VEINTIUNO

Matar el tiempo no es tan difícil como parece.

Puedo disparar a un centenar de números en el pecho y verlos sangrar decimales en la palma de mi mano. Puedo arrancar los números de un reloj y ver las manecillas hacer tic tac tic tac y tic hasta el último tac, justo antes de quedarme dormida. Puedo ahogar segundos sólo con contener la respiración. He asesinado minutos durante horas y a nadie parece importarle.

Hace una semana que hablé con Adam.

Me dirigí a él una vez. Abrí la boca una sola vez pero no tuve la oportunidad de decir nada. Warner me interceptó.

—No está permitido que hables con los soldados —me dijo—. Si tienes alguna pregunta, búscame. Soy la única persona por la que tienes que preocuparte.

Posesivo no es una palabra lo bastante fuerte para Warner.

Me acompaña a todas partes. Habla demasiado conmigo. Mi horario consiste en reunirme con Warner, comer con Warner y escuchar a Warner. Si está ocupado, me envían a mi habitación. Si está libre, me busca. Me habla sobre los libros que han destruido. Sobre los artefactos que están a punto de quemar. Sobre las ideas que tiene para un nuevo mundo y sobre por qué seré una gran ayuda para él cuando esté lista. Tan pronto como me dé cuenta de lo mucho que deseo esto, de lo mucho que lo deseo a él, de lo mucho que deseo esta vida nueva, gloriosa y poderosa. Me espera para utilizar mi potencial. Me habla de lo agradecida que debería estar por su paciencia. Por su bondad. Por su disposición a entender que esta transición debe ser difícil.

No puedo mirar a Adam. No puedo hablar con él. Duerme en mi habitación pero nunca lo veo. Respira muy cerca de mi cuerpo pero no abre los labios hacia mí. No me sigue hasta el baño. No me deja mensajes secretos en la libreta.

Empiezo a preguntarme si me imaginé todo lo que me dijo.

Necesito saber si ha cambiado algo. Necesito saber si estoy loca por aferrarme a la esperanza que florece en mi corazón y necesito saber qué significaba el mensaje de Adam, pero cada día que me trata como si fuera una desconocida es un día más en que vuelvo a dudar de mí misma.

Necesito hablar con él pero no puedo.

Porque ahora Warner me vigila.

Las cámaras lo ven todo.

—Quiero que saques las cámaras de mi habitación.

Warner deja de masticar la comida/basura/desayuno/tontería de su boca. Traga con cuidado antes de reclinarse y mirarme a los ojos.

—De ninguna manera.

—Si me tratas como una prisionera —le digo—, voy a actuar como tal. No me gusta que me vigilen.

—No se puede confiar en ti. —Vuelve a agarrar la cuchara.

—Cada vez que respiro queda grabado. Hay guardias apostados a intervalos de metro y medio en los pasillos. Ni siquiera tengo acceso a mi propia habitación —protesto—. Las cámaras no cambiarán nada.

Una extraña diversión baila en sus labios.

—No eres precisamente estable, ya lo sabes. Eres responsable de la muerte de alguien.

—No. —Aprieto los dedos—. No… Yo nunca… Yo no maté a Jenkins.

—No me estoy refiriendo a Jenkins. —Su sonrisa es como una jarra de ácido que se filtra por mi piel.

No deja de mirarme. Me sonríe. Me tortura con sus ojos.

Esta soy yo, gritando en silencio a mis puños.

—Fue un accidente. —Las palabras salen de mi boca en voz tan baja, tan rápido que no sé si he hablado o si sigo aquí sentada o si tengo catorce años otra vez, otra vez, otra vez y grito y me muero y buceo en una piscina de recuerdos que nunca jamás, jamás, jamás, jamás

que parece que no pueda olvidar.

La vi en el supermercado. Estaba de pie con las piernas cruzadas, llevaba a su hijo con una correa y ella debía creer que él pensaba que era una mochila. Creer que era demasiado tonto/demasiado joven/demasiado inmaduro como para comprender que la cuerda que lo ataba a su muñeca era un dispositivo diseñado para tenerlo atrapado en un círculo de autocompasión e indiferencia de la mujer. Era demasiado joven para tener un hijo, para tener este tipo de responsabilidades, para que un niño que tiene necesidades que no se adaptan a ella la atosigue. Su vida increíblemente insoportable, sumamente polifacética, demasiado glamurosa como para que lo comprendiera el fruto de sus entrañas que llevaba atado.

