Me estoy quemando.
La cuerda me está rozando las piernas y el ardor se concentra de forma tan dolorosa que me sorprende que no salga humo. Aguanto el dolor porque no tengo alternativa. La histeria colectiva del edificio me mina los sentidos, el peligro llueve por todas partes. Adam me llama desde abajo, me dice que salte y me promete que me agarrará. Me da demasiada vergüenza admitir que tengo miedo de caer.
Nunca he podido tomar mis propias decisiones.
Muchos soldados ya estaban entrando en la que había sido mi habitación, pegando gritos confusos y probablemente sorprendidos por encontrar a Warner en una posición tan debilitada. Ha sido demasiado fácil dominarlo. Me preocupa.
Me hace pensar que hemos hecho algo mal.
Algunos soldados sacan la cabeza por la ventana destrozada y yo estoy desesperada por llegar al suelo, pero ya se están moviendo para soltar el ancla. Me preparo para la sensación nauseabunda de una caída libre pero me doy cuenta de que no intentan soltarme. Intentan volverme a subir.
Warner debe estar dándoles instrucciones.
Miro hacia Adam, abajo, y al fin hago caso de su llamada. Cierro los ojos con fuerza y me suelto.
Y caigo justo en sus brazos abiertos.
Rodamos por el suelo, pero sólo nos quedamos sin respirar un momento. Adam me toma de la mano y echamos a correr.
Ante nosotros se extiende un espacio vacío y desértico. Asfalto roto, pavimento irregular, calles embarradas, árboles desnudos, plantas moribundas, una ciudad amarillenta abandonada que se ahoga en hojas muertas que crujen bajo nuestros pies. Las instalaciones civiles son pequeñas y bajitas, se agrupan sin seguir un orden concreto y Adam se asegura de que nos mantengamos lo más lejos posible de ellas. Los altavoces ya nos acusan. El sonido de una voz femenina y ligeramente mecánica ahoga las sirenas. Que todo el mundo regrese a sus casas inmediatamente. Hay rebeldes sueltos. Van armados y están listos para disparar. Toque de queda en vigor. Que todo el mundo regrese a sus casas inmediatamente. Hay rebeldes sueltos. Van armados y están listos para disp…
Siento calambres en los costados, tengo la piel tensa, la garganta seca, ansiosa de agua. No sé si hemos llegado muy lejos. Sólo distingo el sonido de las botas que golpean el pavimento, el chirrido de los neumáticos que queman las unidades de almacenamiento subterráneas, las alarmas que gimen a nuestro paso.
Miro hacia atrás y veo gente que grita y corre en busca de refugio, esquivando a los soldados que entran en sus casas a toda prisa, que aporrean puertas para ver si nos hemos escondido en algún sitio. Adam me aleja de la civilización y se dirige hacia calles abandonadas la década pasada: tiendas y restaurantes antiguos, calles estrechas y patios abandonados. La tierra no regulada de nuestra vida anterior se ha convertido en una zona estrictamente vedada. Es territorio prohibido. Todo está cerrado. Todo está destrozado, oxidado, sin vida. Nadie tiene permiso para entrar allí. Ni siquiera los soldados.
Atravesamos estas calles, alejándonos.
El sol va cayendo en el cielo y viaja hacia el borde de la tierra. Pronto llegará la noche, y no tengo la más remota idea de dónde nos encontramos. Jamás pensé que todo sucedería tan rápido, jamás pensé que ocurriría en un mismo día. Sólo tengo que mantener la esperanza de sobrevivir, pero no tengo ni la más mínima idea de hacia dónde estamos dirigiéndonos. Nunca se me ocurrió preguntarle a Adam dónde podríamos ir.
Salimos disparados en un millón de direcciones. Giramos bruscamente, avanzamos unos pasos hacia delante para girar después en dirección opuesta. Imagino que Adam está tratando de confundir y/o distraer a nuestros perseguidores tanto como es posible. Lo único que puedo hacer es mantener su ritmo.
Y no lo consigo.
Adam es un soldado entrenado. Está hecho para este tipo de situaciones. Sabe cómo huir, cómo pasar inadvertido, cómo moverse sigilosamente por cualquier sitio. Yo, en cambio, soy una chica destrozada que no hace ejercicio desde hace demasiado tiempo. Me queman los pulmones del esfuerzo de inspirar oxígeno, jadeo del esfuerzo de exhalar dióxido de carbono.
