VEINTISIETE

Warner cierra los ojos muy lentamente. Da un paso hacia atrás muy lentamente. Contrae los labios en una sonrisa peligrosa.

—Kent.

Las manos de Adam son firmes, el cañón de su pistola presiona la nuca de Warner.

—Vas a despejarnos la salida.

Warner se ríe. Abre los ojos y se saca una pistola del bolsillo interior con la que me apunta directamente a la frente.

—La mataré ahora mismo.

—No eres tan tonto —dice Adam.

—Si te mueves un milímetro siquiera, dispararé. Y después te haré pedazos.

Adam actúa rápidamente y golpea a Warner en la cabeza con la culata de la pistola. La pistola de Warner se encasquilla y Adam le agarra el brazo y le retuerce la muñeca hasta que casi suelta el arma. Cojo la pistola de la mano flácida de Warner y le doy en la cara con la culata. Me sorprenden mis propios reflejos. Nunca antes había cogido una pistola, pero supongo que siempre hay una primera vez para todo.

Apunto a los ojos de Warner.

—No me subestimes.

—Madre mía —Adam no oculta su sorpresa.

Warner se ríe al toser, se tranquiliza e intenta sonreír mientras se limpia la sangre de la nariz.

—Nunca te he subestimado —me dice—. Nunca.

Adam sacude la cabeza un instante y esboza una sonrisa. Me mira radiante mientras presiona la pistola más fuerte contra el cráneo de Warner.

—Salgamos de aquí.

Agarro las dos bolsas de lona que escondimos en el armario y le paso una a Adam. Hace una semana que tenemos las maletas hechas. Si quiere salir de aquí antes de lo previsto, no me quejaré.

Warner tiene suerte de que nos mostremos compasivos.

Pero nosotros tenemos suerte de que hayan evacuado todo el edificio. No tiene a nadie en quien confiar.

Warner se aclara la garganta.

—Le aseguro, soldado, que su triunfo durará poco. Quizás debería matarme ahora, porque cuando lo encuentre voy a disfrutar muchísimo destrozando todos los huesos de su cuerpo. Está loco si cree que puede salirse con la suya.

—No soy tu soldado. —El rostro de Adam es de piedra—. Nunca lo he sido. Estás tan atrapado en los detalles de tus fantasías que no te has dado cuenta de los peligros que tenías delante de las narices.

—Aún no podemos matarte —añado—. Tienes que sacarnos de aquí.

—Estás cometiendo un grave error, Juliette —me dice. Suaviza la voz—. Vas a arrojar un gran futuro por la borda. —Suspira—. ¿Cómo sabes que puedes confiar en él?

Miro a Adam. Adam, el chico que siempre me ha defendido, incluso cuando no tenía nada que ganar. Sacudo la cabeza para despejarme. Me recuerdo a mí misma que Warner es un mentiroso. Un loco trastornado. Un asesino psicópata. Nunca trataría de ayudarme.

Creo.

—Marchémonos antes de que sea demasiado tarde —le digo a Adam—. Sólo intenta ganar tiempo hasta que vuelvan los soldados.

—¡Ni siquiera le importas! —estalla Warner. Me estremezco ante la repentina e incontrolada intensidad de su voz—. Lo único que quiere es salir de aquí y te está utilizando. —Da un paso adelante—. Yo podría amarte, Juliette… Te trataría como a una reina

Adam le inmoviliza la cabeza y le apunta la pistola a la sien.

—Obviamente, no entiendes qué está pasando aquí —dice con cuidado.

—Pues instrúyame, soldado —responde casi sin voz. Sus ojos bailan en llamas; peligroso—. Explíqueme qué es lo que no consigo entender.

—Adam. —Niego con la cabeza.

Nuestras miradas se encuentran. Asiente. Se gira hacia Warner.

—Haz la llamada —ordena, estrujándole un poco más el cuello—. Sácanos de aquí ya.

—Sólo mi cadáver la dejaría salir por esa puerta. —Warner ejercita la mandíbula y escupe sangre en el suelo—. A ti te mataría por placer —le amenaza—. Pero a Juliette la quiero para siempre.