Los niños no son tontos, quise decirle.

Quería decirle que su séptimo grito no significaba que estuviera intentando ser odioso, que su decimocuarta advertencia de mocoso/eres un mocoso/me avergüenzo de ti, mocoso/no hagas que tenga que decirle a papá que eres un mocoso malcriado estaba fuera de lugar. No quise mirar pero no pude evitarlo. Fruncía su carita de niño de tres años del sufrimiento, trataba de deshacer con las manitas las cadenas que le había atado en el pecho y ella tiró tan fuerte de él que se cayó y se echó a llorar y ella le dijo que se lo merecía.

Quise preguntarle por qué lo hizo.

Quise hacerle muchas preguntas pero no lo hice porque ya no se habla con las personas, porque decir algo a un desconocido sería más extraño que no decirle nada. Se cayó al suelo y se retorció allí hasta que dejé caer todo lo que llevaba en mis manos y toda expresión de mi rostro.

Lo siento mucho, es lo que nunca le dije a su hijo.

Pensé que mis manos estaban ayudando

pensé que mi corazón estaba ayudando

pensé en tantas cosas

que nunca

nunca

nunca

nunca

nunca pensé.

—Mataste a un niño pequeño.

Un millón de recuerdos me tienen clavada en mi sillón de terciopelo y me persigue un terror que mis manos desnudas crearon y constantemente me recuerdan que soy indeseable por una buena razón. Mis manos pueden matar a gente. Mis manos pueden destruirlo todo.

No deberían permitirme vivir.

—Quiero —le grito, tratando de tragarme el puño atascado en mi garganta—, quiero que te deshagas de las cámaras. Deshazte de ellas o moriré luchando por este derecho.

—¡Por fin! —Warner se levanta y se estrecha las manos como si quisiera felicitarse a sí mismo—. Me preguntaba cuándo te despertarías. He estado esperando el fuego que sé que debe estar devorándote cada día. Estás enterrada por el odio, ¿no? ¿Ira? ¿Frustración? ¿Ansias de hacer algo? ¿De ser alguien?

—No.

—Por supuesto que sí. Eres como yo.

—Te odio más de lo que jamás podrás comprender.

—Vamos a formar un equipo excelente.

—No somos nada. No eres nada para mí…

—Sé lo que quieres. —Se inclina, baja la voz—. Sé lo que siempre ha anhelado tu corazoncito. Puedo ofrecerte la aceptación que buscas. Puedo ser tu amigo.

Me quedo helada. Titubeo. No puedo hablar.

—Lo sé todo sobre ti, cariño. —Sonríe—. Te he deseado durante mucho tiempo. He esperado una eternidad para que estuvieras lista. No voy a dejarte escapar tan fácilmente.

—No quiero ser un monstruo —le digo, quizás más para mí que para él.

—No luches contra el destino para el que naciste. —Pone las manos en mis hombros—. No dejes que todo el mundo te diga lo que está mal y lo que está bien. ¡Hazte valer! Te acobardas cuando podrías conquistar. Tienes mucho más poder del que crees y, francamente, estoy… —niega con la cabeza— fascinado.

—No soy tu monstruo —le espeto—. No voy a actuar para ti.

Me aprieta los brazos y no puedo zafarme. Se inclina peligrosamente cerca de mi cara y no sé por qué no puedo respirar.

—No te tengo miedo, cariño —me dice en voz baja—. Estoy absolutamente hechizado.

—O te deshaces de las cámaras o las encontraré y las romperé una a una. —Estoy mintiendo. Miento entre dientes pero estoy enfadada y desesperada y horrorizada. Warner quiere que me convierta en un animal que caza a los débiles. A los inocentes.

Si quiere que luche para él, primero tendrá que luchar conmigo.

Una lenta sonrisa se extiende por su rostro. Me toca las mejillas con los dedos enguantados y me levanta la cabeza agarrándome de la barbilla cuando me estremezco.

—Eres deliciosa cuando te enfadas.

—Es una pena que mi sabor sea venenoso para tu paladar. —Vibro de aversión de pies a cabeza.

