tensos, sus pantalones un poco bajos en las caderas y tengo que hacer esfuerzos para pensar con claridad. Me sorprende mi falta de control, pero no estoy segura de cómo contener este tipo de sentimientos. Adam me hace sentir hambrienta de cosas que nunca pensé que podría tener.
Observo cómo pasa un brazo por el hombro de su hermano antes de agacharse para buscar su mirada.
—¿Puedo hablar contigo de una cosa? —dice—. ¿En privado?
—¿Sólo tú y yo? —James me mira por el rabillo del ojo.
—Sí. Sólo tú y yo.
—Vale.
Desaparecen en la habitación de James y me pregunto qué va a contarle. Me lleva un momento darme cuenta de que James debe sentirse amenazado por mi repentina aparición. Cuando por fin ve a su hermano después de seis meses resulta que llega con una chica extraña con poderes extravagantes, casi magia. Estoy a punto de echarme a reír ante la idea. Ojalá fuera magia lo que me hacer ser así.
No quiero que James piense que lo alejo de Adam.
Me vuelvo a meter bajo las sábanas y espero. Hace una mañana fría y mis pensamientos empiezan a desviarse hacia Warner. Tengo que recordar que no estamos seguros. Aún no, quizás nunca. Tengo que recordar que no debo sentirme nunca demasiado cómoda. Me incorporo. Apoyo las rodillas contra el pecho y me cojo los tobillos con las manos.
Me pregunto si Adam tendrá algún plan.
La puerta de James se abre de golpe. Salen los dos hermanos, el menor antes que el mayor. James parece un poco sonrojado y casi ni me mira. Parece avergonzado y me pregunto si Adam lo habrá castigado.
Mi corazón deja de funcionar por un momento.
Adam le da un golpecito en el hombro a James. Lo aprieta.
—¿Todo bien?
—Ya sé lo que es una novia…
—Nunca he dicho que no lo supieras…
—¿Eres su novia? —James se cruza de brazos, me mira.
Cuatrocientas bolas de algodón se han quedado atrapadas en mi tráquea. Miro a Adam porque no sé qué más hacer.
—Bueno, deberías prepararte para ir al colegio, ¿no? —Adam abre la nevera y le da otro paquete envuelto en papel de aluminio—. Supongo que esto es el desayuno.
—No tengo que ir —protesta James—. No es una escuela de verdad, nadie tiene que…
—Pero quiero que vayas —le corta Adam. Se vuelve a girar hacia su hermano con una sonrisita—. No te preocupes. Seguiré aquí cuando vuelvas.
James vacila.
—¿Me lo prometes?
—Sí. —Sonríe otra vez. Asiente—. Ven aquí.
James coge carrerilla y se echa sobre Adam como si tuviera miedo de que desapareciera. Adam mete la comida envuelta en papel de aluminio dentro del Automat y aprieta un botón. Le revuelve el pelo a James.
—Te tienes que cortar el pelo, tío.
James arruga la nariz.
—A mí me gusta.
—Está un poco largo, ¿no crees?
James baja la voz.
—Su pelo sí que es muy largo.
Ambos me miran y me deshago en plastilina de color rosa. Me toco el pelo sin proponérmelo, cohibida de pronto. Bajo la mirada. Nunca he tenido motivos para cortarme el pelo. Ni siquiera he tenido los instrumentos. Nadie me daba objetos afilados.
Me arriesgo a mirar y veo que Adam sigue observándome. James está pendiente del Automat.
—A mí me gusta su pelo —dice Adam, pero no estoy segura de a quién se está dirigiendo.
Los observo mientras Adam ayuda a su hermano a prepararse para el colegio. James está lleno de vida y de energía, muy emocionado de tener a su hermano cerca. Eso me hace pensar en cómo debe ser para un niño de diez años vivir solo. Cómo debe ser para todos los niños que viven en esta calle.
Tengo ganas de levantarme y cambiarme, pero no sé qué debería hacer. No quiero usar el baño por si James lo necesita, o por si lo necesita Adam. No quiero usar más espacio del que ya tengo. La relación entre Adam y James parece muy privada, muy personal. Es el tipo de vínculo que nunca he tenido, que nunca tendré. Pero estar en medio de tanto amor ha logrado descongelar mis partes congeladas y convertirlas en algo humano. Me siento humana. Como si quizás pudiera formar parte de este mundo. Como si quizás no tuviera que ser un monstruo. Quizás no soy un monstruo.
Quizás las cosas pueden cambiar.