Llega un momento en que jadeo tan desesperadamente que Adam me tiene que llevar a una calle lateral. Él respira un poco más fuerte de lo normal, pero yo he conseguido un trabajo a tiempo completo ahogándome por la debilidad de mi cuerpo.
Adam me acaricia el rostro e intenta que fije la vista.
—Quiero que respires como yo, ¿vale? —Sigo sin resuello—. Céntrate, Juliette. —Tiene la mirada resuelta. Infinitamente paciente. Parece no tener miedo y envidio su compostura—. Calma a tu corazón —me dice—. Respira igual que yo.
Toma tres pequeñas bocanadas de aire, sostiene la respiración unos segundos y la libera con una larga exhalación. Intento imitarle. No lo hago muy bien.
—Vale. Quiero que sigas respirando así de… —Se detiene. Sus ojos recorren la calle abandonada durante una fracción de segundo. Sé que tenemos que movernos.
Los disparos destrozan la atmósfera. Nunca me había dado cuenta de lo fuertes que eran o de cómo ese sonido fracturaba todos los huesos de mi cuerpo. Un escalofrío me hiela la sangre y de inmediato me doy cuenta de que no están intentando matarme a mí. Tratan de matar a Adam.
De repente, me asfixia un nuevo tipo de ansiedad. No puedo dejar que le hagan daño.
Por mi culpa, no.
Pero Adam no tiene tiempo de que yo recupere el aliento y me estabilice. Me toma en sus brazos y sale disparado corriendo en diagonal por otro callejón.
Y vamos corriendo.
Y respiro.
Y me grita:
—Abrázate a mi cuello. —Y me suelto de su camiseta con la que estaba ahogándole, y soy tan tonta que me da vergüenza deslizar los brazos alrededor de él. Me recoloca y me pone más cerca de su pecho. Me lleva como si pesara menos que nada.
Cierro los ojos y aprieto mi mejilla contra su cuello.
Los disparos suenan en algún punto detrás de nosotros, pero por el sonido incluso yo puedo adivinar que están demasiado lejos y en una dirección equivocada. Parece que de momento tenemos ventaja. Sus coches no pueden encontrarnos porque Adam ha evitado todas las calles principales. Parece que tenga un mapa de la ciudad. Parece saber exactamente lo que hace, como si llevara planeándolo mucho tiempo.
Tras inhalar exactamente 594 veces, Adam me deja en el suelo delante de una valla metálica. Veo que está luchando por tragar oxígeno, pero no jadea como yo. Sabe cómo regularse la respiración. Sabe cómo estabilizar su pulso, calmar su corazón, tener control sobre sus órganos. Cómo sobrevivir. Espero que me enseñe a mí también.
—Juliette —dice después de quedarse un momento sin aliento—. ¿Puedes saltar esta valla?
Tengo tantas ganas de ser más que un bulto inútil que casi echo a correr a toda velocidad hacia la valla metálica. Pero soy una imprudente. Y me precipito demasiado. Casi me destrozo el vestido, y me rasguño las piernas en el proceso. Me estremezco ante el agudo dolor, pero en el momento en que vuelvo a abrir los ojos Adam ya está de pie a mi lado.
Me mira las piernas y suspira. Casi se echa a reír. Me pregunto qué debo parecer, andrajosa y salvaje, con este vestido hecho jirones. La hendidura en la tela que hizo Warner ahora acaba en el hueso de mi cadera. Debo parecer un animal furioso.
Pero a Adam no parece importarle.
Él también ha aminorado el paso. Ahora andamos a paso ligero, ya no se oyen disparos por las calles. Me doy cuenta de que debemos estar cerca de un lugar seguro. Pero no sé de si debo hacer preguntas o guardarlas para más tarde. Adam responde a mis pensamientos en voz baja.
—Aquí no podrán rastrearme —asegura, y comprendo que todos los soldados deben llevar algún tipo de dispositivo de localización. Me pregunto por qué nunca me pusieron uno.
No puede ser tan fácil escapar.