—Ese detalle hace que el juego resulte mucho más atractivo.

—Estás enfermo, estás muy enfermo.

Se ríe y me suelta la barbilla para hacer inventario de las partes de mi cuerpo. Sus ojos trazan una línea vaga a lo largo de mi cuerpo y siento la necesidad urgente de romperle el bazo.

—Si me deshago de tus cámaras, ¿qué harás tú por mí? —Sus ojos son malvados.

—Nada.

Sacude la cabeza.

—No. Pero quizás aceptaré si tú aceptas una condición.

Aprieto la mandíbula.

—¿Qué quieres?

Su sonrisa es más amplia que antes.

—Esa es una pregunta peligrosa.

—¿Cuál es tu condición? —aclaro, impaciente.

—Tócame.

—¿Cómo? —Mi respiración es tan fuerte que se me atraganta y echa a correr por la habitación.

—Quiero saber exactamente de qué eres capaz. —Tiene la voz firme, las cejas tensas, tirantes.

—¡No voy a hacerlo otra vez! —prorrumpo—. Viste lo que me obligaste a hacerle a Jenkins…

—¡Olvídate de Jenkins! —me suelta—. Quiero que me toques… Quiero sentirlo yo mismo…

—No… —sacudo la cabeza tan fuerte que me mareo—. No. Nunca. Estás loco… No voy a…

—Pero sí que lo harás.

—No lo haré…

—Tendrás que… trabajar… en algún momento —me dice, haciendo un esfuerzo por moderar la voz—. Incluso si renunciaras a mi condición, estás aquí por una razón, Juliette. Convencí a mi padre de que serías un recurso para El Restablecimiento. De que podrías cohibir a cualquier rebelde que…

—Quieres decir, torturar…

—Sí. —Sonríe—. Perdón, quiero decir torturar. Podrás ayudarnos a torturar a cualquier cautivo. —Hace una pausa—. Infligir dolor, ya sabes, es un método muy eficiente para conseguir información de cualquiera. Y, ¿contigo? —Me mira las manos—. Bueno, es barato. Rápido. Efectivo. —Sonríe más ampliamente—. Mientras te mantengamos con vida, serás buena como mínimo unas cuantas décadas. Es una suerte que no funciones con pilas.

—Eres… eres… —balbuceo.

—Deberías darme las gracias. Te he salvado del agujero nauseabundo del manicomio… Te he colocado en una posición de poder. Te he ofrecido todo lo necesario para hacerte sentir cómoda. —Levanta la mirada hacia mí—. Ahora necesito que te concentres y que renuncies a tu esperanza de vivir como los demás. Tú no eres normal. Nunca lo has sido, y nunca lo serás. Acepta quién eres.

—Yo… —trago— no soy… No soy… No…

—¿Una asesina?

—¡No!

—¿Un instrumento de tortura?

—Cállate.

—Te engañas a ti misma.

Estoy lista para acabar con él. Para destrozarlo.

Ladea la cabeza y exprime una sonrisa.

—Has estado al borde de la locura toda tu vida, ¿no es verdad? Tanta gente que te ha llamado loca que te lo creíste. Te preguntabas si tendrían razón. Te preguntabas si podrías arreglarlo. Pensaste que si lo intentabas un poco más, serías un poco mejor, más inteligente, más amable… Pensaste que el mundo cambiaría de opinión sobre ti. Te has culpado por todo.

Jadeo.

Mi labio inferior tiembla sin mi permiso. Casi no puedo controlar la tensión de mi mandíbula.

No quiero darle la razón.

—Has reprimido la furia y el resentimiento porque ansiabas que te quisieran —dice, ya sin sonreír—. Puede que te entienda, Juliette. Quizás deberías confiar en mí. A lo mejor deberías aceptar que has intentado ser otra persona durante mucho tiempo y no importa lo que hicieras, esos cabrones nunca estaban contentos. Nunca estaban satisfechos. No les importaba una mierda, ¿verdad?

Me mira y por un momento casi parece humano. Por un momento quiero creerle. Por un momento quiero sentarme en el suelo y llorar el océano que se aloja en mi garganta.