—No soy de tu propiedad, para que me quieras. —Respiro demasiado deprisa. Tengo que salir de aquí lo antes posible. Me enfurece que no deje de hablar, pero aunque me encantaría partirle la cara, no nos sirve si está inconsciente.

—Podrías amarme, lo sabes. —Esboza una extraña sonrisa—. Seríamos imparables. Cambiaríamos el mundo. Podría hacerte feliz —añade.

Adam parece estar a punto de partirle el cuello. Tiene el rostro muy tirante, muy tenso, está muy enfadado. Nunca lo había visto así.

—No tienes nada que ofrecerle, cabrón enfermo.

Warner cierra los ojos durante un instante.

—Juliette. No te precipites. No tomes una decisión imprudente. Quédate conmigo. Tendré paciencia contigo. Te daré tiempo para que te adaptes. Me ocuparé de ti…

—Estás loco. Me tiemblan las manos pero vuelvo a ponerle la pistola en la cara. Tengo que hacer que salga de mi mente. Tengo que recordar lo que me ha hecho. —Quieres que sea monstruo para ti…

—¡Quiero que liberes tu potencial!

—Déjame ir —digo en voz baja—. No quiero ser tu criatura. No quiero hacer daño a las personas.

—El mundo ya te ha hecho daño —argumenta—. El mundo te ha traído hasta aquí. ¡Estás aquí por su culpa! ¿Crees que si sales ahí fuera te van a aceptar? ¿Crees que puedes huir y tener una vida normal? Nadie se preocupará de ti. Nadie se acercará a ti… ¡Serás una marginada como siempre! ¡Nada ha cambiado! ¡Tienes que quedarte conmigo!

—Tiene que irse conmigo. —La voz de Adam podría cortar el acero.

Warner se estremece. Parece ser que empieza a entender lo que yo creía obvio. Sus ojos se agrandan, horrorizados, incrédulos, me miran angustiados.

—No. —Breve risa enloquecida—. Juliette. Por favor. Por favor. No me digas que te ha llenado la cabeza de ideas románticas. Por favor, no me digas que te has rendido ante sus falsas declaraciones…

Adam le da un rodillazo en la columna. Warner cae al suelo de un golpe sordo y respira intensamente. Adam lo ha vencido por completo. Tengo la sensación de que debería animarlo.

Pero estoy demasiado nerviosa. Absorta en la desconfianza. Me siento demasiado insegura como para estar segura sobre mis decisiones. Tengo que recobrar la compostura.

—Adam…

—Te quiero —me dice, con unos ojos tan francos como los recuerdo, con palabras tan urgentes como necesito que sean—. No permitas que te confunda…

—¿Que la quieres? —suelta Warner—. Si ni la has…

—Adam. —La habitación se desenfoca. Me quedo mirando la ventana fijamente. Lo vuelvo a mirar.

Los ojos le llegan a las cejas, de asombro.

—¿Quieres saltar?

Asiento.

—Pero hay quince pisos…

—¿Qué otra opción tenemos si no coopera? —Miro a Warner. Inclino la cabeza—. No hay ningún código siete, ¿verdad?

Retuerce los labios. Se queda callado.

—¿Por qué lo has hecho? —le pregunto—. ¿Por qué has hecho saltar una falsa alarma?

—¿Por qué no se lo preguntas al soldado a quien tan repentinamente aprecias? —espeta Warner, enojado—. ¿Por qué no te preguntas por qué confías tu vida a alguien que ni siquiera sabe diferenciar entre una amenaza real y una imaginaria?

Adam maldice por lo bajo.

Intercambiamos una mirada y me pasa la pistola.

Mueve la cabeza. Vuelve a maldecir. Contrae y suelta los puños.

—Era un simulacro.

Warner se ríe.

Adam echa un vistazo a la puerta, al reloj, a mi rostro.

—No tenemos mucho tiempo.

Tengo la pistola de Warner en la mano izquierda y la de Adam en la derecha, y apunto a la frente de Warner con las dos, haciendo todo lo posible por ignorar sus ojos taladradores. Adam usa la mano que le queda para buscar algo en sus bolsillos. Saca un par de bandas de plástico y golpea a Warner en la espalda antes de atarlo. Las botas y guantes de Warner se han quedado en el suelo. Adam le presiona el estómago con una bota.

