DOCE

Cinco minutos enteros bajo el agua caliente, dos pastillas de jabón con olor a lavanda, una botella de champú sólo para el pelo, el tacto de las suaves toallas que me atrevo a envolver alrededor de mi cuerpo y empiezo a comprenderlo todo.

Quieren que me olvide.

Creen que pueden lavar mis recuerdos, mis fidelidades y mis prioridades con unas cuantas comidas calientes y una habitación con vistas. Creen que me pueden comprar muy fácilmente.

Parece ser que Warner no entiende que crecí sin nada y no me quejé. No quería ropa, ni zapatos perfectos, ni nada caro. No quería que me envolvieran en seda. Lo único que he querido siempre ha sido tener contacto con otro ser humano y tocarlo no sólo con las manos sino con el corazón. Vi el mundo y su falta de compasión, su severo y áspero juicio, sus ojos fríos y resentidos. Vi todo esto a mi alrededor.

He tenido mucho tiempo para escuchar.

Para observar.

Para examinar a personas, lugares y posibilidades. Lo único que tenía que hacer era abrir los ojos. Lo único que tenía que hacer era abrir un libro, para ver las historias que sangraban de página en página. Para ver los recuerdos grabados en el papel.

Me he pasado la vida entre las páginas de los libros.

En ausencia de relaciones humanas establecí vínculos con los personajes del papel; viví el amor y la pérdida a través de los relatos hilvanados en la historia; experimenté la adolescencia por asociación. Mi mundo es una red entretejida de palabras, encadenadas de miembro a miembro, de hueso a tendón, pensamientos e imágenes juntos. Soy un ser compuesto por letras, un personaje creado con frases, un producto de la imaginación formado a través de la ficción.

Quieren borrar cada signo de puntuación de mi vida en esta tierra y no puedo dejar que eso ocurra.

Vuelvo a ponerme mi ropa vieja y voy de puntillas hacia la habitación, pero está desierta. Adam se ha ido aunque dijera que no podía. No lo entiendo no entiendo sus acciones no entiendo mi decepción. Ojalá no me hubiese gustado tanto la frescura de mi piel, el hecho de sentirme perfectamente limpia después de tanto tiempo; no entiendo por qué aún no me he mirado en el espejo, por qué me asusta lo que voy a ver, por qué no estoy segura de si voy a reconocer el rostro que me estará mirando.

Abro el armario.

Está lleno de vestidos y zapatos y camisas y pantalones y ropa de todo tipo, colores tan vivos que me hacen daño a la vista, de telas de las que sólo he oído hablar, tan hermosas que casi me da miedo tocarlas. Las medidas son perfectas, demasiado perfectas.

Me estaban esperando.

Llueven ladrillos sobre mi cráneo.

Me han desatendido abandonado aislado y me han sacado a rastras de mi casa. Me han empujado, me han pinchado, me han examinado, me han arrojado a una celda como a un despojo humano. Me han estudiado. Me han matado de hambre. Me han tentado con una amistad para traicionarme y dejarme atrapada en esta pesadilla por la que se supone que debo estar agradecida. Mis padres. Mis profesores. Adam. Warner. El Restablecimiento. Soy prescindible para todos ellos.

Creen que soy una muñeca a la que pueden vestir y doblegar para que se postre en el suelo.

Pero se equivocan.

—Warner te espera.

Me doy la vuelta y me dejo caer de espaldas sobre el armario, cerrándolo de golpe en un ataque de pánico que oprime mi corazón. Recobro el equilibrio y doblo y guardo mi miedo cuando veo a Adam de pie en la puerta. Su boca se mueve un instante pero no dice nada. Al final, da un paso adelante, tan adelante que está lo suficientemente cerca como para tocarme.

Pasa por delante de mí para volver a abrir la puerta que esconde un contenido que me avergüenza saber que existe.

—Todo es para ti —dice sin mirarme, tocando con los dedos el dobladillo de un vestido púrpura, de un exquisito color ciruela, tan apetecible como para comérselo.

—Ya tengo ropa. —Mis manos alisan las arrugas de la tela harapienta que llevo puesta.

Por fin se decide a mirarme, pero cuando lo hace mueve las cejas, parpadea y sus ojos se congelan, y separa los labios, sorprendido. Me pregunto si al lavarme tengo un aspecto muy diferente, si mi cara es otra, y me sonrojo, deseando que no le dé asco lo que está viendo. No sé por qué me preocupa eso.

Baja la mirada. Respira profundamente.

—Te espero fuera.

Me quedo mirando el vestido púrpura con las huellas de los dedos de Adam. Examino el interior del armario un momento antes de renunciar a él. Me peino el pelo mojado con dedos ansiosos y me armo de valor.

Soy Juliette.

Soy una chica.

No soy propiedad de nadie.

Y no me importa a qué quiere Warner que me parezca.

Salgo fuera y Adam se queda mirándome un momento. Se frota la nuca sin decir nada. Agita la cabeza. Se pone a andar. No me toca y no debería darme cuenta de ello pero lo hago. No tengo la menor idea de qué esperar no tengo la menor idea de cómo será mi vida en este sitio nuevo y se me perfora el estómago cada vez que veo todos estos adornos exquisitos, todos estos accesorios de lujo, todas estas pinturas, molduras, iluminaciones y colores superfluos de este edificio. Me gustaría que todo se incendiara.