—Es hora de que dejes de fingir —me dice, muy suavemente— Juliette… —Me acaricia con sus manos enguantadas, de una forma sorprendentemente suave—. Ya no tienes que ser agradable. Puedes aniquilarlos a todos. Desarmarlos y apoderarte de este mundo y…

Una máquina de vapor me golpea en la cara.

—No quiero aniquilar a nadie —le digo—. No quiero hacer daño a la gente…

—¡Pero se lo merecen! —Se aleja de mí, frustrado—. ¿Cómo es posible que no quieras vengarte? ¿Por qué no quieres contraatacar…?

Me levanto despacio, temblando de ira de repente, procurando que mis piernas no se derrumben debajo de mí.

—¿Te crees que, porque no me quisieron, porque me abandonaron y desecharon…? —Voy levantando la voz poco a poco, con los sentimientos desatados de repente gritando en mis pulmones—. ¿Te crees que no tengo corazón? ¿Que no siento? ¿Piensas que, porque puedo infligir dolor, debo hacerlo? Eres como los demás. Crees que soy un monstruo, como los demás. No me entiendes en absoluto.

—Juliette…

—No.

No quiero esto. No quiero su vida.

No quiero ser nada para nadie excepto para mí misma. Quiero tomar mis propias decisiones y nunca he querido ser un monstruo. Mis palabras son lentas y firmes.

—Valoro la vida humana mucho más que tú, Warner.

Abre la boca para hablar pero cambia de opinión. Separa los labios, sorprendido. Se ríe fuerte y menea la cabeza.

Me sonríe.

—¿Qué? —le pregunto antes de poderme reprimir.

—Acabas de decir mi nombre. —Sonríe aún más—. Nunca te habías dirigido a mí directamente. Eso debe querer decir que estoy progresando.

—Te acabo de decir que no…

Me corta.

—No me preocupan tus dilemas morales. Tratas de ganar tiempo porque estás en una fase de negación. No te preocupes —me dice—. Lo superarás. Estoy dispuesto a esperar más.

—No estoy en una fase de negación…

—Claro que sí. Todavía no te has dado cuenta, Juliette, pero eres una chica muy mala —me dice, tocándose el corazón—. De mi estilo.

Esta conversación es insufrible.

—Un soldado vive en mi habitación. —Respiro fuerte—. Si quieres que siga aquí, tienes que deshacerte de las cámaras.

Los ojos de Warner se oscurecen por un momento.

—Por cierto, ¿dónde está tu soldado?

—No lo sé —espero no sonrojarme—. Tú me lo asignaste.

—Sí —parece pensativo—. Me gusta ver cómo te retuerces. Te incomoda su presencia, ¿verdad?

Pienso en las manos de Adam sobre mi cuerpo, y sus labios tan cerca de los míos, y el aroma de su piel empapada en el aguacero de vapor que nos cala a los dos y de repente mi corazón son dos puños que golpean mis costillas para conseguir escapar.

—Sí. —Dios mío—. Sí. Me hace sentir muy… incómoda.

—¿Sabes por qué lo elegí? —me pregunta Warner, y el remolque de un camión me atropella.

A Adam lo eligieron.

Por supuesto. No enviaron a un soldado cualquiera a mi celda. Warner nunca actúa sin motivo. Seguro que sabe que Adam y yo tenemos una historia. Es más cruel y calculador de lo que jamás llegué a imaginar.

—No. —Tomo aire—. No sé por qué. —Exhalo. No puedo olvidarme de respirar.

—Se ofreció voluntario —dice simplemente, y me quedo sin habla momentáneamente—. Dijo que había ido contigo al colegio hace muchos años. Dijo que seguramente no te acordarías de él, que ha cambiado mucho desde entonces. Presentó argumentos muy convincentes. —Respira—. Dijo que estaba encantado de saber que te habían encerrado. —Warner me mira finalmente.

Mis huesos son como cubitos de hielo que tintinean y me enfrían hasta la médula.

—Siento curiosidad —prosigue, inclinando la cabeza al hablar—. ¿Te acuerdas de él?

—No —miento, y no estoy segura de seguir viva. Estoy intentando desentrañar la verdad de la falsedad en sus afirmaciones, pero se me atragantan frases mal construidas.

Adam me conocía cuando entró en la celda.

Sabía exactamente quién era.

