Casa.
Casa.
¿Qué quiere decir?
Separo los labios para formular la pregunta pero sólo recibo esa sonrisa furtiva suya como respuesta. Estoy avergonzada y excitada y ansiosa e impaciente. Mi estómago está lleno de tambores que golpetean en sincronía con mi corazón. Bullo de nervios electrizantes.
Cada paso es un paso más lejos del manicomio, de Warner, de la fútil existencia que siempre he conocido. Cada paso lo doy porque quiero. Por primera vez en mi vida, camino hacia delante porque quiero, porque siento la esperanza y el amor y la alegría de la belleza, porque quiero saber qué significa vivir. Podría saltar para atrapar la brisa y vivir en sus airosas formas para siempre.
Siento como si me hubieran preparado para tener alas.
Adam me lleva a un cobertizo abandonado a las afueras de esta tierra salvaje, cubierta de vegetación solitaria y tentáculos como arbustos enloquecidos, que pican y son horrendos, y seguro que venenosos. Me pregunto si es aquí donde Adam quería que nos quedáramos. Entro al espacio oscuro y entrecierro los ojos. Aprecio una figura.
Hay un coche en el interior.
Parpadeo.
No es un coche. Es un tanque.
Adam no controla su entusiasmo. Me mira a la cara buscando alguna reacción y parece satisfecho con mi asombro. Las palabras le salen atropelladamente.
—Convencí a Warner de que uno de los tanques que traje aquí se había estropeado. Estas cosas están diseñadas para funcionar con electricidad… Así que le dije que la unidad principal se había quemado por el contacto con los químicos. Que algo en la atmósfera lo corrompió. Envió un coche a por mí después de eso, y me dijo que dejáramos el tanque donde estaba. —Casi se le escapa una sonrisa—. Warner me mandaba en contra de la voluntad de su padre, y no quería que nadie descubriera que se había cargado un tanque de quinientos mil dólares. El informe oficial dice que los rebeldes lo interceptaron.
—¿Y si alguien ha venido aquí y ha visto el tanque?
Adam abre la puerta del copiloto.
—Los civiles viven muy lejos de aquí, y ningún otro soldado ha pasado por aquí. Nadie más quería exponerse a la radiación. —Ladea la cabeza—. Por eso Warner te confió a mí. Le gustaba que estuviera dispuesto a morir por la misión.
—Nunca pensó que te pasarías de la raya —murmuro, comprendiendo.
Adam menea la cabeza.
—No. Y después de lo que pasó con el suero de rastreo, no tenía motivos para dudar que aquí sucedían cosas muy raras. Yo mismo desactivé la unidad eléctrica del tanque, por si quería comprobarlo. —Asiente, girándose hacia el monstruoso vehículo—. Pensé que podría resultarnos útil algún día. Siempre es bueno estar preparado.
Preparado. Siempre preparado. Para correr. Para escapar.
Me pregunto por qué.
—Ven aquí —dice con una voz mucho más suave. Se acerca a mí a través de la penumbra y finjo que ha sido una afortunada coincidencia que sus manos rocen mis muslos. Que no es maravilloso que luche con las arrugas de mi vestido mientras me ayuda a subir al tanque. Que no me doy cuenta de cómo me mira, como si fuera el último rayo de sol del horizonte.
—Tengo que encargarme de tus piernas —me dice, un murmullo en mi piel, electricidad en mi sangre. Por un momento ni siquiera entiendo a qué se refiere. Ni me importa. Mis pensamientos son tan poco prácticos que me sorprendo a mí misma. Nunca había tenido la libertad de tocar a alguien. En realidad nadie ha querido jamás que le pusiera las manos encima. Adam es una nueva experiencia.
Sólo quiero pensar en tocarlo.
—Las heridas no son muy graves —prosigue, recorriendo mis pantorrillas con las yemas de los dedos. Trago saliva—. Pero habrá que limpiarlas, por si acaso. A veces es mejor cortarte con un cuchillo de carnicero que hacerte un rasguño con un cualquier trozo de metal. No querrás que se te infecte.
Mira hacia arriba. Ahora tiene la mano sobre mi rodilla.
Asiento y no sé por qué. Me pregunto si tiemblo tanto por fuera como por dentro. Espero que sea demasiado oscuro como para que se dé cuenta de lo sonrojada que estoy, de lo vergonzoso que resulta que no pueda tocarme la rodilla sin volverme loca. Tengo que decir algo.
—Deberíamos irnos, ¿no?
—Sí. —Respira profundamente y parece volver en sí—. Sí. Tenemos que irnos. —Mira hacia la luz del atardecer—. Tenemos algo de tiempo hasta que se den cuenta de que sigo vivo. Y debemos aprovecharnos de ello.
—Pero cuando nos vayamos de aquí… El rastreador funcionará de nuevo, ¿no? ¿No se darán cuenta de que no estás muerto?
—No. —Salta hacia el lado del conductor y busca a tientas para ver cómo arrancar. No hay llave, sólo un botón. Me pregunto si reconoce la huella del pulgar de Adam. Se produce un pequeño petardeo y la máquina cobra vida—. Warner me tenía que renovar el suero de rastreo cada vez que volvía. Una vez se va, se va. —Sonríe—. Así que ya nos podemos largar de aquí.
—¿Pero adónde vamos? —le pregunto por fin.
Se pone en marcha antes de responder.
—A mi casa.