Sigo a Adam por un largo pasillo alfombrado hasta un ascensor de cristal. Desliza la misma tarjeta de acceso que había usado para abrir mi puerta y nos metemos dentro. Ni siquiera me había dado cuenta de que habíamos subido todos esos pisos en ascensor. Me doy cuenta de que debí montar un numerito horrible al llegar y casi me alegro.

Espero decepcionar a Warner de todas las formas posibles.

El comedor es tan grande como para dar de comer a miles de huérfanos. Sin embargo, hay siete mesas de banquete dispuestas a lo largo de la sala, la seda azul se desparrama en todas ellas, jarrones de cristal repletos de orquídeas y lirios orientales, cuencos de cristal llenos de gardenias. Es fascinante. Me pregunto de dónde han sacado las flores. No deben ser de verdad. No sé cómo podrían ser de verdad. No he visto flores de verdad desde hace años.

Warner se encuentra en el centro de la mesa, sentado en la cabecera. En cuanto me ve a Adam se pone en pie. Toda la sala se levanta por turnos.

Me doy cuenta de inmediato de que tiene un asiento libre a cada lado y no pretendo detenerme pero lo hago. Hago un rápido inventario de los asistentes pero no veo a ninguna otra mujer.

Adam me roza en la parte baja de la espalda con tres dedos y me sobresalto. Me apresuro hacia delante y Warner me sonríe. Aparta la silla de su izquierda y gesticula para que me siente. Me siento.

Intento no mirar a Adam cuando se sienta frente a mí.

—Ya sabes que tienes ropa en el armario, querida. —Warner se sienta a mi lado; la sala le imita y reanuda un parloteo constante. Se ha girado casi por completo hacia mí pero por alguna razón la única presencia que noto está frente a mí. Me centro en el plato vacío que hay a cinco centímetros de mis dedos. Dejo caer las manos en el regazo—. Y no hace falta que vuelvas a ponerte esas zapatillas de tenis sucias —prosigue Warner, robándome otra mirada antes de verter algo en mi copa. Parece agua.

Estoy tan sedienta que podría beberme una cascada.

Odio su sonrisa.

El odio es anodino hasta que sonríe. Hasta que se da la vuelta y miente con labios y dientes tallados con aspecto de algo demasiado pasivo como para golpearlo.

—¿Juliette?

Estoy respirando demasiado rápido. Mi garganta se hincha en una tos reprimida.

Sus ojos verdes y vidriosos destellan en mi dirección.

—¿No tienes hambre? —Palabras azucaradas. Me toca la muñeca con la mano enguantada y casi me la tuerce de lo rápido que me alejo de él.

Podría comerme a todas las personas de la sala.

—No, gracias.

Se lame el labio superior, sonriendo.

—No confundas la estupidez con la valentía, cariño. Sé que no has comido nada en muchos días.

Algo en mi paciencia llega a un límite.

—Preferiría morir antes que aceptar tu comida y escuchar cómo me llamas cariño —espeto. Aprieto la mandíbula.

Adam deja caer el tenedor.

Warner le concede una mirada rápida y cuando se vuelve hacia mí sus ojos se han endurecido. Sostiene la mirada durante algunos segundos infinitamente largos y saca una pistola del bolsillo de la chaqueta. Dispara.

Toda la sala pega un grito.

El corazón me late en la garganta.

Giro la cabeza muy, muy despacio hacia donde apunta la pistola de Warner y veo que ha disparado al hueso de algún tipo de carne. El plato de comida desprende humo por la sala, con la comida amontonada a menos de medio metro de los invitados. Ha disparado sin siquiera mirar. Podría haber matado a alguien.

Concentro toda mi energía para permanecer muy, muy quieta.

Warner deja caer el arma sobre mi plato. Se produce un silencio tan largo que retumba por todo el universo.

—Escoge muy bien tus palabras, Juliette. Basta una palabra mía para que tu vida aquí no sea tan fácil.

Parpadeo.

Adam me acerca un plato de comida. La fuerza de su mirada es como un atizador candente contra mi piel. Levanto la vista e inclina la cabeza un milímetro. Sus ojos dicen por favor.

Agarro el tenedor.

Warner no se pierde ni un detalle. Se aclara la garganta demasiado fuerte. Se ríe sin humor mientras corta la carne de su plato.

—¿Tengo que pedirle a Adam que me haga todo el trabajo?

—¿Cómo?

—Parece que sólo le hagas caso a él. —El tono de su voz parece despreocupado, pero tiene la mandíbula claramente rígida. Se gira hacia Adam—. Me sorprende que no le dijeras que se cambiara de ropa, como te pedí.

Adam se sienta más erguido.

—Lo hice, señor.

—Me gusta mi ropa —intervengo. Me gustaría pegarte un puñetazo en el ojo, es lo que no digo.

La sonrisa de Warner reaparece.

—Nadie te ha preguntado qué te gusta, cariño. Ahora come. Necesito que tu apariencia sea la mejor posible cuando estés a mi lado.