Ya sabía mi nombre.

Oh

Oh

Oh

Todo fue una trampa.

—¿Esta información te pone… furiosa? —pregunta, y tengo ganas de coser sus labios sonrientes en una mueca permanente.

No digo nada y eso es, por alguna razón, peor.

Warner está radiante.

—Nunca le dije, por supuesto, por qué te habían encerrado. No quería que se contaminara el experimento revelándole demasiada información… Pero me dijo que siempre habías sido una amenaza para los estudiantes. Que advertían a todo el mundo que se mantuvieran alejados de ti, aunque las autoridades nunca explicaron por qué. Dijo que quería hacer un análisis más detallado del monstruo en el que te has convertido.

Mi corazón se resquebraja. Mis ojos destellan. Estoy tan herida tan furiosa tan horrorizada tan humillada y tan ardiente de indignación que es como si un fuego crepitara dentro de mí, un fuego incontrolado de esperanzas diezmadas. Quiero aplastar la columna vertebral de Warner con mis manos. Quiero que sienta lo que es herir, infligir un dolor tan insoportable a los demás. Quiero que descubra mi dolor, y el de Jenkins, y el de Fletcher, y quiero que le duela. Porque quizás Warner está en lo cierto.

Quizás algunas personas se lo merecen.

—Quítate la camisa.

Por su actitud, Warner parece realmente sorprendido, pero no pierde un momento en desabrocharse la chaqueta, sacarse los guantes y quitarse la fina camisa de algodón aferrada a su piel.

Sus ojos brillan, ansiosos; no oculta su curiosidad.

Warner deja caer la ropa al suelo y me mira íntimamente. Tengo que tragarme la repulsión que burbujea en mi boca. Su rostro perfecto. Su cuerpo perfecto. Sus ojos tan duros y bonitos como una piedra preciosa helada. Me repugna. Me gustaría que su exterior coincidiera con su negro y destrozado interior. Me gustaría descalabrar su arrogancia con la palma de mi mano.

Camina hacia mí hasta que estamos a menos de un metro de distancia. Su altura y complexión me hacen sentir como una ramita caída.

—¿Estás lista? —pregunta, con soberbia.

Contemplo la posibilidad de romperle el cuello.

—Si lo hago te desharás de todas la cámaras de mi habitación. Todos los micrófonos ocultos. Todo.

Se acerca más. Agacha la cabeza. Me está mirando los labios, examinándome de una forma completamente nueva.

—Mis promesas no valen mucho, cariño —susurra—. ¿O lo has olvidado? —Se acerca cinco centímetros. Su mano en mi cintura. Su dulce y cálido aliento en mi cuello—. Soy un mentiroso excepcional.

La comprensión me cae encima como si fueran 100 kilos de sentido común. No debería estar haciendo esto. No debería pactar con él. No debería estar pensando en la tortura, Dios mío, he perdido el juicio. Tengo los puños cerrados a los lados y tiemblo por todas partes. Casi ni puedo reunir fuerzas para hablar.

—Vete a la mierda.

Estoy débil.

Retrocedo hasta que topo con la pared, y me desplomo sobre un montón de inutilidad; desesperación. Pienso en Adam y el corazón se me encoge.

No puedo quedarme aquí.

Vuelo hasta la puerta doble de la habitación y la abro antes de que Warner me detenga. Pero es Adam quien me encuentra. Está de pie, fuera del dormitorio. Esperando. Me protege dondequiera que vaya.

Me pregunto si lo habrá oído todo y se me caen los ojos al suelo, mi rostro se sonroja, mi corazón está hecho pedazos en mi mano. Por supuesto que lo ha oído todo. Ya sabe que soy una asesina. Un monstruo. Un alma despreciable metida en un cuerpo venenoso.

Warner lo ha hecho a propósito.

Estoy en medio de los dos. Warner, sin camisa. Adam, mirando su pistola.

—Soldado —dice Warner—. Llévela de vuelta a su habitación y desactive todas las cámaras. Puede comer sola si quiere, pero la espero para cenar.

Adam parpadea durante un momento demasiado largo.

—Sí, señor.

—¿Juliette?

Me quedo helada. Estoy de espaldas a Warner y no me doy la vuelta.

—Espero que mantengas tu parte del trato.