—En cuanto saltemos por la ventana sonarán un millón de alarmas —vaticina—. Tendremos que correr, así que no podemos arriesgarnos a rompernos las piernas. No podemos saltar.

—Y entonces, ¿qué hacemos?

Se pasa una mano por el pelo, se muerde el labio inferior y en un momento de locura lo único que deseo es probarlo. Me esfuerzo por volverme a concentrar.

—Tengo una cuerda —me dice—. Tendremos que deslizamos. Y rápido.

Se pone manos a la obra y saca un rollo de cuerda atado a un ancla que parece una garra. Le pregunté un millón de veces para qué demonios lo iba a necesitar, por qué lo guardaba en la maleta que preparaba para nuestra huida. Me dijo que una cuerda nunca está de más. Ahora, casi me entran ganas de reír.

Se vuelve hacia mí.

—Yo bajaré primero y así te puedo agarrar cuando…

Warner se ríe fuerte, demasiado fuerte.

—No puedes tocarla, loco. —Se retuerce en sus grilletes de plástico—. Casi no lleva nada. ¡Te matará y se matará ella al caer!

Mis ojos se mueven como un rayo entre Warner y Adam. No tengo tiempo de considerar más farsas de Warner. Tomo una decisión apresurada.

—Hazlo. Iré detrás de ti.

Warner nos mira enloquecido, confuso.

—¿Qué haces?

Lo ignoro.

—Espera…

Lo ignoro.

—Juliette.

Lo ignoro.

—¡Juliette! —Su voz es más fuerte, más alta, una mezcla de ira, terror, negación y traición. La comprensión es una nueva pieza del rompecabezas de su mente—. ¿Te puede tocar?

Adam se está envolviendo el puño en la sábana.

—¡Por Dios, Juliette, contéstame! —Warner se retuerce en el suelo, desquiciado de una forma que no hubiese imaginado nunca. Parece furioso, con ojos incrédulos y horrorizados—. ¿Te ha tocado?

No entiendo por qué, de repente, las paredes están en el techo. Todo se tambalea.

—Juliette…

Adam rompe el cristal y se agrieta rápidamente, de un buen golpe, y al momento toda la habitación ruge con un sonido histérico que no se parece a ninguna alarma que haya oído antes. La sala retumba a mis pies, los pasos resuenan por los pasillos, y sé que en un minuto nos descubrirán.

Adam tira la cuerda por la ventana y se echa la bolsa a la espalda.

—¡Pásame tu bolsa! —grita, pero casi no puedo oírlo. Le tiro la bolsa y la atrapa justo antes de saltar por la ventana. Corro hacia él.

Warner trata de alcanzar mi pierna.

Su intento fallido casi me hace tropezar, pero consigo llegar a la ventana sin perder mucho tiempo. Miro hacia la puerta y noto que mi corazón se acelera. El ruido de soldados que corren y gritan es cada vez más fuerte, cercano y nítido.

—¡Date prisa! —Adam me llama.

—Juliette, por favor

Warner vuelve a intentar agarrarme la pierna y jadeo tan fuerte que casi lo oigo entre las sirenas que me destrozan los tímpanos. No lo voy a mirar. No lo voy a mirar. No lo voy a mirar.

Descuelgo una pierna por la ventana y me aferro a la cuerda. Mis piernas desnudas harán de la bajada un suplicio insoportable. Tengo las dos piernas fuera. Mis manos están en el lugar adecuado. Adam me llama desde abajo, pero no sé a qué distancia está. Warner grita mi nombre y levanto la vista a pesar de mis enormes esfuerzos.

Sus ojos son como dos balas verdes que perforan un cristal. Que me atraviesan.

Respiro profundamente y espero no morir.

Respiro profundamente y me deslizo lentamente por la cuerda.

Respiro profundamente y espero que Warner no se haya dado cuenta de lo que acaba de suceder.

Espero que no sepa que me acaba de tocar la pierna.

Y no ha pasado nada.