—Nuestros rastreadores no son tangibles —me explica. Giramos hacia la izquierda por otro callejón. El sol se está sumergiendo en el horizonte. Me pregunto dónde estamos. Lo lejos que debemos estar de los asentamientos del Restablecimiento para que no haya gente—. Es un suero especial que se inyecta en la sangre —prosigue—, y está diseñado para funcionar con los procesos naturales de nuestro cuerpo. Sabría, por ejemplo, si me he muerto. Es una excelente forma de mantener un registro de los soldados que se pierden en combate. —Me mira por el rabillo del ojo. Esboza una media sonrisa que tengo ganas de besar.
—¿Y cómo has engañado al rastreador?
Su sonrisa aumenta. Agita una mano alrededor de nosotros.
—¿Ves este sitio? Se usaba para una planta de energía nuclear. Un día todo esto explotó.
Mis ojos se abren como platos.
—¿Cuándo ocurrió esto?
—Hace unos cinco años. Lo limpiaron bastante rápido. Se lo ocultaron a los medios de comunicación, a la gente. Nadie sabe exactamente qué pasó aquí. Pero la radiación mata. —Hace una pausa—. Ya lo ha hecho.
Deja de andar
—He estado en esta zona un millón de veces, y no me ha afectado. Warner solía mandarme aquí para que recogiera muestras del suelo. Quería estudiar los efectos. —Se pasa una mano por el pelo—. Creo que quería manipular la toxicidad de algún tipo de veneno. La primera vez que vine, Warner creyó que había muerto. El rastreador está conectado a todos nuestros sistemas… Cada vez que se pierde un soldado suena una alarma. Sabía que enviarme aquí suponía un riesgo, así que imagino que no debió sorprenderse mucho al oír que había muerto. Le sorprendió más verme regresar. —Se encoge de hombros, como si su muerte hubiese representado un detalle insignificante—. Hay algo en los productos químicos de aquí que contrarresta la composición molecular del dispositivo de rastreo. Así que, básicamente, en estos momentos todo el mundo cree que estoy muerto.
—¿Y Warner no sospechará que estás aquí?
—Quizás. —Mira de reojo hacia la luz del sol que se desvanece. Nuestras sombras son largas e inmóviles—. O me podrían haber disparado. En cualquier caso, esto nos va a hacer ganar un poco de tiempo.
Me toma la mano y me sonríe justo cuando algo me viene a la cabeza.
—¿Y yo qué? —le pregunto—. ¿La radiación no puede matarme? —Espero no parecer tan nerviosa como me siento. Nunca había querido estar tan viva. No quiero perderlo todo tan pronto.
—¡Ah!… No. —Menea la cabeza—. Lo siento, se me ha olvidado explicártelo… Uno de los motivos por los que Warner quería que recogiera estas muestras es que tú también eres inmune. Te estaba analizando. Dijo que había encontrado la información en tus informes médicos. Que te habían hecho pruebas…
—Pero nadie me…
—Seguramente sin tu consentimiento, y a pesar de dar positivo en la radiación, estabas completamente sana, a nivel biológico. No había nada intrínsecamente malo en ti.
Nada intrínsecamente malo en ti.
La observación es tan descaradamente falsa que me echo a reír. Intento reprimir mi incredulidad.
—¿No hay nada malo en mí? Estás de broma, ¿no?
Adam se queda mirándome tanto rato que empiezo a sonrojarme. Me levanta la barbilla y me encuentro con sus ojos. El azul, azul, azul me perfora. Su voz es profunda, constante.
—Creo que nunca te había oído reír.
Es tan terriblemente correcto que no sé cómo responder excepto con la verdad. Mi sonrisa está trazada con una línea recta.
—La risa viene de la vida. —Me encojo de hombros e intento sonar indiferente—. Nunca había estado realmente viva.
Sus ojos no han vacilado. Me sostiene con la fuerza de una atracción poderosa que proviene de lo más profundo de su ser. Casi puedo notar cómo su corazón late contra mi piel. Casi puedo notar cómo sus labios respiran contra mis pulmones. Casi puedo notar su sabor en mi lengua.
Respira entrecortadamente y me acerca a él. Besa la parte superior de mi cabeza.
—Vamos a casa —susurra.